Siglo XXI

¿Qué piensan los animales?

Quienes tienen gatos ya pueden descargarse aplicaciones que prometen traducir cada maullido. No son los únicos que buscan entender qué piensan y qué dicen los animales: la ciencia también (y su triunfo podría ayudarnos a comprender cómo funciona el nuestro).

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29
noviembre
2022

Bunny es un perro que vive en Estados Unidos y al que su dueña construyó –y enseñó pacientemente a usarlo– un teclado repleto de frases y palabras. Pulsando diferentes teclas, Bunny transmite ideas y hace peticiones, como cuando quiere salir a dar un paseo o decirle a su humana que la quiere. Es llamativo y curioso, lo suficiente para convertir a este perro en una estrella de internet. Tiene, incluso, su propio perfil en Instagram. Bunny es, en efecto, un pet influencer. 

Pero ¿está este perro que habla diciendo algo importante sobre cómo opera la mente de los animales? Después de alertar de que le dolía una pata –tenía una espina clavada– usando el teclado, investigadores de la Universidad de San Diego han empezado a monitorizarlo para intentar responder a esa cuestión, pero también a otra gran duda: ¿demuestra esta utilización del teclado que detrás de este uso de las palabras hay un pensamiento?

La historia de Bunny aparece en uno de los primeros capítulos del divulgativo La vida secreta de nuestras mascotas, una serie documental para el gran público de Netflix, pero lo cierto es que estas preguntas no solo se las hacen desde hace tiempo los dueños de mascotas –deseosos de entender qué dicen sus animales de compañía– sino también la comunidad científica. Descubrir si los animales piensan –y, sobre todo, qué piensan– es una obsesión tan antigua como la historia de la filosofía. Ya en la antigua Grecia se reflexionaba y teorizaba sobre qué ocurría en la mente animal, algo que no ha dejado de hacerse desde entonces y hasta ahora. Y lo que la ciencia ha ido probando es que en el cerebro de los animales pasan más cosas de las que se daban por supuestas.

En el siglo XX existía la idea de que los animales tenían su propio mundo de percepciones; ahora, lo que se intenta comprender es cuán profundo es

Las cada vez mayores capacidades de investigación y el desarrollo de la inteligencia artificial o el machine learning han movido las fronteras de lo que se puede comprender sobre la mente animal, que se ha vuelto cada vez menos enigmática. Como apunta Ed Yong, autor de An Immense World, la capacidad actual para comprender la percepción del mundo que tienen los animales es mucho más profunda y amplia de lo que era, por ejemplo, en la época de Darwin. Ya se sabe que las abejas tienen un lenguaje o que los cuervos son capaces de construir herramientas o comunidades. Si a principios del siglo XX la idea de que los animales tuviesen su propio mundo de percepciones –lo propuso Jakob von Uexküll en 1909– parecía radical, ahora lo que se intenta comprender no es tanto si existe sino en qué profundidad y qué forma. 

Los estudios han demostrado que, por ejemplo, los loros bailan –como han constatado investigadores de la Universidad de California observando a uno famoso en las redes sociales– e inventan sus propios pasos, pero también –algo que han descubierto en el LoroParque– que establecen vínculos muy cercanos con otros loros. En este último caso, dos pájaros hermanos comparten entre ellos el acceso a los premios que les da la científica responsable de la investigación, demostrando empatía y una cierta inteligencia. 

«Solíamos pensar en los animales como una suerte de máquinas que responden a los estímulos», asegura a la revista Nature la neurocientífica Anne Churchland, añadiendo que «ahora» la investigación les está permitiendo descubrir que en sus cerebros están pasando «cosas realmente interesantes» que «cambian la manera en la que los estímulos sensoriales son procesados y que, por tanto, cambian el resultado del comportamiento de los animales». Gracias a la investigación en neurociencia se ha descubierto que en las neuronas tanto de las larvas de los peces cebra como en las de las moscas de la fruta se producen procesos que son, en cierta medida, una suerte de actividad cerebral. 

El paso de las décadas, además, ha creado también un entorno más propicio para que algunos animales desarrollen estas capacidades. La neurocientífica de la Universidad de Richmond, Kelly Lambert, lidera un equipo que ha enseñado a varias ratas a conducir. Lo ha hecho no por un capricho, sino para entender si la capacidad cerebral de los animales cambia en un entorno favorable al aprendizaje (sus sujetos viven en una suerte de «Disneyland para ratas»); sus descubrimientos ya apuntan en esa dirección. 

Sus conclusiones también permiten imaginar un futuro en el que poder entender mejor a los animales que nos rodean. En España existen, según las cifras de la ANFAAC, 29 millones de mascotas, a las que se dedica cada vez más recursos y atención (y las cuales, en parte, se han convertido casi en una parte más de la familia). De hecho, en países como Estados Unidos se considera ya una tendencia al alza la figura del «pet parent», para quienes los animales domésticos –aunque pueda resultar sorprendente– son casi como sus hijos. 

En ese contexto, cada vez hay más interés por entender qué están intentando decir. Un ejemplo perfecto de esto está en el enigma de los gatos, animal que no solo protagoniza estudios, sino que se ha convertido ya en material para toda clase de productos, como traductores que usan la inteligencia artificial para convertir al idioma humano los maullidos. Ana es una usuaria que tiene una gata y ha utilizado una de esas apps, si bien más por curiosidad que por otra cosa. «La aplicación no tenía razón», explica, reconociendo que su gata no pide que la cojan en brazos, por ejemplo, por más que el sistema asegurase que eso era lo que decía su miau. ¿Es el traductor necesario? «No, es una curiosidad divertida», concede. 

Saber cómo y qué piensan los animales puede ser, en efecto, una curiosidad divertida, si bien estos avances tienen a su vez efectos más complejos: entender cómo opera el cerebro animal puede ayudar a comprender cómo funciona el cerebro humano, aunque también ayuda a cambiar la percepción que se tiene de los animales (y, con ello, nuestra relación con ellos). Si una treintena de países han aprobado ya leyes que los consideran seres sintientes –España entre ellos–, este conocimiento científico podría llevarlo mucho más allá. 

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