Opinión

La gran evasión

Ante la perspectiva de un futuro incierto y adverso, la humanidad elige desconectar por completo, huir hacia el desastre y despreocuparse de todo lo que no constituya un frugal disfrute del ahora. Pero ¿acaso desaparecen así los problemas que nos acechan?

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Eugenia Loli
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23
agosto
2022

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Eugenia Loli

La humanidad está de vacaciones, pero no es que estemos de brazos cruzados. De hecho, vivimos en un estado permanente de hiperactividad, y lo hacemos incluso en las circunstancias más contraindicadas, cuando toca descansar. Al fin y al cabo, la modernidad implica «correr estresado a tu clase de mindfulness» o «buscar vuelos baratos desde un móvil muy caro», como ironizan los de PutosModernos.

Se trata de unas vacaciones mentales y emocionales que muchos iniciaron cuando la pandemia empezó a dar un respiro: no pocos aún continúan instalados en un paraíso de hedonismo, indiferencia, desinformación o procrastinación (o incluso una mezcla de todo ello).

Al mismo tiempo, proliferan los adalides de la motivación y el crecimiento personal, que siempre tienen una frase positiva para contrarrestar cualquier mala vibra. «Preocuparte no te quitará los problemas de mañana, pero sí la paz de hoy», postean. Frases de usar y tirar, como casi todo lo que consumimos. Una suerte de remake de estoicismo barato. ¡Fuera ansiedad! Hemos llegado al culmen de la autoayuda.

Con un futuro incierto, proliferan los adalides de la motivación, que siempre tienen una frase para contrarrestar cualquier ‘mala vibra’

Hace poco, Almudena Ariza comentaba en Twitter que «cada vez más gente desconecta de las noticias por salud mental» y reconocía que ella misma está sucumbiendo. Con ello propone una reflexión a los colegas periodistas, porque «hemos causado saturación y malestar». Pero ¿realmente los medios de comunicación han de suavizar la realidad?

Permitirse un descanso es perfectamente normal y recomendable. Ni siquiera hace falta que seas una persona sensible para que te afecten –o incluso te sobrepasen– determinados acontecimientos de la vida y del mundo actual. Nada tendría de malo evadirse, máxime cuando se hace por auténtica necesidad, si no fuera porque en muchos casos se convierte en un carpe diem exacerbado. «Disfrutemos a tope mientras podamos» es, probablemente, el mantra más usado estos días, y hay quien no duda en convertirlo en: «Disfrutemos como descerebrados y no nos sintamos responsables de ninguno de nuestros actos». De repente, parece que no existe crisis de ningún tipo: ni sanitaria, ni económica, ni bélica, ni migratoria, ni climática, ni ecológica. O que al menos, mientras no nos salpique directamente y en este momento, no va con nosotros. «No quiero saber nada de nada», resuena en las conciencias de quienes se vacunan contra la preocupación. Pero ¿acaso no es nuestra capacidad de anticiparnos a los problemas lo que nos ayuda a evitar muchos de ellos?

La previsión es fundamental para muchos seres en el reino animal, como enseña la famosa fábula de la cigarra y la hormiga, y en este sentido el ser humano está demostrando no saber utilizar convenientemente su inteligencia. Ante la perspectiva de un futuro incierto y probablemente adverso, la humanidad elige desconectar por completo, huir hacia el desastre, acelerar el despilfarro y despreocuparse de todo lo que no constituya un frugal disfrute del ahora. ¿Dónde está el término medio?

La RAE define «evadirse» como «desentenderse de cualquier preocupación o inquietud». Ese parece ser, literalmente, el plan de muchos humanos: esperar a que las cosas ocurran, sin pensar hasta entonces en nada. Anestesiados e impasibles, confían en el futuro ciegamente para poder disfrutar del presente sin corsets.

Hoy en día existen muchas formas de evadirse de la realidad, mercadeándose con ellas muy lucrativamente. Algunas de las más demandadas son los videojuegos y los vídeos cortos, como reels o tiktoks: millones de personas viven enganchadas a este modo de entretenimiento, y podría ocurrir que en cuestión de pocos años sean muchas más las que prefieran viajar y relacionarse en un mundo virtual como el metaverso (al menos, claro, en los mejores sueños de Mark Zuckerberg). Lo peor es que sería perfectamente compatible con una distopía al estilo de Ready Player One o cualquier capítulo de Black Mirror.

Pero lo cierto es que la humanidad no se puede permitir más devaneos. Lleva varias décadas distrayéndose de los problemas que le pueden conducir a su propia extinción, causando la de cientos de otras especies. Y aunque seas meteorólogo y adviertas de las evidencias, pueden burlarse de tus palabras en directo y tacharte de fatalista, a lo Don’t Look Up, como ocurrió recientemente en la GB News británica, cuya presentadora quiere «que nos alegremos del tiempo» aunque su país se esté cociendo de calor y realmente vaya a suponer la muerte para un gran número de personas.

La humanidad lleva ya varias décadas distrayéndose de los problemas que le pueden conducir a su propia extinción

Otra prueba reciente de esa realidad paralela en la que viven muchos fue la feliz idea que tuvo una tiktoker al grabarse bailando mientras de fondo ardía un monte cerca de su casa o la de un excursionista que decidió grabar una avalancha de nieve mientras se le venía encima. Esa parsimonia ante catástrofes de graves consecuencias es, cuanto menos, preocupante. Y no solo eso: es tan cotidiana que asusta.

Pero más allá de abúlicos e inconscientes, también hay puros malhechores. Es bien sabido que aprovechan el estío para desplegar sus artes, ante el letargo de la mayoría. Lo estamos presenciando: pirómanos, ecocidas, mafiosos, ladrones, abusones y criminales de diversa ralea se lanzan a hacer su agosto. Históricamente, son numerosas las guerras que se han iniciado o impulsado en verano. Si ese letargo se prolonga más allá del verano, mezclado con gotas frías, síndromes posvacacionales y saturaciones varias, estaremos cada vez más cerca de confirmar las palabras del escritor Edmund Burke: «Para que triunfe el mal, basta con que los buenos no hagan nada».

La era del Antropoceno se acerca a un momento clave en que el tiempo apremia y cada decisión puede ser determinante. No es momento para la desidia, sino para la ciencia y la conciencia, para la ecuanimidad y la ejemplaridad. Por desgracia, que inventemos mil formas de evadirnos o que vivamos eludiendo la realidad no impide que las cosas sucedan; incluso las buenas, que también las hay, y deberíamos exponerlas y potenciarlas más.

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