Sociedad

‘Cuadernos para el diálogo’, pasos discretos hacia la democracia

La revista, nacida en 1963, defendía los valores democráticos a través de la pluralidad periodística. Con ella, su fundador, el exministro franquista Joaquín Ruiz-Giménez, se ganó el título de traidor, pero también el de precursor del consenso político de la Transición.

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28
noviembre
2022
Joaquín Ruiz-Giménez, fundador de ‘Cuadernos para el diálogo’, recibido por Felipe González en 1983 en La Moncloa.

Hay dos formas mediante las cuales una persona llega a conformarse con el statu quo, una pública y otra privada. Conformarse públicamente significa que el individuo cambia su comportamiento solamente para encajar en el grupo. Al contrario, el conformismo privado conlleva una convicción genuina de que lo que piensa la mayoría es cierto. Si llevamos estas perspectivas a un terreno político, ¿qué cabe esperar de aquellos que viven bajo un Estado dictatorial? Como mínimo, que se conformen con las directrices de su líder: algunos confiando en él; otros, fingiéndolo. En estos Estados, no obstante, siempre hay minorías que se enfrentan al miedo y que se atreven, con razón o no, a cuestionar el orden establecido. Ellos son los brotes del porvenir, los que poco a poco van convenciendo al resto para que también alcen la voz. Al fin y al cabo, ¿arriesgaría alguien su integridad si la convicción no fuera real? Las minorías, indiscutibles portadoras de conformismo privado, son revolución. En nuestro país, una de ellas creó Cuadernos para el diálogo, la revista que acompañó a los españoles a la Transición democrática.

A finales de los años cincuenta, en pleno aperturismo franquista, el abogado Joaquín Ruiz-Giménez empezó a sentirse incómodo con sus actos y sus amistades. Nunca había sido un guerrillero marxista precisamente: era embajador de España ante la Santa Sede, ministro de Educación Nacional y falangista. No obstante, reconoció que su entorno ya no estaba en sintonía con su idea de la sociedad moderna. A este cierto aperturismo colaboraría la celebración del Concilio Vaticano II: le ayudó a entender que España, al igual que la Iglesia, merecía estar abierta a una renovación moral.

Estas ideas le costaron el puesto en el Gobierno, lo que le llevó de vuelta a la vida académica en la Universidad de Salamanca. Allí fue donde fundó, junto a otros intelectuales, la revista Cuadernos para el diálogo, una herramienta informativa comprometida con la pluralidad política y los valores democráticos escrita por quienes querían cerrar pacífica y definitivamente el capítulo de la Guerra Civil. El primer editorial, lanzado en octubre de 1963 bajo el título Razón de ser, decía así: «[Los Cuadernos] se niegan a ser coto patrimonial de un grupo y más aún trinchera de un club ideológico o de una bandería de presión. Fundados con esperanza por universitarios, por hombres de profesiones liberales y por obreros, por gentes ya maduras y por otras más jóvenes, en alentadora coincidencia de inquietudes y de ilusiones, están abiertos a todos los hombres de buena voluntad, hállense donde se hallen y vengan de donde vinieren, más atentos al fin de la marcha colectiva que al punto de procedencia».

‘Cuadernos’ era el espacio de convivencia entre las fuerzas progresistas seguidoras del régimen y las fuerzas moderadas alejadas del mismo

Cuadernos, según sus autores, era el espacio de convivencia entre las fuerzas progresistas seguidoras del régimen y las fuerzas moderadas alejadas del régimen, haciendo especial hincapié en los de fuera: «Solo tres cualidades se exigen para lograr presencia activa en estas páginas: un mutuo respeto personal, una alerta sensibilidad para todos los valores que dan sentido y nobleza a la vida humana y un común afán de construir un mundo más libre, más solidario y más justo», continuaba la primera publicación.

El proyecto surgió de la forma más moderada posible y de la mano del personal más moderado posible, razón por la que consiguió ser siempre legal. O casi siempre: en 1974, el Gobierno secuestró una edición dedicada a la Revolución de los claveles. Fue la forma en que el entonces Presidente Arias Navarro advirtió a los colaboradores de que su crítica ponía en peligro la llamada «pureza ideológica». Y no se equivocaba: aquellos textos burlaron la censura hasta convencer a numerosos lectores. 

Desde 1963 hasta 1978, Cuadernos para el diálogo encaminó a España hacia los valores de la democracia. Fue una revolución paulatina, iniciada desde dentro del sistema e insuficiente para algunos, pero al fin y al cabo contribuyó –en una medida mayor o menor– al cambio de paradigma. Así, una vez cumplida su tarea, la revista desapareció. Puede que se ahogara en su propio éxito: ¿era necesaria en una sociedad que a priori dejaba atrás el fascismo? Cuadernos, sin embargo, siempre se recordará como un referente de la cultura progresista de los años sesenta, cuando Ruiz-Giménez no solo consiguió divulgar su modelo de sociedad, sino que plantó cara al conformismo público: ese en el que se ha de obedecer para pasar desapercibido.

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