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«Llamamos locura a la ruptura de la narrativa común: sientes irte del género humano»

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Ivan Giménez / Seix Barral
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01
julio
2022

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Ivan Giménez / Seix Barral

Llevaba cuatro años dedicada a leer sobre el mismo tema, con páginas y páginas de libros que tenían decenas de frases subrayadas. Tomaba notas en cuadernos sobre lo que más le llamaba la atención y apuntaba en pequeñas cartulinas los asuntos en los que quería profundizar. Todo relacionado con el mismo asunto: la conexión entre la creatividad y la enfermedad mental, un interrogante que la venía persiguiendo desde mucho tiempo atrás. Su idea era escribir un libro al respecto, pero una tarde, después de hojear los cuadernos llenos de apuntes, se dijo a sí misma que no iba «a ser capaz de sacar de aquí nada en limpio». Rosa Montero (Madrid, 1951) pensó en tirar por la borda todo el trabajo realizado hasta entonces, convencida de que no iba a lograr abrirse paso entre tanto dato, pero «entonces cerré los ojos y me lancé de la misma forma en la que lo hago con mis novelas: pensando más con el corazón que con la cabeza». Así nació ‘El peligro de estar cuerda’ (Seix Barral), una obra que habla sobre el funcionamiento de la mente de los creadores y que es, a la vez, ensayo, autobiografía y ficción. Una suma de géneros para explorar la respuesta a una pregunta: ¿cuán cerca están los artistas de la locura?


¿Qué la llevó, en esta ocasión, a buscar las respuestas a las preguntas que tanto la han perseguido?

«Hace cuatro años, sin saber por qué, recibí una especie de telegrama en el inconsciente que me decía: el próximo libro vas a hacerlo concretamente sobre ese tema, ¡a ver si por fin llegas a explicártelo! Entonces me puse a estudiar, a leer y releer textos de especialistas y de científicos, a mirar biografías de otros autores y también a hacer un autoanálisis más riguroso. No es un libro testimonial, pero sí he usado mi propio análisis como vía de conocimiento de nuestras cabezas. He sido como un escarabajo estudiado por un entomólogo. Mientras lo escribía, me sentía caminando por un impenetrable bosque de datos. Al final llegué al claro y a saber que el mayordomo era el asesino. En ese sentido, para mí ha sido un libro tranquilizador». 

Montero lo describe así porque, para ella, El peligro de estar cuerda tiene algo de «indagación detectivesca». Se sintió como una suerte de Sherlock Holmes que buscaba desenredar un viejo misterio. Para responder a sus interrogantes plantea varios caminos. Una de las tesis que desarrolla –y que, como cada una de las planteadas, está siempre respaldada por estudios científicos– es que «ser raro no es nada raro». Montero cita una investigación de la Universidad de Yale, publicada en 2018, que señala que la normalidad no existe y que un rasgo poco frecuente no significa una anormalidad patológica. 

«Nos dicen que algo es normal, pero lo usan como sinónimo de habitual y normativo, de ese marco obligatorio con el que en realidad nadie concuerda. Como afirma el estudio de Yale, la normalidad es una construcción estadística derivada de lo que es más frecuente, y no hay una sola persona que atine respecto a la totalidad de los parámetros. Todo el mundo es divergente en algo: unos divergen más que otros, pero lo normal es ser raro». 

El cerebro de los creadores

Por esa pista continuó la tarea detectivesca de Rosa Montero, tras el intento de explicar lo que sucede en la mente de los creadores. «De todos. En esto da igual que seas el peor o el mejor artista: ambos tienen la misma cabeza», aclara. ¿Qué funciona de forma diferente en el cerebro de los artistas? ¿Hay alguna relación entre la creación y la alucinación? ¿Tienen los creadores un cableado cerebral particular que los acerque a quienes padecen trastornos mentales? No se trata ni mucho menos de un tema poco tratado. «Ningún genio fue grande sin un toque de locura», dijo Séneca. Por no hablar de las palabras de Diderot: «Cuán parecidos son el genio y la locura».

En su libro, Montero retoma varias de las explicaciones que se han ofrecido al respecto, brindando una completa bibliografía para quien esté interesado en profundizar en el tema. Pone especial énfasis en el estudio de la psiquiatra estadounidense Nancy Andreasen, de la Universidad de Iowa, que señala que «los escritores tienen hasta cuatro veces más posibilidades de sufrir un trastorno bipolar y hasta tres veces más de padecer depresiones que la gente no creativa». 

«Los artistas tenemos un cerebro inmaduro y anómalo respecto a la mayoría»

Después de estos años de lectura y documentación para el libro, ¿a qué conclusión llegó sobre el cerebro de los creadores?

«Somos gente que no ha tenido la poda neurológica que se produce en la primera etapa de la pubertad. El cerebro tarda mucho en madurar. Hasta los 30 años no lo hace del todo. El de los niños es un puro chisporroteo eléctrico, por eso tienen esa imaginación tan grande. Esa poda se da para concentrar el cerebro en lo útil y quitar las conexiones que son innecesarias. Les pasa a todos los seres humanos, menos a un 15% –quizá un poco más– que nos saltamos ese paso. Es decir: tenemos un cerebro inmaduro, anómalo, respecto a la mayoría. Ahí están los creadores. Tenemos cabezas mal cableadas, con problemas en la comunicación de las neuronas, lo que nos hace propensos a ciertos trastornos». 

Es posible, según señala Rosa, que los artistas sean personas más disociadas que la media. «Quizás la diferencia entre la creatividad y lo que llamamos locura sea tan solo cuantitativa», afirma en su libro, donde presenta el caso de varios artistas –sobre todo escritores– cuyas vidas pueden ilustrar el tema. Destaca la historia de la británica Virginia Woolf, que «habitaba en el penoso territorio de la psicosis. Fue hospitalizada repetidas veces e intentó suicidarse en varias ocasiones. Como ha dejado claro Virginia [Woolf], cuando sufres un trastorno mental, lo primero que te es arrebatado es la palabra. Y con esto llegamos al núcleo abrasador de lo que llamamos locura. Estar loco es, sobre todo, estar solo». 

En el libro de Montero están presentes, de principio a fin, las experiencias de diversos escritores: Mark Twain, Scott Fitzgerald, Emmanuel Carrère, Ray Bradbury o Louis Althusser, si bien se sienten con mayor fuerza las vidas de escritoras, como la estadounidense Sylvia Plath –que se suicidó a los 31 años–, o la neozelandesa Janet Frame, que pasó largas temporadas en psiquiátricos y que estuvo a punto de recibir una lobotomía. 

Entre las historias que usted presenta se destacan las de Emily Dickinson, Sylvia Plath y Janet Frame. ¿Por qué ellas?

«Por alguna razón empezaron a crecer ciertas biografías, a hacerse más importantes en el libro sin que yo lo escogiera conscientemente. Y eso pasó con mujeres. Llegaron y me pidieron más espacio porque representaban muy bien lo que estaba hablando. Es curioso lo que pasó con las tres autoras a las que te refieres porque, si te das cuenta, Sylvia Plath se suicidó, es decir que de alguna manera no consiguió el equilibrio necesario para soportar su vida. Emily Dickinson no se suicidó, pero no logró tomar del todo las riendas de su vida y se convirtió en una misántropa que pasaba los días encerrada. Y luego está Janet Frame, que es la que consigue todo: teniendo el mundo en contra, se salva, y lo hace gracias a la escritura. Con ellas se armó como un panorama completo. Entre todas, me llamó mucho la atención la capacidad vital de Frame, ese conseguir hacer una vida y llevarla adelante». 

Usted también dice que la salvó la publicación de su primera novela. A partir de ese momento desaparecieron sus ataques de pánico. ¿Por qué le sirvió específicamente el hecho de publicar y no solo de escribir?

«Eso que me pasó también le sucedió a Nathaniel Hawthorne, el autor del cuento que más me gusta en la historia de la literatura: Wakefield. Hawthorne duró 12 años encerrado en la casa de su madre, con agorafobia, sin poder poner un pie en la calle. Les escribía cartas a sus amigos diciéndoles que estaba muerto en vida y, de repente, un día salió y vivió una vida normal. Tendría sus cosas, pero consiguió salir. ¿Y cuándo? Cuando publicó su primer libro, porque lo que llamamos locura es la ruptura de la narración común: sientes que te vas del género humano. Date cuenta de que un narrador se pasa toda la vida inventando mentiras. Si al publicar un libro nadie lo lee, a nadie le gusta, esos años de escritura se vuelven el delirio de un loco. Su libro es el delirio de un loco. Pero si alguien de afuera te dice «esto que escribiste lo entiendo, esto me gusta, me despierta algo, lo que dices también lo siento», entonces te unes al mundo, te salvas de la fisura de la marginación. De alguna manera, te cura.

«Un narrador se pasa toda la vida inventando mentiras»

En los estudios científicos que Rosa Montero leyó –y que luego complementó con algunas biografías– encontró datos para sustentar otro de sus planteamientos: la presencia de traumas sufridos en la infancia. «La gran mayoría de los narradores ha tenido una experiencia muy temprana de decadencia y pérdida. Digamos que siendo muy pequeños, antes de la pubertad o en torno a ella, han perdido de manera violenta el mundo de la infancia». En ese sentimiento de pérdida tiene origen la obra, como afirmó el psiquiatra Philippe Brenot en El genio y la locura, un libro que resultó fundamental para la escritora española en este proceso. Lo mismo que Literatura y psicoanálisis, de la psicóloga Lola López Mondéjar, en el que Montero encontró una frase que le permitió reafirmar lo que había indagado: «La salida creativa tiene su origen en un encuentro precoz con lo traumático». López Mondéjar argumenta que, como defensa ante ese trauma, se presenta una disociación. «¿No será esto el origen de esa mayor tendencia a la disociación que tenemos los novelistas?», se pregunta Rosa, y recuerda lo que la estadounidense Siri Hustvedt dijo en su libro La mujer temblorosa: «Hay en mí una mujer atormentada y otra que observa». Esa persona que observa, según Montero, es la que se sienta a crear.

En el libro habla de la importancia de reconocer la existencia de la enfermedad mental, de darle el lugar que requiere y no mostrar temor ni rechazo a quien la padece. ¿Seguimos sin tratar este tema como debe ser? 

«Me parece que durante la pandemia se abrió un resquicio que hay que seguir empujando, aunque sea a patadas. Como los casos han aumentado, se ha quitado la tapa del tabú de las enfermedades mentales. Antes no se hablaba de ellas, los enfermos se ocultaban y se les estigmatizaba como si no existieran, cuando de hecho la enfermedad mental es una de las realidades más básicas del ser humano. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), un 25% de los habitantes del planeta va a tener una crisis mental en su vida, lo que quiere decir que absolutamente todo el mundo va experimentar un trastorno mental, ya sea en sus propias carnes o en las de alguien muy cercano, ya sea en su familia, sus hijos, sus padres, sus amantes o sus amigos».

A pesar de ese cálculo, que para Montero resulta incluso conservador, muchas veces se sigue evitando el tema sin tener en cuenta las consecuencias de quien lo padece. «Se trata de un dolor enorme, un dolor individual, social y psicológico; un destrozo en la gente. Es la soledad psíquica, porque estar loco es sentirte desgajado del devenir del mundo y de los demás. Y si a esa soledad psíquica tan dolorosa le añades la soledad social y el estigma, ya los estás condenando al infierno y a no poder ser válidos como personas». 

Usted destaca, además, que estas personas pueden llegar a ser muy valiosas e indispensables en el desarrollo de la sociedad…

«Ya lo dijo Marcel Proust: «La lamentable y magnífica familia de los nerviosos es la sal de la tierra». Los grandes logros de la humanidad se deben a esa familia de «los nerviosos». Isaac Newton tenía delirios psicóticos. ¡Y todos somos hijos de Isaac Newton! Marie Curie tenía depresiones. En fin: hay que dar ese paso para sanear y hablar, para poner entre nosotros esa realidad. Gracias a estos «nerviosos» avanza la ciencia y la tecnología. No se trata ya de que hagas obras de arte bellas o no. Estoy segura de que cumplen un papel importantísimo».

«Un 25% del planeta va a tener una crisis mental en su vida, lo que quiere decir que todo el mundo va experimentarla de una forma u otra»

Otra tema presente en El peligro de estar cuerda es cómo la realidad puede llegar a ser tan solo una construcción imaginaria, una convención. «Como yo no confío nada en la realidad y considero que el mundo es un embeleco –escribe Montero– me gusta jugar en mis novelas con la ambigüedad, con los resbaladizos límites entre lo verdadero y lo imaginario». 

Quizá por eso en este libro, que no es una novela pero sí un artefacto que todo lo suma, también hay espacio para una historia de ficción. En sus páginas aparece Bárbara, una mujer joven que se obsesiona con Rosa Montero y se hace pasar por la escritora. Acude a congresos literarios y organiza citas románticas en su nombre, y ambas comienzan a tener una relación particular que la autora narra con tal detalle que lleva a pensar al lector si será verdad o no. 

¿Por qué incluyó la ficción? ¿Fue para explicar precisamente cómo funciona su cabeza?

«La historia con Bárbara tiene partes reales y partes de ficción. No voy a aclarar cuáles son unas y otras, pero un notario podría dar fe de algunas. Los fragmentos de ficción, para mí, son los más verdaderos del libro, en el sentido de que la historia de Bárbara demuestra la forma en que veo la realidad, y es que para mí esta es muy poco fiable. Nos pasa a todos, solo que algunos somos más conscientes de ello. La realidad es un espejismo, lo mismo que la memoria: creemos que recordamos cosas, pero es un cuento. Para mí, hacer ese tipo de historias es la manera más palpable de demostrar eso, de confirmar la visión más profunda que tengo del mundo, que consiste en creer que la realidad es una especie de telón tenue que se puede rasgar en cualquier momento».

«El libro desemboca en mis obsesiones básicas: cómo darle sentido a la vida y cómo soportar la muerte»

En una respuesta anterior usted dijo que este libro le resultó tranquilizador. ¿Cree que le cambió la vida en cierto sentido?

«No hay un cambio radical en mi vida, pero sí hay una sensación de cierta serenidad. Al final del libro toco dos temas en los que también he llegado a conclusiones suficientes. Yo no sabía que iba a ir hacia allá porque, como te dije, lo escribí sin tener un plan. Pero después de hablar de la cordura y de cómo se engrana la realidad con lo fantástico, acabé planteándome cuál es el sentido de la vida, si es que tiene alguno. Y al hacerlo terminé hablando del sinsentido de la muerte. Así que el libro desemboca en mis obsesiones básicas: cómo darle sentido a la vida y cómo soportar la muerte. Yo escribo para perder el miedo a morir. Punto. Ahí también di un paso más en esa larguísima pelea. Por otro lado, y parece contradictorio pero la vida es así, me he quedado con una sensación de vacío; hacer este libro ha sido muy intenso».

Estos dos temas finales que Rosa Montero trata en el libro –el sentido de la vida y la muerte– los lleva de la mano de dos escritoras que la han acompañado desde hace tiempo: Doris Lessing, a quien entrevistó en una ocasión, y Ursula K. Le Guin, con quien mantuvo una buena amistad. Con ellas habla sobre algo que le resulta particularmente sensible: el paso del tiempo y la vejez. «Ser anciano es heroico», escribe casi al final del libro. 

¿Cambió también en algo esa idea de la vejez?

Cuando tenía 20 años, yo miraba de reojo a la gente de 60 y decía: Dios mío, qué mayores. Me preguntaba cómo eran capaces de salir a la calle y de ir al cine, si ya tenían la muerte al lado. Con su edad, yo estaría metida debajo de la cama aullando de pánico, pensaba. Ahora tengo bastante más que eso y no estoy aullando debajo de la cama, así que algo he ido conquistando. Ursula K. Le Guin fue mi amiga y mi maestra. Al final de su vida perdió la posibilidad de escribir y eso la torturaba mucho. Fue muy triste. Pero ha habido otros que lo han seguido haciendo hasta el final. Así que miras al futuro a ver qué pasará, pero nunca se sabe.


Esta entrevista es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo‘ y la revista ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.

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