Zenón de Elea, el genio de la desesperación
Referente de un pensamiento paradójico que hizo trizas la capacidad lógica de su generación, la obra del filósofo griego ocupa uno de los lugares más destacados de la historia de la filosofía, sentando el precedente incluso de importantes descubrimientos matemáticos.
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¿Podría Aquiles, el corredor más rápido de la historia de Grecia, ganarle una carrera a una tortuga? Según sostenía Zenón de Elea, por extraño que pueda parecer, la respuesta es no; al menos siempre y cuando el animal disponga de una mínima ventaja al comienzo del duelo. El filósofo griego sintetizaba su teoría de una forma más sencilla de lo que uno puede intuir en un principio: mantenía que en el tiempo que necesitaba Aquiles para recorrer el espacio de ventaja, la tortuga recorrería otro espacio, aunque más corto; a su vez, durante el recorrido hecho por Aquiles de ese espacio más corto, la tortuga avanzaría otro poco, y así sucesivamente, de modo que entre ambos siempre mediaría un espacio: como el espacio es infinitamente divisible, Aquiles nunca podrá alcanzar la meta en un tiempo finito.
Bajo esa teoría, sustentada en una oposición a la validez del espacio y la realidad del movimiento, se esconde un hombre nacido en la antigua zona de Elea, en el actual sudoccidente de Italia, en torno al año 495 a.C. Zenón, discípulo predilecto de Parménides, junto con quien se traslada a Atenas para enseñar filosofía, no elaboró ninguna teoría propia, sino que dedicó su vida a defender y desarrollar los razonamientos de su maestro, de los que el propio Aristóteles afirma en su obra Física que «producen dolor de cabeza a quienes intentan resolverlos».
En realidad, Zenón de Elea está considerado como el inventor indiscutible del razonamiento paradójico: el filósofo no demostraba directamente las tesis de su maestro, sino que discutía sus razonamientos hasta el punto de hacer ver estas conclusiones todavía menos aceptables que las suyas propias. En este sentido, tal y como hiciera Parménides, Zenón dedicó sus esfuerzos a demostrar la inconsistencia de las nociones de movimiento y pluralidad. Pese a que la paradoja de Aquiles y la tortuga es la que más ampliamente ha trascendido a lo largo de la historia, al filósofo de Elea se le atribuyen muchas más. No son meros pasatiempos: se trataba de paradojas a través de las cuales Zenón intentaba desacreditar las sensaciones. Al fin y al cabo, el filósofo era fiel a la creencia de que el universo o el ser es una sustancia indiferenciada, simple y única, pese a que pueda parecer diversificada para los sentidos.
Zenón no elaboró ninguna teoría propia, sino que dedicó su vida a desarrollar los razonamientos de su maestro, Parménides
Tan firmes eran las capacidades de Zenón a la hora de refutar opiniones contrarias a sus paradojas que, según cuentan los mitos, una vez, fruto de la desesperación, Antístenes se levantó y se puso a andar como forma de mostrar que el razonamiento de Zenón carecía de sentido. Este no se habría molestado: al parecer, simplemente se habría limitado a argumentar que Antístenes, con su acción, no había demostrado el movimiento; únicamente lo había mostrado.
Pese a que apenas han perdurado unos pocos fragmentos de la obra de Zenón, sus paradojas han jugado un rol decisivo en la historia de la filosofía, y es que aunque es evidente que pueden ser desmentidas fácilmente, su fuerza se halla realmente en la coherencia del razonamiento. El intento de resolver estas paradojas desde un punto de vista lógico mantuvo ocupados durante muchos años a una gran cantidad de filósofos griegos. Al margen de esta aportación, los razonamientos de Zenón constituyen también el testimonio más antiguo que se conserva del pensamiento infinitesimal, el cual sería desarrollado siglos después en la aplicación del cálculo infinitesimal –una matematización de la cual era ajena Zenón, evidentemente– surgido gracias a Leibniz y Newton.
La historia de Zenón es la de una persona que cimentó su obra sobre la desesperación de los mayores genios de su generación, incapaces de contrarrestar con eficacia sus teorías. Aunque ligado a lo largo de siglos a su paradoja de Aquiles y la tortuga, la realidad es que el trabajo de Zenón de Elea trasciende considerablemente a esta anécdota.
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