Siglo XXI

El virus que viene

Hasta ahora, cada persona tenía una probabilidad del 38% de sufrir una pandemia a lo largo de su vida. En la próxima década, esa cifra subirá hasta el 76%. Los efectos de la globalización y el cambio climático han cambiado el ‘statu quo’, ampliando los riesgos de que las enfermedades salten de los animales a los seres humanos. El mundo debe prepararse.

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Óscar Gutierrez
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14
noviembre
2022

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Óscar Gutierrez

¿Qué vino después de la covid-19? Primero fueron sus variantes delta y ómicron. Luego, la viruela del mono. Entre medias, se coló la advertencia de Bill Gates: «Corremos todavía el riesgo de que esta pandemia genere una variante que sea más transmisible y fatal». El padre de Microsoft, filántropo a tiempo completo, se alza ahora como un entendido en patógenos y epidemias; no hay más que leer el título de su último libro: Cómo prevenir la próxima pandemia. Es inevitable preguntarse hasta qué punto debemos interpretar sus palabras como una premonición y cuán probable es que volvamos a sufrir una pandemia.

«Es posible, y cada vez empieza a ser más probable», afirma Óscar Zurriaga, vicepresidente de la Asociación Española de Epidemiología. Dicho esto, tanto él como el resto de los profesionales consultados  hacen  hincapié  en  señalar que nadie puede predecir cuándo aparecerá una nueva pandemia o qué tipo de patógeno la causará. Lo que sí es seguro es que seguirán ha-ciéndolo. «Nuestras afirmaciones se basan en los precedentes que tenemos. Y nos dicen que aparecen con mucha más frecuencia epidemias que afectan a unos pocos países y que enseguida se controlan», explica Luis Enjuanes, jefe del Laboratorio de Coronavirus del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC. Y añade: «La última pandemia fuerte fue la gripe de 1918».

Si echamos la vista atrás, comprobamos cómo virus, patógenos y bacterias llevan conviviendo con la raza humana desde que apareció sobre la faz de la Tierra. La historia de las plagas se remonta más atrás que la historia de griegos y romanos, algunas con mortandades muy superiores a las de la covid-19. La de Atenas, en el siglo V a. C., acabó con un tercio de la población de la polis tras salir de Etiopía y pasar por el Imperio persa y la de Justiniano, en el VI d. C., azotó durante tres años al Imperio bizantino antes de extenderse a otras partes de Europa, Asia y África, causando entre 30 y 50 millones de muertes. Ni siquiera es la pandemia más mortal de la historia, superada por los 200 millones de víctimas de la peste negra en el siglo XIV, los 56 millones de viruela en 1520 o los 50 millones de la gripe de 1918.

Óscar Zurriaga (Asociación Española de Epidemiología): «Una nueva pandemia no es solo posible, sino que cada vez empieza a ser más probable»

Los seres humanos nunca hemos estamos libres de epidemias y todo apunta a que tampoco lo estaremos en un futuro próximo. «En los últimos diez años ha aparecido un nuevo coronavirus por año para los animales y seguirán apareciendo variantes del virus de la gripe, unos más suaves y otros más virulentos», explica Enjuanes. Los microbios que infectan cada año a las aves migratorias antes de que recorran miles de kilómetros desde las frías temperaturas del norte hasta las cálidas del sur son el vehículo perfecto para transmitir enfermedades infecciosas a las poblaciones humanas.

En base a esto y a lo que ha demostrado la Historia, los profesionales creen más probable que la próxima pandemia sea un virus de la gripe, porque se transmite por el aire con mayor facilidad. Así, el virólogo del CSIC cree que lo que tal vez haya querido decir Gates «es que vendrán varias epidemias y que alguna de ellas se convertirá en una pandemia, porque será de nivel mundial, pero que, con los mejores conocimientos que tenemos ahora, nos resultará más fácil dar una respuesta más rápida, con lo cual lo podremos contener con mayor facilidad».

La efectividad de las vacunas

La pregunta es si nos encontramos frente a un escenario donde tanto la covid y sus variantes como los posibles virus y patógenos que aparezcan nos obliguen a vacunarnos de forma periódica. «Es todavía difícil de predecir», apunta el doctor Adolfo García-Sastre, director del Instituto de Salud Global y Patógenos Emergentes del Hospital Monte Sinaí de Nueva York. «Va a seguir habiendo vacunación, pero si es cada año o cada más tiempo, y en ciertos grupos de riesgo solo o en toda la población, no se sabe todavía. Depende de cómo siga evolucionado el virus».

Margarita del Val, investigadora científica del CSIC, declaraba recientemente a Business Insider que este virus «terminará contagiando al 100% de la población, porque no lo vamos a poder erradicar con estas vacunas», y al final se quedará en un «virus respiratorio más en una población en general vacunada» con un comportamiento similar al de la gripe.

Pero que inocular a la población no la libre de un contagio seguro no significa que las vacunas no sean efectivas. Un estudio publicado en The Lancet, realizado con más de 100.000 trabajadores de hospitales y residencias de Cataluña, demuestra que existe una reducción de entre un 85% y 96% de la infección tras la vacuna. Y otro, del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos llevado a cabo con 4.000 sanitarios vacunados, señala una eficacia de hasta el 90% a la hora prevenir la infección.

Fernando Valladares (CSIC): «En el fondo de todo esto siempre encontramos lo mismo: un modelo erróneo de relación con la naturaleza»

Ante este escenario inestable y un tanto incierto, disponer de fármacos se perfila como una de las mejores respuestas para lo que pueda surgir. «Para estar preparados deberíamos tener aprobados de antemano vacunas y medicamentos que funcionen contra distintas familias de patógenos y sean fáciles de producir y distribuir a larga escala», opina el doctor García-Sastre. Un enfoque que respalda el vicepresidente de la Sociedad Española de Epidemiología, para quien lo más importante es «intentar que el calendario vacunal esté siempre actualizado y alcanzar con él las máximas coberturas posibles, estableciendo estrategias de vacunación específicas donde sea necesario».

Un programa vacunal que, dicho sea de paso, «está perfectamente establecido para aquellas enfermedades que nos interesa controlar, prevenir y en la medida de lo posible erradicar, como la polio», añade Zurriaga. Ante la conmoción de los recientes casos de la viruela del mono, Zurriaga confirma que aquellos vacunados contra la viruela clásica contarían con una protección de hasta el 85%, pero «una parte muy importante de la población no la ha recibido, porque está erradicada».

Las vacunas son la solución una vez que el virus o patógeno está ya en circulación. Por tanto, la clave de todo radica en la prevención y la mejor forma de prevenir es cuidar del medio ambiente.

La prevención pasa por la naturaleza

Desarrollo tecnológico, libre comercialización de bienes y servicios, abaratamiento de los costes de producción, acceso a mercados más diversos o mayor diversidad cultural: los beneficios de la globalización son evidentes. Pero este aumento de flujo de capital y personas tiene algunas consecuencias negativas: la cría de animales y sus condiciones, la producción intensiva o la convivencia entre fauna y humanos son caldo de cultivo para la aparición de nuevos virus que desemboquen en enfermedades emergentes. «No estamos libres de esas enfermedades y el cambio climático está jugando mucho en ese sentido», explica Zurriaga. El aumento de las temperaturas «hace que determinados vectores que no estaban presentes en España y no se reproducían aparezcan ahora, como el mosquito tigre».

Efectivamente, el tráfico ilegal de especies y la manipulación de animales –junto con la pérdida de biodiversidad, la degradación del medio ambiente, la contaminación o el cambio climático– están aumentando a una velocidad vertiginosa la probabilidad de que nos alcancen nuevos patógenos. El dato que arroja Fernando Valladares, biólogo e investigador del CSIC, es esclarecedor: «El hecho de que el 70% de las enfermedades emergentes sean zoonosis –enfermedades infecciosas que saltan la barrera entre los animales y los humanos– indica que hay muchas probabilidades de que volvamos a sufrir una pandemia».

Las enfermedades transmitidas por vectores representan aproximadamente el 17% de las infecciones y afectan a más de 1.000 millones de personas cada año

Es más: un gran número de personas van a vivir más de una a lo largo de su vida. «Se calcula que, hasta ahora, la probabilidad de que una persona sufriera una pandemia era del 38%, pero se espera que en los próximos diez años se duplique hasta superar el 76%», afirma. Serán, como señala este divulgador, «patógenos ante los cuales no tenemos desarrollada inmunidad de grupo o individual y, por tanto, somos muy vulnerables».

La comunidad científica lleva tiempo avisándonos: la continua pérdida de biodiversidad implica, en la mayoría de los casos, un aumento en el riesgo de transmisión de estas enfermedades. Un estudio de Ecologistas en Acción sobre biodiversidad y salud humana publicado en 2020 ya alertaba sobre este vínculo. Según sus cálculos, las enfermedades transmitidas por vectores representan aproximadamente el 17% de las infecciones y afectan a más de 1.000 millones de personas cada año.

«Ya antes de la llegada de la covid, un informe del Programa de Medio Ambiente de Naciones Unidas alertaba de que se estaba detectando un auge estadístico en brotes de enfermedades zoonóticas que no ha parado de crecer», explica Jesús Martín, responsable del estudio. «Si no detenemos la crisis de pérdida de biodiversidad, cada vez será mayor el riesgo de aparición de nuevas enfermedades infecciosas».

Jesús Martín: «En el fondo de todo siempre está la misma causa: un modelo erróneo de relación con la naturaleza»

La transformación de millones de hectáreas de terreno salvaje en tierras de cultivo ha multiplicado por tres el número de brotes epidémicos de enfermedades infecciosas en humanos, tal como indicaba hace unos años un estudio de la Universidad de Brown. Cuando se altera el entorno para el cultivo, se favorece la aparición de especies que son «más acogedoras» para microorganismos, lo que aumenta las posibilidades de generar enfermedades dañinas para las personas.

El rampante avance humano reduce la biodiversidad a pasos agigantados y esto hace que proliferen especies como las ratas o los murciélagos, que son las que mejor acogen a esos microbios tan perjudiciales para los humanos. Además, con la merma del entorno natural también van desapareciendo otros animales a los que tales patógenos no infectan y, por tanto, hacen de barrera ante su desarrollo y proliferación.

«Cuidar la salud de los ecosistemas es proteger la salud de la Humanidad. Debemos restaurar los hábitats degradados, detener la deforestación y la destrucción de tierras salvajes y dejar de tratar a la biodiversidad como un recurso a explotar para nuestro beneficio económico», apunta Martín. «En el fondo de todo siempre está la misma causa: un modelo erróneo de relación con la naturaleza», añade. Eso y un estilo de vida insostenible que urge cambiar. Para lo cual habría que empezar por «liberarnos de esa visión de que el crecimiento económico y material es la vara de medir el éxito de la civilización». Un éxito que, realmente, solo «se puede medir si decrecemos en indicadores económicos y crecemos en indi- cadores sociales, ecológicos, ambientales y de salud física y mental» , concluye.

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