Salud

¿Estamos preparados para la normalidad?

La normalidad alcanzada tras el fin del confinamiento y las campañas de vacunación aún es controvertida. La incertidumbre que se vive en la actualidad ha despertado miedos y paranoias que parecían enterradas tras el descenso en el número de contagios y muertes. ¿Hemos regresado a la casilla de salida?

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17
noviembre
2021

Al abrir la newsletter del diario al que está suscrito, Juan, un ciudadano madrileño de 40 años, leyó varias noticias que dispararon de nuevo una paranoia que creía ya enterrada en el pasado. «Estas son las ciudades españolas que podrán confinarse de nuevo» o «La covid-19 vuelve a desbordar Europa y España se salva (por ahora)», fueron algunos de los titulares que más lograron angustiarle.

Desde la primera –y ya lejana– ola de la pandemia, Juan no ha dejado de bañar sus manos en gel hidroalcohólico, y sus zapatos jamás dan más de un paso dentro de casa después de haber pisado la calle. La mascarilla, claro, la sigue utilizando en todo momento; para él, estos ya son hábitos propios de su normalidad. Ha tenido encontronazos con gente –tanto en la calle como en lugares como el supermercado– cuando rompen su estricta distancia de seguridad. Juan admite también que hay gente a la que no ha visto desde marzo de 2020, cuando el virus le borrara la sonrisa al mundo. Insiste en que no quiere verles más: duda de que estén completamente vacunados.

Para Juan, sencillamente, la normalidad es vivir con miedo

Cuando se le pregunta si está preparado para la normalidad, no duda en cuestionar entre interrogaciones qué es la normalidad. Al igual que mucha gente, y pese a tener la pauta de vacunación completa desde julio, Juan es víctima del miedo a poder caer enfermo; al fin y al cabo, ya conoce personas cercanas a él que se han infectado pese a las dos dosis de la vacuna. Familiares y conocidos suyos fallecieron durante los meses más cruentos de la pandemia. El drama colectivo no le es ajeno.

Él no quiere arriesgarse y, si bien dice que quiere salir de nuevo, que echa de menos dar paseos sin sufrir cuando alguien a su alrededor tose o escupe, todavía le quedan dudas irresolubles. «¿Es que ha terminado ya la pandemia y yo no me he enterado? En los diarios leo que siguen detectándose casos, y yo mismo me enteré hace un par de semanas que la esposa de un amigo mío cayó enferma a pesar de estar vacunada, pero si te pasas cualquier tarde por el centro de Madrid es como si la pandemia hubiese sido una ficción de Netflix», cuestiona.

Para él, «el punto era reactivar la economía». Y añade: «Eso es lo que te gritan todas las terrazas, todos los comercios en el centro de cualquier ciudad: venga, consume, ayúdanos a recuperar la economía cueste lo que cueste. Pues resulta que lo que cuesta es la salud, y con eso no se debería de jugar».

Juan admite, sin embargo, que psicológicamente el miedo le ha hecho mucho daño: padece de ansiedad, paranoia, y una culpa descontrolada después de relajarse y beberse algo en alguna terraza. Para él, sencillamente, la normalidad es vivir con miedo.

La pandemia y nuestros viejos monstruos

José María Jiménez Ruiz es terapeuta familiar y vicepresidente del Teléfono de la Esperanza, una asociación con más de cinco décadas a sus espaldas dedicada a atender a personas con crisis de ansiedad, soledad, o ideas suicidas. Él, al igual que Juan, cuenta que lo primero sería reflexionar sobre «qué es lo que entendemos por ‘normal’». Según Jiménez, «lo normal es también aprender a vivir con la incertidumbre, estar preparado para lo imprevisto, para saber que hay cosas no calculables en la vida». Y añade: «En un mundo como este hemos llegado a creernos dioses capaces de controlarlo todo, pero fenómenos como la pandemia nos han hecho saber que no es así».

Según el Teléfono de la Esperanza, durante los días más cruentos del confinamiento las llamadas a la asociación aumentaron en un 40%

¿Es ‘lo normal’ vivir con miedo? Jiménez habla del temor, abordándolo desde distintas aristas, pero si en algo hace hincapié es en la clara diferencia que hay entre el miedo como sentimiento –o un mecanismo natural– y aquel que resulta patológico. «Por supuesto que el miedo es normal, incluso útil, el problema es cuando se convierte en paralizador», explica. Pero más allá del puro temor, él menciona también el tema de la incertidumbre. «La pandemia logró ponernos frente a nosotros mismos, como en un espejo. Exhibió nuestras propias limitaciones. Nos hizo ver que somos seres finitos y que estamos, de alguna manera, rodeados de incertidumbres», relata.

Para él la incertidumbre surge principalmente a causa de la saturación –y la contradicción– informativa, que es capaz de anestesiar las capacidades críticas de mucha gente. Según afirman desde el Teléfono de la Esperanza, durante los días más cruentos del confinamiento las llamadas a la asociación aumentaron en un 40%. La pandemia agravó hasta el extremo muchas de las situaciones críticas que ya se vivían con anterioridad a la irrupción de coronavirus en nuestras vidas. El hecho de haber convivido en espacios tan reducidos durante un tiempo incierto, así como largos periodos de soledad, solo hizo que la ansiedad, la paranoia y las adicciones se incrementaran. «Es verdad que, por una parte, vivimos muchas situaciones de solidaridad, pero por otra, vivimos un trauma. Mucha gente no había convivido tanto durante tanto tiempo en espacios tan reducidos, por eso vimos tantos divorcios y separaciones», explica Jiménez.

Tener criterio, ¿una utopía?

Tanto Juan como José María Jiménez coinciden en algo: el problema, además de la incertidumbre generada por la inconsistencia política, las recomendaciones sanitarias y la realidad en las calles, es la falta de criterio general.

Para el terapeuta, el hecho de que no haya un mínimo de sensatez, de crítica sobre cómo nos debemos comportar en una situación tan extraña y contradictoria como la que vivimos actualmente, es lo que dispara el estrés. Es también lo que complica más la situación actual: nada es lo que parece. Para Juan, lo que define este momento tan inexplicable es una ilustración del popular viñetista del diario El País, El Roto. La imagen es la de un hombre con la mirada idiotizada y la boca abierta cual polluelo esperando por comida. En vez de alimento, sin embargo, el hombre traga información indiscriminada. «Yo me lo trago todo, el estómago reconocerá lo cierto», reza la ilustración.

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