La historia se repite porque las pasiones se repiten
Los movimientos sociales tienen en su origen motivaciones individuales: hay personas que sienten la pasión del poder y es lógico que sean ellas las que ocupen los puestos de mando. Y es que, cuando un individuo sometido a su motivación tiene los recursos necesarios, buscará una misión que le justifique y que mueva a sus súbditos a hacer los sacrificios necesarios.
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COLABORA2022
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Bertrand de Jouvenel ha argumentado que el poder político se amplía y refuerza continuamente. El estudio de la historia me lleva a pensar que la voluntad de poder es una manifestación de un deseo más amplio, que se manifiesta de muchas maneras y al que denomino pulsión expansiva. Se manifiesta en el afán expansionista de las naciones, de las empresas, de las religiones, en el deseo del alpinista por subir a la cumbre más alta, del deportista por batir una marca, del creador por conseguir una gran obra o del yogui por alcanzar la liberación. Esa pulsión expansiva hace que disfrutemos con la ampliación de nuestras propias posibilidades, lo que es un ingrediente básico de la felicidad subjetiva. Algunas personas lo experimentan al lograr progresar en algo, y otras al ampliar su poder. Pero la pulsión expansiva es la misma.
Los movimientos sociales tienen en su origen motivaciones individuales. Hay personas que sienten la pasión del poder y es lógico que sean ellas las que ocupen los puestos de mando. Son las únicas a las que vale la pena el esfuerzo para conseguirlo. La consecuencia es que las instituciones sociales están dirigidas por individuos que anhelan el poder.
Esta afirmación no es peyorativa. El resto de las personas prefieren obedecer, vivir cómodamente o carecen de incentivo para esforzarse. Según Robert Carneiro los kikuyu no sintieron ningún interés en aumentar su producción de mandioca hasta que la llegada de los blancos con mercancías atractivas animó a los indígenas a trabajar más para poder comprarlas. Encontrar la felicidad en la satisfacción de las necesidades de nutrición, pertenencia y descanso favorece la implantación de culturas estáticas.
Los estados no surgen por un pacto democrático. «Nacen a partir de las jefaturas por medio de la competencia», escribe Jared Diamond. «Las conquistas o la presión externa; la jefatura con el proceso de toma de decisiones más efectivo tiene mayor capacidad para resistir las conquistas y superar otras jefaturas. Por ejemplo, entre 1807 y 1817 las decenas de jefaturas independientes del pueblo zulú en el sudeste de África que tradicionalmente se enfrentaban entre sí, se agruparon en un solo Estado liderado por uno de sus jefes, Dingiswayo, que derrotó a los demás jefes demostrando mayor valía para reclutar un ejército, resolver disputas, incorporar jefaturas vencidas y administrar un territorio».
La lógica política del enriquecimiento mediante la expansión ha supuesto la aparición de imperios como una de las principales formas de poder
Los imperios son la culminación de la pasión expansiva. Burbank y Cooper, en Imperios (Crítica, 2011) lo definen como un modo de unión política que no pretende representar a un solo pueblo. Son grandes unidades políticas, son expansionistas o tienen nostalgia de expansión territorial, son gobiernos estatales que mantienen las diferencias y las jerarquías a medida que van incorporando otros pueblos. En cambio, la nación-estado se basa en la idea de un único pueblo, un único territorio. El concepto de imperio supone que los diferentes pueblos que forman el Estado se gobiernen de diferente manera.
Podría decirse que el Imperio es una nación de naciones. La lógica política del enriquecimiento mediante la expansión ha supuesto la aparición de imperios como una de las principales formas de poder: «Los faraones egipcios, los asirios, los reyes Gupta del sureste asiático, la dinastía Han de China, los pueblos túrquicos, así como otros de Asia Central, los persas, los mandinkas y los songhay de África occidental, los zulúes de África meridional, los mayas de Centroamérica, los incas de América del Sur, los bizantinos y los carolingios del sureste y norte de Europa al igual que los califatos musulmanes, utilizaron la estrategia flexible de la subordinación de otras gentes para crear imperios, esto es, grandes Estados expansionistas que incorporan, a la vez que diferencias, a sus individuos».
Hablo de este tema porque acabo de leer con gran interés el libro de Mario Liverani, Assiria:la preistoria dell’imperialismo. La aparición de imperios a lo largo de toda la historia merece una explicación. Liverani estudia el modelo asirio y constata que se ha repetido a lo largo de la historia. La ideología imperial que se articuló y puso en práctica en Asiria, se ha repetido hasta la actualidad.
Los reyes asirios tenían encomendada una misión por los dioses. Todos los obsesos del poder modernos se han sentido también investidos de una misión transcendental. En España se veía incluso en las monedas: Franco, caudillo de España por la gracia de Dios. Por cierto, en los Puntos Fundamentales de la Falange que nos hacían aprender a los niños en la escuela se afirmaba: «Tenemos voluntad de Imperio. Afirmamos que la plenitud histórica de España es el Imperio. Reclamamos para España un puesto preeminente en Europa». Para los constructores de imperios esa misión consistía fundamentalmente en la expansión del país. En la fórmula de entronización de los reyes asirios se decía. «Con tu cetro justo ensancha el país. Y Asur te dará autoridad y obediencia, justicia y paz».
A Churchill le dirigió una idea durante su carrera política: una nación que no encuentra nada por lo que luchar es una nación en decadencia
Krishan Kumar admite también esta justificación moral expansiva de los imperios. Cada uno se apropió de una misión. Extender la civilización y después el cristianismo (Roma), proteger la religión (Habsburgo), la ortodoxia (Rusia), la extensión del islam (musulmán), la libertad y la civilización (Imperio británico), los derechos (Francia), el proletariado (URSS). Señala también que todos los imperios posteriores a Roma lo tomaron como modelo. Ser imperio significaba ser, como Roma, imperium sine fine, sin límites en el espacio ni en el tiempo. Es lo que, según Virgilio, Júpiter prometió a los romanos. El imperio romano de Oriente fue liquidado por los otomanos en 1543. Pero el sultán Mehmed II contrató a humanistas italianos para que le leyeran las historias de Heródoto y Tito Livio sobre las glorias de Grecia y Roma. «Nadie duda –le aseguró el erudito bizantino Jorge de Trebisonda– de que vos sois el emperador de los romanos».
Implícitamente, la misión civilizadora –la pesada carga del hombre blanco– establece la diferencia entre un país central, regido por valores supremos gracias a la activa atención del dios nacional, y una periferia que alcanzará esa dignidad según vaya siendo admitida en el Imperio. Es la distinción islámica entre dar es salam (mundo en paz, interior) y dar el-harb (mundo en guerra, exterior). El Imperio intenta civilizar a los bárbaros.
En 1899, Churchill publicó The River War: An Historical Account of the Reconquest of the Sudan, un libro en que, según Robert Kaplan, muestra ideas sobre el poder que van a dirigir toda su acción política: una nación que no encuentra nada por lo que luchar es una nación en decadencia. «Porque cuando, como ocurrió en el Estado romano, ya no hay mundos que conquistar ni rivales que destruir, las naciones cambian el deseo de poder por el amor al arte, y así, por medio de una debilitación y un declive graduales pero continuos, pasan de las vigorosas bellezas de los desnudos a los atractivos más sutiles de los vestidos, y entonces se sumen en el verdadero erotismo y la máxima decadencia».
Era fácil esperar algo así, porque el joven Winston Churchill había tomado parte en «un montón de estupendas pequeñas guerras del Imperio británico contra pueblos bárbaros», según su confesión. En una de esas guerras estupendas escribió: «Avanzábamos de manera sistemática, pueblo por pueblo, y destruíamos las casas, cegábamos los pozos, derribábamos las torres, cortábamos los arboles umbrosos, quemábamos las cosechas y demolíamos las presas, produciendo una devastación punitiva». Churchill defendía esas atrocidades porque «la estirpe aria está destinada a la victoria». Culpaba a la gente de la India de la hambruna provocada por la mala administración británica, porque «se reproducen como conejos». Y añadió: «Detesto a los indios. Son un pueblo asqueroso con una religión asquerosa». (Tomo las citas de Hari, J. “The two Churchills”, The New York Times, 12 agosto 2010).
Liverani se pregunta cómo pudo darse la transmisión histórica de la ideología imperial asiria a los imperios de la modernidad o de naciones sin relación con Asiria. Intenta buscar enlaces históricos, bien en su rama oriental como en la occidental. Es posible que tenga razón, pero creo que olvida el motivo que me parece más claro: la pasión del poder es expansiva y sólo es limitada por otro poder. Cuando un individuo sometido a esta pasión tiene los recursos necesarios, buscará una misión que le justifique y que mueva a sus súbditos a hacer los sacrificios necesarios.
Este contenido forma parte de un acuerdo de colaboración del blog ‘El Panóptico’, de José Antonio Marina, con la revista ‘Ethic’.
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