Pensamiento

Vivir es atender

Antes del dominio de la pantalla, los elementos de resistencia a los que se enfrentaba la atención solían estar bien identificados. Y esta, de hecho, estaba unida a la conciencia del deber, siempre orientado desde el presente hacia el futuro. ¿Cómo entender la vida ahora que esta atención es ligera, fluida y manipulable?

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22
junio
2023

El filósofo francés Henry Bergson lo tuvo claro mucho antes de que la omnipantalla colonizara nuestras vidas: «Cuanto más reflexiono sobre la cuestión, estoy cada vez más convencido que la vida es, de comienzo a fin, un fenómeno de atención». 

Vivir es atender, y atender conlleva estirarse hacia algo, llegar más allá, expandirse. La atención amplía nuestros limites, pero a veces requiere de tensión. Atender es tensar, y la tensión exige un esfuerzo para conservarse. Toda tensión agota. Los procesos atencionales sostenidos en el tiempo, especialmente cuando demandan una fuerte tensión para mantenerse, fatigan. En estos procesos es importante tener en cuenta el tiempo que seamos capaces de resistir. Cuestiones como la atención y el esfuerzo caminan de la mano de la duración.  

La capacidad de atención es universal. Lo que nos singulariza, entre otras cuestiones, es el lugar donde la posicionamos, el grado de intensidad que ponemos, y la duración que seamos capaces de impulsar. 

Toda tensión se edifica en torno a una resistencia, de ahí la importancia de tomar conciencia del elemento al que desafiamos, es decir, saber cuál es la resistencia a la que tenemos que hacer frente. 

«Todo esfuerzo parte de la creencia en la posibilidad de cambio y, por lo tanto, en el dinamismo de los límites»

Este ha sido uno de los grandes cambios que hemos experimentado en los últimos años. Antes de la llegada de la omnipantalla, los elementos de resistencia a los que se enfrentaba la atención solían estar bien identificados. Sabíamos, por poner un ejemplo, que, subordinados a la consigna de nuestros deberes, teníamos que luchar por mantener la atención en clase y resistir contra algunas peroratas, confiando en que, a través de aquella lucha, ampliábamos el espacio de futuro (o al menos así lo creíamos). La conciencia del deber, orientado desde el presente hacia el futuro, ejercía de resistencia para la atención. Atender en clase o en el trabajo implicaba esforzarse por vencer esas resistencias. 

Cuando uno comprende lo que implica esforzarse, asume que el significado del mundo es flexible. Bajo esta perspectiva, el esfuerzo es una fuerza que se aplica contra una resistencia con la esperanza de vencerla y cambiar el devenir de los acontecimientos. En caso de inacción, la inercia toma las riendas de lo cotidiano y la dotación de sentido del mundo se configura al margen de nosotros. Todo esfuerzo parte de la creencia en la posibilidad de cambio y, por lo tanto, en el dinamismo de los límites. El inicio del esfuerzo es un acto de fe que requiere voluntad.

El problema aparece cuando las resistencias se hacen pasar por estímulos, borrando del imaginario del sujeto ese «enemigo al que hacer frente». Hemos perdido la conciencia de la resistencia. El deber se disfraza de entusiasmo y el esfuerzo solo se entiende desde una motivación apasionada. Sin darnos cuenta, los elementos de resistencia se han desdibujado, debilitando el control que teníamos sobre nuestros procesos atencionales. Las consecuencias son evidentes: la atención hipermoderna ha pasado de ser un aliado en la lucha contra las resistencias a ser la resistencia ella misma. El verdadero esfuerzo pasa por no dejar que la atención se disperse. 

La relajación de los deberes –transformados en elementos motivacionales– y la desaparición de resistencias a las que enfrentarse han configurado una atención ligera, fluida y manipulable. De ahí que, si vivir es atender, mucho me temo que estemos muertos en vida.

Que tengan un feliz verano.

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