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12
julio
2022

Si hay una persona comprometida con la divulgación científica, este es José Antonio López Guerrero (Madrid, 1962), profesor titular de microbiología de la Universidad Autónoma de Madrid y también colaborador habitual de programas de radio sobre investigación e innovación en su campo: la virología. Durante la pandemia del coronavirus, como muchos en la comunidad científica, cedió su mano para ofrecer soluciones y ayudar en la gestión de la crisis sanitaria, pero meses después y con la experiencia vivida, afirma que no hemos aprendido nada. 


¿Cómo era la vida de un virólogo antes de la pandemia?

Como la de cualquier científico: ir al laboratorio, ser docente en la universidad… La única diferencia es que, en mi caso, llevo 30 años siendo divulgador científico y ahora ejerzo de director de cultura científica en la Universidad Autónoma y en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa. Como miembro de la Sociedad Española de Virología he tenido que participar de muchas decisiones que tienen que ver con la virología. Durante la pandemia, en contra de mi voluntad, tuve que tomar cierto papel protagonista en muchos medios.

Muchos afirmaron, de hecho, que la pandemia nos ayudaría a cambiar nuestros hábitos, y definían el contexto como una oportunidad para ser mejores, especialmente en nuestra ambicón climática y conciencia de la fragilidad humana. ¿Realmente hemos aprendido algo?

No mucho. Nos hemos dejado tutelar por los Gobiernos y cuando han dejado de tutelarnos hemos decidido volver a la etapa prepandémica, con mucha más hambre de ocio y libertad (mal entendida) que la que se supone que teníamos que tener en una época donde el virus sigue presente y la no obligatoriedad de muchas cosas no significa no ser responsable o no hacer nada. Pero los dirigentes tampoco han aprendido: no hemos hecho pedagogía de la pandemia más allá del tutelaje y ahora, por cuestiones electoralistas, el mensaje se ha dado de forma errónea diciendo que la pandemia ha terminado cuando seguimos padeciendo mutaciones que podrían poner en riesgo todo lo alcanzado.

¿Y qué deberíamos haber aprendido? ¿Contamos con los protocolos suficientes para próximas pandemias?

Hemos cerrado los ojos y desaprendido todos los mecanismos de responsabilidad como la higiene, la ventilación, evitar sitios con afluencia y aire público, teletrabajo –que es una opción muy buena para evitar estas pandemias pero también los retos climáticos y de conciliación familiar–. Ni siquiera hemos conseguido que se apueste más por la sanidad, la educación o concienciación pública en los colegios. Yo creo que hasta hemos retrocedido, porque se ha generado una resistencia a seguir instrucciones para futuras pandemias.

La vacuna es uno de los inventos de la humanidad que más vidas ha salvado a lo largo de la historia, y gracias a ella miles de personas han podido mejorar altamente sus condiciones de salud. ¿Somos conscientes de lo que nos ha comportado este invento? ¿Cómo valoras los movimientos antivacunas que surgieron durante la pandemia?

La vacunación es uno de los grandes hitos de la humanidad, junto a la potabilización o las reproducciones verdes que doblaron la producción de alimentos en el mundo. Siempre han existido movimientos anticosas –por ejemplo, la antitecnología, con voces de que se está acabando con la industrialización–. En el caso de los antivacunas, estos son propios de países desarrollados donde justamente gracias a las vacunas llegan a la edad adulta y se permiten el lujo de bramar contra lo que los mantiene vivos. En los países pobres su lucha es conseguir el máximo número de vacunas posible. Luego hay los reacios por temor, que son los que han recibido información enfrentada por parte de muchos grupos. Ya en 2019, la OMS afirmó que los reacios a la vacuna eran uno de los diez problemas de salud más grandes del mundo. Hay que seguir haciendo pedagogía en este sentido.

«Siempre habrá un equilibrio entre lo que podamos combatir y lo que la naturaleza pueda causarnos»

El avance de la medicina nos ha llevado a un escenario donde vemos factible la erradicación de toda enfermedad en un futuro próximo. ¿Es esto posible? Es más, ¿sería este un escenario deseable?

No creo que podamos acabar con todas las enfermedades del mundo nunca. Nuestro sistema inmunológico evoluciona constantemente y cada vez más patógenos saltan de especie a especie, hasta llegar a nosotros. Ya hemos sido testigos de como, a partir de los setenta, la mayor longevidad hacía surgir enfermedades que hasta el momento no eran preocupantes porque no llegábamos a esas edades, como la demencia senil, el Alzheimer o algunos tumores. Una mayor esperanza de vida hace es sinónimo de enfermedades propias del envejecimiento. Y a esto se le suma que cada vez llegamos a más sitios de la Tierra donde no habíamos estado, entrando en contacto con patógenos desconocidos. Sin embargo, en la evolución siempre habrá un equilibrio entre lo que el hombre puede combatir y lo que la naturaleza y los patógenos puedan causarnos.

El cambio climático es una realidad evidente, e informes como el del IPCC muestran resultados que ya no podemos obviar. ¿Qué efectos directos tienen sus efectos en el campo de la virología?

El cambio climático influye de muchas formas. Una de las más evidentes es que provoca que vectores y transmisores de patógenos tengan una mayor zona terrestre donde actuar. El caso más conocido en España sería el mosquito tigre, propio de zonas más tropicales y vector del dengue, el zika o el chikungunya.

Por otro lado, desde hace unas décadas vemos cómo cada vez hay más especies en peligro de extinción por causas humanas. De hecho, un informe de la ONU publicado en 2019 estimaba que un millón de especies animales y vegetales están ahora en peligro de extinción. ¿De qué forma aumentan los riesgos de supervivencia de la humanidad estas alteraciones?

El hombre extingue la naturaleza y la biodiversidad allí donde prolifera. Por poner un ejemplo –aunque lejano– los apanui, indígenas de la Isla de Pascua, destrozaron la isla con sus calas. Ahora somos muchos más habitantes y, por tanto, hemos modificado mucho más nuestros territorios. Los humanos somos la especie más adaptada y que más impacto provoca en el resto, y estamos acabando con millones de especies de las que no somos conscientes de su existencia. Esto afecta a la virología porque cada vez somos más y más hacinados, interactuando cada vez más con animales y su tráfico –la llamada medicina tradicional, por ejemplo, utiliza especies como el rinoceronte blanco por sus supuestas propiedades mágicas y afrodisíacas poniendo en peligro su supervivencia y de otras especies. A ello se suma la capacidad de zoonosis en todo el globo.

En numerosas ocasiones has defendido la necesidad de reforzar y fortalecer la sanidad pública. ¿Qué cambios necesitamos para tener una estructura sanitaria robusta?

España siempre ha presumido de tener una sanidad pública universal, y puede que sea cierto, pero somos uno de los países de Europa con menor número de camas hospitalarias e inversión. Por lo tanto, es imperativo que se invierta en sanidad, pero de una forma estable, no puntualmente tras la pandemia o a costa de los profesionales que se jugaron la vida por nosotros durante unos meses. También es importante aumentar la innovación y el desarrollo sanitario y clínico, para evitar tener que comprar en otros países, lo que ralentiza la eficiencia de nuestro sistema. Sin ciencia no hay futuro, y ciencia y sanidad deben ir de la mano.

«Los políticos han hecho una utilización partidista de la pandemia para competir por ver quién permitía más libertad»

En tu libro, Coronavirus, anatomía de una pandemia, haces un relato reflexivo y crítico sobre cómo nos ha afectado la crisis sanitaria. ¿Cómo explicaremos esta situación a las futuras generaciones?

Lamento la utilización partidista de la pandemia, donde nuestros políticos ni de lejos han estado a la altura de la emergencia en la que ha estado nuestro personal sanitario mientras ellos se afanaban en competir por quién permitía más libertad, lo que ha derivado en un desencanto social y un número innecesario de muertes. Hay un claro retroceso de la esperanza de vida en algunas comunidades, como Madrid, que ha bajado unos 3,5 años de media. Hemos visto luchas lamentables en lugar de remar todos en la misma dirección. A nivel europeo tampoco ha habido una coordinación: no ha habido unidad en las condiciones de viaje –ni siquiera la hubo entre las comunidades autónomas españolas–. Esto se debería cambiar y, para otras pandemias, tenemos que pedir a las generaciones futuras que apuesten por un sistema político menos electoralista y más funcional.

Hace unos meses se localizaron algunos casos de la viruela del mono, hecho que hizo saltar de nuevo las alarmas sanitarias. Sin embargo, parece que, por el momento, la situación está bajo control. ¿Tenemos razones para alarmarnos?

Pandemias como la viruela del mono pertenecen a nuestro futuro más próximo. Los científicos ya advirtieron que los brotes africanos del estilo de este virus zoonótico serían cada vez mayores. Tenemos que estar alerta en todos los sectores. Por ahora no diría que es un virus preocupante, pero debemos hacer un seguimiento de cerca. Recordemos el caso del VIH: se produjo una estigmatización contra un colectivo hasta que luego se demostró que el virus tenía un mayor recorrido; estos brotes y otros que se sucederán nos deberían hacer pensar en un cambio en la estrategia de vigilancia mundial. No podemos caer en la trampa de pensar que lo que pasa en lejanos países no nos afecta a nosotros.

«Me preocupa la poca visión como especie que tiene el ser humano»

Se ha especulado mucho sobre la posibilidad de entrar en un futuro donde las armas bioquímicas sean una de las mayores amenazas del mundo. ¿Es plausible? 

Técnicamente, fabricar de la nada el virus de la viruela, por ejemplo, es plausible. Hay leyendas que explican que algunos países almacenan viruela para su futuro uso, pero de momento no podemos hacer afirmaciones. Sin embargo, es posible, y se ha hecho en otros momentos de la humanidad. Por ejemplo, los otomanos lanzaban cadáveres a través de las murallas de las ciudades cristianas como arma biológica. Hemos visto también como en Ucrania se han utilizado armas químicas. Por tanto, la voluntad y la grandeza del ser humano van de la mano de su potencial más miserable y destructor.

¿Cómo tenemos que prepararnos de cara a un futuro donde las armas biológicas sean una realidad recurrente? ¿Qué aspectos de nuestra vida se verían modificados?

No lo tengo claro. Con grandes organismos de diálogo, voluntad real humana… Pero eso es una utopía. Vimos grandes avances en esta dirección después de la Segunda Guerra Mundial tras la creación de las Naciones Unidas, pero ahora está perdiendo toda su función con países gobernados por dirigentes que se sobreponen a los intereses de estos organismos. Ahora estamos en manos de grandes superpotencias como China, Rusia o Estados Unidos que vetan la dirección del control de este tipo de armamento. El panorama es incierto, y más cuando el techo de viabilidad humana de la Tierra se está rozando.

¿Cuál es tu principal preocupación de cara al futuro de la humanidad? 

Aparte de que estamos creciendo por encima de nuestra capacidad planetaria, lo que me preocupa es que no hay interés de nuestros gobernantes, a ninguna escala. El panorama de poco altruismo planetario es lamentable. Es cierto que no todos los virus son malos –de hecho, fue un virus el que nos convirtió en mamíferos y estos se pueden aplicar a terapias génicas y otras soluciones de salud–. Lo que me preocupa es la poca visión como especie que tiene el ser humano.

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