Sociedad

La necesidad del equilibrio

El psicólogo Jordan B. Peterson advierte sobre el riesgo que un excesivo afán de control puede tener en nuestras vidas y reivindica la creatividad, la curiosidad y la vitalidad en su última obra, ‘Más allá del orden’ (Planeta). Tras pasar por una clínica de desintoxicación por sus problemas con los ansiolíticos, el aclamado profesor busca mantener «el perfecto equilibrio entre los dos principios fundamentales de la realidad: el orden y el caos».

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28
noviembre
2022

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Hacer lo que los demás hacen y han hecho siempre da sus frutos. Y, a veces, la acción radical puede aportar sin parangón. Por ese motivo, las actitudes y acciones conservadoras y creativas se propagan constantemente. Una institución social funcional –una jerarquía consagrada a producir algo de valor, más que a la mera protección de su propia supervivencia– puede utilizar a los conservadores para aplicar con tiento procesos de valor auténtico y probado; y a los creativos y progresistas para determinar cómo se puede sustituir lo viejo y anticuado por algo nuevo y más preciado.

Por tanto, en el sentido social se puede equilibrar mejor el conservadurismo con la originalidad juntando a las dos clases de personas. Pero alguien tiene que decidir la mejor forma de hacerlo, cosa que requiere una sabiduría que trasciende la mera proclividad del carácter

Como los rasgos asociados a la creatividad, por un lado, y el confort con el statu quo, por el otro, suelen excluirse entre sí, es difícil encontrar a una sola persona que los haya equilibrado correctamente, que –por tanto– esté cómoda trabajando con ambos tipos de personas y que pueda escuchar sin prejuicios la necesidad de aprovechar ambas formas de talento y convicción.

«Para gestionar bien asuntos complejos, hay que distinguir a los rebeldes sin causa autoengañados e irresponsables de los auténticamente creativos»

Pero la adquisición de esa habilidad puede al menos empezar con una expansión de la sabiduría consciente: la revelación articulada de que el conservadurismo es bueno, pese a los diversos riesgos que entraña, y que la transformación creativa –incluso la de tipo radical– también es buena, pese a los diversos riesgos que entraña.

Para digerir esto –para creer de verdad que ambas opiniones son necesarias–, al menos hay que valorar lo que las personas muy diversas pueden ofrecer, así como ser capaz de reconocer cuándo el equilibrio se ha descompensado en exceso en una dirección. Lo mismo cabe decir del hecho de conocer la cara oscura de ambos idearios.

Para gestionar bien asuntos complejos, hay que ser lo bastante lúcido como para distinguir entre los ansiosos de poder y chupópteros pseudodefensores del statu quo y los conservadores genuinos; y distinguir a los rebeldes sin causa autoengañados e irresponsables de los auténticamente creativos. Y gestionar esto significa separar esos factores dentro del alma propia de cada uno, así como en las otras personas.

¿Y eso cómo se consigue? Primero, podríamos acabar entendiendo y asimilando que estas dos maneras de ser dependen en esencia la una de la otra: la una no puede existir de veras sin la otra, aunque medie entre ellas una tensión real. Para empezar, por ejemplo, esto significa que la disciplina –la subordinación al statu quo, de una forma u otra– se debe ver como un preludio necesario para la transformación creativa, más que como su enemigo.

«El conservadurismo inteligente y prudente y el cambio esmerado e incisivo mantienen el orden en el mundo»

Así, igual que las restricciones moldean y condicionan por completo la jerarquía de hipótesis que componen la estructura que organiza la sociedad y las percepciones individuales, también moldean y condicionan la transformación creativa. Dicha jerarquía tiene que tensarse contra un límite. Es inútil e inservible a menos que se la oponga contra otra fuerza.

Es por esto por lo que el arquetipo del gran genio, el dispensador de deseos –Dios, en un microcosmos–, suele estar atrapado en los cerrados confines de una lámpara y, además, a la merced de la voluntad del poseedor de la lámpara. El genio combina la posibilidad y el potencial con una constricción extrema. Por tanto, las limitaciones, constricciones y fronteras arbitrarias –¡esas malditas reglas!– no solo garantizan la armonía social y la estabilidad psicológica, sino que permiten la creatividad que renueva el orden.

Así pues, lo que se oculta bajo el deseo explícito de libertad total (tal como expresan, por ejemplo, el anarquista o el nihilista) no es un deseo positivo que anhela una mejor expresión creativa, como se plasma en la caricatura idealizada del artista. En realidad, se trata de un deseo negativo, un deseo de ausencia absoluta de responsabilidad, que simplemente no es proporcional a la auténtica libertad.

«Tal vez somos mucho más sombríos de lo que nos gustaría»

Esta es la mentira de quienes se oponen a las normas. Ahora bien, «abajo la responsabilidad» no es un eslogan muy potente –pues es lo bastante narcisista como para negarse claramente a sí mismo–, mientras que el correspondiente «abajo las normas» se puede vestir de un aura heroica.

Más allá de la sabiduría de los conservadores auténticos, existe el riesgo de que el statu quo se corrompa y sea explotado por intereses privados. Más allá de la brillantez de la labor creativa, puede encontrarse el falso heroísmo del ideólogo resentido, que viste la ropa del rebelde original, pero se atribuye injustamente la autoridad moral y rechaza toda responsabilidad genuina.

El conservadurismo inteligente y prudente y el cambio esmerado e incisivo mantienen el orden en el mundo. Pero cada uno tiene su lado oscuro y, una vez que nos damos cuenta de esto, es crucial que nos preguntemos lo siguiente: ¿somos lo auténtico, o lo contrario? Y la respuesta es inevitablemente que tenemos algo de ambos; y que tal vez somos mucho más sombríos de lo que nos gustaría. Todo esto sirve para entender la complejidad que llevamos dentro.


Este es un fragmento de ‘Más allá del orden’ (Planeta), por Jordan B. Perterson.

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