El incesto, ¿un tabú instintivo?
La hemofilia, el prognatismo, el síndrome de Down o la microcefalia son solo algunas de las consecuencias con que nos advierte la biología. A pesar de ello, en el mundo, tres de cada diez matrimonios que se consuman hoy son entre primos.
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COLABORA2023
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Hacia Roma caminan dos peregrinos a que los case el papa, mamita, porque son primos, niña bonita, porque son primos, cuenta uno de los romances populares más conocidos de nuestro folclore. Ese mismo que interpretase al piano Lorca en 1931, acompañado de la voz de la Argentinita, o la contemporánea Carmen Linares, Premio Princesa de Asturias de las Artes 2022.
La naturalidad con la que se entonaban estos versos sobre el amor carnal entre familiares da buena cuenta de que el linaje entre primos no resultaba algo insólito (ni, en ocasiones, reprobable). A día de hoy, tres de cada diez matrimonios que se consuman en el mundo tienen a primos por contrayentes. En Albania, lo mismo que en Pakistán, Sudán, Jordania, Yemen o Afganistán, la mitad de los casamientos son de esta naturaleza, y la mayor parte del mundo árabe acepta e incluso estimula el casamiento entre primos, desde Marruecos hasta Bangladesh, pasando por Burkina Faso, Mauritania o Egipto.
Del latín incestus (no casto), el sustantivo refiere la relación sexual entre familiares consanguíneos muy cercanos o que proceden por su nacimiento de un tronco común. Se califican de incestuosas, en todas las culturas, el sexo entre hermanos, madres o padres y sus hijos, tíos, sobrinos, abuelos y nietos, aunque no así entre primos: como define la RAE, incesto es aquella relación entre parientes dentro de los grados en que está prohibido el matrimonio.
Cleopatra se casó consecutivamente con sus dos hermanos, mientras que Calígula mantenía relaciones sexuales con tres de sus hermanas
«Claudia no quiere ser una heroína, quieren que le dejen vivir su pasión. No pide nada excepcional». El amor que siente Claudia por su hermano Max lo relata Andrés Trapiello en Los confines. Pero, como la realidad supera a la ficción, basta echar la vista atrás para encontrar ejemplos de carne y hueso: en Egipto, la dinastía ptolemaica enlazaba a hermanos para reforzar la línea de sucesión; Cleopatra se casó consecutivamente con sus dos hermanos; Calígula mantenía relaciones con tres de sus hermanas; el emperador Cómodo hace lo propio con las suyas e incluso el papa Juan XII retozará con su hermanastra, como hará después Lucrecia Borgia (hija del pontífice Alejandro VI, con quien también se revolcaba) con su hermano César. Y si estos ejemplos resultan muy lejanos, cabe mencionar a Eric Gill, uno de los grandes escultores y tipógrafos del XX: no solo se acostó con su hermana Gladys, sino también con sus hijas, Petra y Betty.
¿Repulsión instintiva?
La mera idea del incesto, tabú por excelencia, nos repugna. Para la antropología, este rechazo a la endogamia se explica porque permite establecer relaciones de colaboración con otros clanes, de manera que facilita la red de apoyo mutuo en caso de necesidad económica, conflicto territorial o cualquier otra contingencia. Además, causaría equívoco en los roles familiares y sociales. Para Lévi-Strauss, esta prohibición consuma el paso de la naturaleza a la cultura. Sin embargo, el hecho de que el filósofo y antropólogo francés vinculara la aparición del lenguaje a rehusar el incesto ha quedado en entredicho: la mayoría de los primates (chimpancés, macacos) respetan la consanguinidad en sus apetencias carnales.
Freud sostenía que la exogamia es fruto no de la aversión a emparentarse con un familiar, sino del coste humano que suponía para el grupo
La hipótesis mantenida por Freud, en cambio, sostenía que la exogamia –es decir, la relación entre individuos no emparentados genéticamente– es fruto no de la aversión al hecho en sí de emparentarse con un familiar, sino del coste humano que tantas veces suponía para el grupo (como asesinatos, venganzas o intrigas). A Freud también debemos su teoría del «complejo de Edipo», por la cual el incesto es, en cierto modo, un impulso inherente a todo humano (por simbolizar el regreso al seno materno), que sólo se evita por la intervención del padre. Para el sociólogo finés Westermack, la convivencia durante los primeros años del niño cauteriza su atracción sexual hacia los adultos que lo cuidan.
«Tenía al hombre que amaba en mis pensamientos; lo tenía en mis brazos, en mi cuerpo. Tenía la esencia de su sangre dentro de mi cuerpo. El hombre que busqué por todo el mundo, que marcó mi niñez y me perseguía. Había amado fragmentos de él en otros hombres: la brillantez en John, la compasión en Allendy, las abstracciones en Artaud, la fuerza creativa y el dinamismo en Henry. ¡Y el todo estaba allí, tan bello de cara y cuerpo, tan ardiente, con una mayor fuerza, todo unificado, sintetizado, más brillante, más abstracto, con mayor fuerza y sensualidad!». El párrafo pertenece a los Diarios de la escritora Anaïs Nin, que se enamora y acuesta con su padre. Como Nerón con su madre Agripina y como el papa Paulo III y su hija Constanza. También los monarcas incas y los antiguos reyes hawaianos cometían incesto para perpetuar la concentración del poder.
Más allá de los razonables escrúpulos morales y las notables ventajas sociales, la biología también recomienda respetar el tabú del incesto: dado que los individuos de una misma familia comparten un alto porcentaje de su material genético, el incesto empobrece ese caudal, disminuyendo la riqueza genética disponible para las futuras generaciones y aumentando, así, la incidencia de enfermedades y taras hereditarias (enanismo, albinismo, microcefalia, síndrome de Down, asimetría facial, extremidades fusionadas, paladar hendido…). La hemofilia, enfermedad por la cual la sangre no coagula, es una de las más conocidas de todas las posibles consecuencias. De hecho, recibió el sobrenombre de «la enfermedad de los reyes» por la frecuente práctica endogámica de las monarquías y la nobleza. Otra es el prognatismo, una deformación excesiva de la mandíbula inferior, característica de la Casa de los Habsburgo durante tres siglos y especialmente visible en Carlos II de España.
No obstante, el incesto no ha quedado encerrado en los confines de la Edad Moderna: en 2013, Australia descubría con horror el caso de una familia de 40 miembros que vivía en un asentamiento remoto carente de las mínimas condiciones de salubridad e higiene. Durante cuatro generaciones, había imperado en ella el incesto. Algunos de sus integrantes presentaban serios problemas de vista, audición, psoriasis, retraso mental e incluso el síndrome de Zellweger, una enfermedad rara y hereditaria.
En España, aunque el incesto no es delito, es ilegal un matrimonio civil entre familiares de hasta tercer grado (es decir, con tíos, sobrinos, bisabuelos y bisnietos). En Portugal, la prohibición se reduce al segundo grado, mientras que en Italia y Uruguay es delito el incesto que suponga «escándalo público», pese a lo escurridiza que resulta la expresión. Moisés, según recoge el Levítico, uno de los varios libros bíblicos del Antiguo Testamento, resultó mucho más draconiano: «Si alguno se acuesta con la mujer de su padre, ha descubierto la desnudez de su padre; ciertamente han de morir los dos; su culpa de sangre sea sobre ellos».
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