Opinión

La pervertida visión del estoicismo hipermoderno

Tener que entrenarse específicamente para cuando nos vengan mal dadas tiene un halo masoquista y pesimista, además de mostrar una envilecida visión de la vida. Se trata de una perspectiva limitada: ¿acaso no existe una placentera vida en comunidad?

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24
enero
2023

Lean a todos los estoicos, subrayen, apunten, reflexionen, cómprense el cuaderno del estoico y practiquen los estoico-ejercicios. Escuchen cada uno de los podcasts de que sigan la doctrina, a ser posible en bucle. Después de unos meses de intensa inmersión en eso que llaman estoicismo, si todavía no han conseguido domeñar su voluntad, fortalecer su umbral de sufrimiento o convencerse de las bondades del desapego, siempre pueden poner en práctica los consejos de los estoico-famosos, como Jeff Bezos o Jack Dorsey (fundador de Twitter), y levantarse a las cinco de la madrugada para darse un baño en hielo. También tienen la posibilidad de adiestrarse durmiendo en el suelo de la cocina un par de días al año, «permaneciendo secos y sobrios cuando el pueblo está ebrio […]  o comer de manera escasa y regular, vistiéndose, de vez en cuando, con tejidos ásperos y rugosos», como defendía Séneca. Les deseo toda la suerte del mundo.  

No me entiendan mal, no tengo nada en contra de los estoicos o de su doctrina. Es más, utilizo algunas de sus teorías y aconsejo la lectura de algunos de sus libros, a pesar de que Epicteto no escribiese nada y de que el texto de Marco Aurelio genere dudas en algunos eruditos sobre su composición. 

No obstante, creo que hay una parte de su mensaje que se ha romantizado, esquematizado y pervertido tanto que este hiperestoicismo que impera nos impulsa a pensar que los problemas son una oportunidad de crecimiento (y que abrazar el sufrimiento es, por tanto, el inicio del progreso). Repito la frase: los problemas son una oportunidad de crecimiento y abrazar el sufrimiento es el inicio del progreso. 

«El dolor y el sufrimiento se imponen, pero el placer demanda de una implicación intelectual para lograr un mayor deleite»

Igual soy yo, pero pienso que prepararse para sufrir puede que no sea la mejor manera de enfocar un proyecto de vida. A todo esto, dudo mucho que un simulacro de sufrimiento sea equiparable al sufrimiento en sí. Personalmente, creo que tan solo sufriendo se aprende a sufrir. Y la gestión de ese sufrimiento solo se puede hacer desde el propio dolor, si bien estoy convencido de que tener vínculos estrechos con seres queridos ayuda en el proceso. No en vano Bertrand Russell abogaba, cuando la infelicidad se enquistaba, por abandonar el ensimismamiento poniendo el foco atención fuera de uno mismo. 

Tener que entrenarse específicamente para cuando nos vengan mal dadas tiene un halo masoquista y pesimista, además de mostrar una envilecida visión de la vida que no termina de convencerme. Si algo ha puesto de manifiesto la historia de la humanidad es que, entre otras muchas cosas, el ser humano, en la mayoría de las ocasiones, sabe sufrir. No es una lección que tengamos que estudiar o entrenar, sino una realidad que se impone y a la que nos enfrentamos sin paliativos. Por mucho que nos preparemos para lo peor, cuando lo peor llega, lo hace sin avisos ni prescripciones, sin seguir guiones establecidos y, desde luego, sin pedir permiso.

Tengo discrepancias con esa manera de orientar el estoicismo hacia un ejercicio encaminado exclusivamente a la productividad individual. El trabajo sobre uno mismo, con uno mismo y hacia uno mismo (autoayuda, autoconocimiento o autodeterminación) puede acabar siendo tan descorazonador que el sujeto termine arrinconando el cuidado de ese corazón educado y con buen gusto al que alude el filósofo Javier Gomá. Por eso creo que es fundamental estrechar vínculos y generar interdependencias en las que uno se religue con sus semejantes. Igual sería más eficaz diversificar todo ese aprendizaje neoestoico en el trabajo de la voluntad, a la par que cultivar un espíritu atento y cuidadoso.

Otra de las discordancias que tengo con el estoicismo, extensible a más doctrinas, es la falta de una pedagogía del placer. El dolor y el sufrimiento se imponen, pero el placer demanda, a mi entender, de una mayor implicación intelectual de cara a lograr un nivel de deleite. En esta faceta, el estoicismo se muestra como una doctrina limitada desde el momento en el que omite, en la mayoría de los casos, la posibilidad de una vida gozosa en comunidad. 

Todo esto no es óbice para poner en valor las enseñanzas que el estoicismo propugna, ampliándolas hacia el cultivo, desde la alegría, de una sana interdependencia donde nuestra atención no se enfoque tanto en limitar y domeñar nuestros deseos, sino en educar y compartir los placeres a través de un afectuoso apego con el semejante.

Baste como corolario las palabras de David Hume: «Haced que las fuerzas y elementos de la naturaleza se dediquen a servir y a obedecer a un hombre… que la tierra le proporcione espontáneamente todo lo que le es útil y agradable, pero éste continuará siendo un desgraciado hasta que le proporcionéis otra persona con la que pueda disfrutar de su felicidad, y de cuya estima y amistad pueda gozar».

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