Cultura

Sylvia Plath, poeta ‘summa cum laude’

El temprano e incesante inconformismo de la poeta estadounidense la empujó a revolverse contra las normas de la sociedad opresora en la que su familia de clase media se movía y buscar la emancipación económica, convirtiéndose (sin pretenderlo) en un icono de la igualdad.

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11
febrero
2022

«Tengo miedo de envejecer. Tengo miedo de casarme. Líbrame de cocinar tres comidas al día, líbrame de la jaula implacable de la rutina. Quiero ser libre». Con tan solo 17 años, Sylvia Plath (Boston, 1932 – Londres, 1963) ya tenía claro que su camino no sería el que la sociedad estadounidense de los 40 esperaba de las mujeres. «Quiero, creo, ser omnisciente… Creo que me gustaría llamarme la niña que quería ser Dios. Sin embargo, si no estuviera en este cuerpo, ¿dónde estaría? Quizás estoy destinada a ser clasificada y calificada. Pero, oh, clamo contra eso». Corría el año 1949 cuando plasmó este sentir en su diario. Hoy, forma parte de Cartas a casa (1975), una recopilación de sus íntimos pensamientos que su madre, Aurelia Schober, publicó junto con la correspondencia que se intercambiaron entre 1950, cuando empezó a estudiar en el Instituto Smith de Massachusetts, y 1963, año en el que se suicidó, precisamente un 11 de febrero.

Ese temprano e incesante inconformismo empujó a Sylvia Plath a revolverse contra las normas que marcaban la sociedad opresora en la que su familia de clase media se movía, a buscar la emancipación social y la independencia económica, a perseguir una vida sin límites ni tapujos. Su tenaz convicción en sí misma la llevaron –sin saberlo y, probablemente, sin pretenderlo– a convertirse en un icono del feminismo. Y no solo porque luchase por vivir a su manera (libre, independiente, rodeada de poetas, escritores e intelectuales), sino porque su poesía está plagada de sugerencias en las que cuestiona y se rebela contra el papel impuesto a la mujer. Algo que la incomodaba y atormentaba.

Plath fue una mujer tremendamente inteligente, gran estudiante y escritora precoz: a los 8 años escribió su primer poema

Frágil y sensible, Plath fue una mujer tremendamente inteligente, gran estudiante y escritora precoz. Con tan solo 8 años, justo después de morir su padre (Otto Plath), escribió su primer poema; con 20 publicó su primer relato corto en una revista y con 23 se graduó con summa cum laude, obteniendo así una beca Fulbright con la que puso rumbo a Cambridge (Inglaterra) en busca de esa existencia, independiente y creativa, que ansiaba. Fue precisamente ahí, en una fiesta universitaria en 1956, donde conoció al poeta y escritor británico Ted Hughes, del que se enamoró enseguida y con el que se casó solo 4 meses después.

Un corto matrimonio (con luna de miel en Benidorm) –marcado por las infidelidades de Hughes, las depresiones de Plath y las trifulcas– del que nacieron dos hijos (Frieda y Nicholas) y que terminó abruptamente 4 años después, cuando él la dejó por la poetisa Assia Wevill (que, dicho sea de paso, también se suicidó, llevándose por delante a la hija que tuvieron juntos). En medio de este caótico periodo, Plath dio forma a su primer libro de poemas, El Coloso (1960), la única obra que publicó en vida: un poemario de gran riqueza lingüística, complejas figuras y difícil comprensión. Tal vez por eso siempre haya estado abierto a múltiples interpretaciones; la más común, defiende que se trata de una oda a su padre, a quien adoraba pese a su autoritarismo. De hecho, el poema Daddy trata sobre su difícil relación.

La escritura era la mejor (o la única) manera que tenía para expresarse y sacudirse los demonios que la atormentaban

Plath estaba siempre escribiendo, ya fueran diarios, poemas u otro tipo de prosa. Era la mejor, tal vez única, manera que tenía de expresarse. O de sacudirse los demonios que la atormentaban. Porque sufría un trastorno afectivo bipolar que le causaba graves depresiones y que la condujo en varias ocasiones a perpetrar intentos de suicidio. El primero, en el verano de 1953, tragándose el bote de somníferos de su madre, lo que hizo que terminase ingresada en un psiquiátrico donde recibió tratamiento con electrochoques. Es precisamente este periodo en el que se inspira para escribir su única novela, La campana de cristal (1963), considerada autobiográfica, y que firmó bajo el pseudónimo de Victoria Lewis. El último intento fue el 11 de febrero de 1963: sola, deprimida y escasa de dinero, después de preparar el desayuno a sus hijos de 1 y 3 años, metió la cabeza en el horno, encendió el gas y acabó con su vida.

Plath y Hughes nunca formalizaron su divorcio, por lo que seguían legalmente casados cuando se suicidó. Por eso él se hizo cargo de los múltiples manuscritos que la autora dejó. La mayoría de sus diarios los destruyó, alegando que eran material susceptible de herir a sus hijos; pero recogió sus poemas, los editó con sumo cuidado y los publicó bajo el título de Ariel (1965), considerado una de las obras por excelencia de la poesía del siglo XX. También póstumos vendrían después Cruzando el agua (1971), Árboles invernales (1972) y La caja de los deseos (1977).

Los poemas de Plath se enmarcan dentro de la llamada ‘poesía confesional’, ese género que ahonda en la experiencias más íntimas. Su obra, tremendamente sensible y desbordante de imaginación, trató sobre todo la muerte, cruentas vivencias, violentas emociones; pero con una pluma tan brillante y soberbia que sus Poemas Completos (1981), también editados por Hughes, se alzaron un año más tarde con el Premio Pulitzer con carácter póstumo (fue la primer autora en recibir este galardón en esta categoría), encumbrándola a la cima de la excelencia literaria. 

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