Medio Ambiente

Agenda 2030: dos velocidades, un planeta

Siete años después de la aprobación de la Agenda 2030, todavía cada país tiene una serie de compromisos que cumplir. Sin embargo, la brecha entre naciones ricas y pobres no ha hecho más que evidenciarse a la hora de tomar medidas en favor del planeta y de la diversidad de especies. ¿Podrán los países menos desarrollados mantener el pulso?

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27
septiembre
2022

Era septiembre de 2015 cuando los 193 miembros de las Naciones Unidas aprobaron la Agenda 2030 en un intento por aunar desarrollo con respeto al planeta. Un total de 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), más de 167 metas. La primera de todas ellas: el fin de la pobreza. En la actualidad, la pobreza sigue afectando a más de 700 millones de personas (es decir, un 10% de la población global) en un grado extremo, por lo que este objetivo resulta una imperiosa prioridad para los países menos desarrollados, que son mayoría en nuestro planeta.

Sin embargo, son estas mismas naciones las que más obstáculos se están encontrando para cumplir los ODS. Las dificultades económicas, el subdesarrollo estructural y los problemas sociales parecen lastrarles ante esta iniciativa. Siete años después del histórico acuerdo, una pregunta palpita con insistencia: ¿podrá el mundo, en uniformidad, cumplir con la Agenda 2030? ¿O, más bien, el pacto se convertirá en un frustrado intento por alcanzar un desarrollo sostenible?

Si bien la ONU sigue siendo hoy en día una organización de transversalidad nacional, el primer escollo para el cumplimiento de la Agenda 2030 en plazo es que ni siquiera todos los países pertenecen a ella, ya sea por voluntad soberana o por exclusión, al tratarse de regímenes inaceptables conforme las normas de la institución. El número puede ser marginal, pero desluce por sí mismo la globalidad de las medidas. No obstante, los países que sí atienden a la Agenda también tienen sus inconvenientes, más relacionados con la condición política, diplomática y económica –además de la climática– que cada uno tiene.

Por eso, la Agenda no es igual para aquellos países que disfrutan de una cierta estabilidad ambiental que para los que sufren catástrofes naturales motivadas por el cambio climático de manera recurrente. Y, sin duda, el lastre más significativo en este asunto tiene que ver con la organización humana, es decir, la sociedad.

El primer escollo para el cumplimiento de la Agenda 2030 es que ni siquiera todos los países pertenecen a ella, ya sea por voluntad soberana o por exclusión

Los países más desarrollados, como los Estados miembros de la UE, Estados Unidos o Canadá sí parecen estar avanzando en el cumplimiento de los ODS con buen desempeño. Así lo especificó Bertelsmann en su último informe anual al respecto. Más allá, los países escandinavos lideran la lista comenzando por Suecia (84,5 puntos sobre 100), Dinamarca (83,9) y Noruega (82,3). Por abajo seguimos encontrando naciones del occidente europeo, como Reino Unido, en el puesto décimo de la lista. Canadá ocupa el puesto decimotercero y Australia, el vigésimo. Descendiendo un poco más se aglutinan el resto de los países ricos: Estados Unidos (25º posición) o España, en el trigésimo lugar. Sin embargo, más abajo comienzan a aparecer naciones latinoamericanas, como Chile en el puesto 42 o México en el 56, Perú en el 81 y Colombia en 91º posición.

La clave, sin embargo, la ofrece India: según el informe, no cumple ninguno de los objetivos, entre los que destacan con más urgencia invertir en la erradicación del hambre, en justicia, paz social y la consolidación de unas instituciones estatales sólidas. Si miramos un poco más a fondo veremos que el subcontinente sí ha conseguido reducir las tasas oficiales de pobreza a la mitad, minimizar la mortalidad materna en tres cuartas partes, reducir las emisiones de CO2 e incrementar el acceso de la población a agua potable, entre otros. Pero el ritmo para alcanzar los objetivos fijados sigue siendo muy inferior a lo que esperan los ODS. Tampoco está mucho mejor África, a excepción de algunas naciones del Magreb y de Sudáfrica.

¿Cuál es la diferencia, entonces, entre las actuaciones de las naciones? Los progresos se sostienen, como siempre que hablamos de Estados, en dos factores: en el compromiso político y estructural por atender unas reformas o proyectos y en el contexto de las relaciones diplomáticas y sociales que deben mantener. Las naciones occidentales suelen ofrecer unas instituciones saneadas, fieles al marco legislativo que las refrenda y envueltas en un marcado proceder democrático: la aprobación de leyes, los consensos políticos, la posibilidad de zigzaguear las desigualdades que produce todo cambio en la sociedad mediante ayudas económicas a empresas y a la ciudadanía.

En los países menos industrializados, los conflictos entre las culturas tradicionales y las que se han ido globalizando también suponen cierto obstáculo para los ODS

Además, su punto de partida suele ser el de un alto grado de industrialización, estados de paz social y entre países o la estabilidad que dota la pertenencia a organizaciones supranacionales, como es el caso de la Unión Europea para sus miembros. Pensemos, en el caso del Viejo Continente, que ante los vaivenes políticos que ofrece el sistema democrático en los comicios, los acuerdos a largo plazo alcanzados en la Eurocámara permite mantener una coherencia en la actuación del bloque europeo.

Esto no suele suceder en aquellos territorios menos industrializados. Muchos de ellos parten de la inestabilidad social, un bajo desarrollo previo y escasa industria. Además, existen conflictos entre las culturas tradicionales, autóctonas, y las que se han ido globalizando. Es el caso de algunas naciones de Sudamérica con los grupos nativos del Amazonas –un conflicto arrastrado desde el siglo XIX y agudizado en el pasado siglo–, en India y su rica diversidad, en el mosaico del lejano oriente o en África, con multitud de facciones dentro de cada país. Incluso ocurre en la muy desarrollada Australia con los aborígenes.

Misma especie, idéntico planeta

¿Cómo podemos atajar estas desigualdades? Con el fin de evitar que se conviertan en una sima insalvable existen algunas medidas que pueden ayudar a armonizar los progresos con los compromisos de la Agenda 2030. De la misma manera que para alcanzar una buena salud nuestra mente debe tener la mayor estabilidad posible, un Estado debe hallar la mejor de las armonías en su discusión política. En otras palabras, necesita estabilidad nacional.

El equilibrio entre los diversos intereses que se mueven en el seno de un país se ataja mediante el diálogo, que más que hablar implica escuchar a las diferentes miradas sobre la idéntica realidad. Aquellas naciones que poseen culturas milenarias, guerrillas o un intenso enfrentamiento entre clases sociales deben, primero, resolver estos conflictos mediante el entendimiento para, tomando ese sustrato firme como base, reformarse lo suficiente como para garantizar la lealtad de funcionarios e interlocutores institucionales. De esta manera, las actuaciones fluyen con una elevada eficiencia.

Por último, un compromiso activo por parte de gobernantes y aspirantes a la política, avalados por la concienciación social. En este sentido, la inversión acorde a los derechos humanos, la igualdad y el reconocimiento en el semejante son imprescindibles. Aquellos Estados que se encuentren muy distantes de los ODS en su punto de partida quizá no alcancen a cumplirlos en 2030, pero los que sí posean una mayor estabilidad necesitan, ante todo, voluntad política y social dentro de sus posibilidades económicas.

Detrás de cada una de estas posibles soluciones se encuentra un principio esencial: el apoyo mutuo entre naciones. Es esencial que, dentro de las posibilidades y sin olvidar a sus propios ciudadanos, los países más desarrollados acompañen en el proceso a los menos ricos que así lo soliciten, con respeto a sus recursos y a su hacer político, sin mayor intervencionismo que el estrictamente requerido por ellas mismas.

Puede parecer utópico, pero aún es posible llevarlo a cabo. Estamos a mitad de camino del recorrido. Apenas quedan poco más de siete años para alcanzar 2030. Desconocemos qué nos deparará el futuro, tanto en una dimensión individual como colectiva, y menos ante un panorama caótico, bélico, pandémico, azotados por un cambio climático que ha acelerado en sus consecuencias en los últimos años. De nuevo, la esperanza y la razón son nuestras armas más potentes. Y ante el desafío podemos pulir la voluntad de inventar soluciones y ofrecer colaboración. Como reza el dicho popular, «más vale prevenir que curar». Sanemos, pues.

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