Sociedad

«La acumulación de dinero también es acumulación de poder»

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Andy Aitchison
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13
julio
2022

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Andy Aitchison

Su madre, la poeta Cecilia Balcázar, la llevaba con frecuencia al barrio de Aguablanca, en Cali (Colombia), donde trabajaba con la comunidad. Siempre tuvo vocación de servicio social, siendo voluntaria en varias oenegé, hasta que llegó a ser la presidenta ejecutiva de la Fundación Plan en Colombia. Hoy, Gabriela Bucher –graduada con honores en filosofía y letras en la Universidad de los Andes– es la directora ejecutiva de Oxfam International, la organización no gubernamental que combate la desigualdad y opera en 70 países.


¿Cómo fue el proceso que la llevó a emprender su carrera profesional?

El interés viene desde que decidí estudiar filosofía y letras a los 17 años: me llamaba la atención una disciplina que abarcara los conocimientos necesarios para lograr la transformación social. Siempre me atrajo encontrar una forma de tener impacto en los grandes problemas que veía creciendo en Cali. Después, cuando me fui a hacer un máster y empecé a trabajar como voluntaria en Inglaterra, seguí explorando cómo podía ser esa trayectoria.

¿A qué se refiere con los problemas que veía?

Vivía en una especie de burbuja al asistir a un colegio bilingüe en Cali y ser de una familia acomodada, pero por otro lado desde que era pequeña tuve la experiencia de ir con mucha frecuencia al barrio de Aguablanca y encontrar otra realidad muy distinta que me mostró la desigualdad que nos caracteriza. Recuerdo estar con mi hermano, jugando con otros niños, y ser muy consciente de la diferencia entre la vida que tenían ellos y la mía.

«Siempre me impactó el enorme talento y la gran capacidad que hay en medio de tanta falta de oportunidades»

Cuando estuvo en la Fundación Plan pudo trabajar en el cierre de brechas sociales.

Sí, y también en las diferencias de género, que son otra forma de desigualdad. Nos concentramos en poblaciones afrodescendientes en distintas zonas de Colombia y elaboramos programas sociales de desarrollo comunitario centrados en la infancia y el liderazgo de jóvenes para la transformación social. Conocí a mucha gente increíble y siempre me impactó el enorme talento y la gran capacidad en medio de tanta dificultad y tanta falta de oportunidades. Eso lleva a una a preguntarse cómo sería esto si no hubiera tantas barreras.

¿Es válido decir que hacer ese trabajo genera muchas satisfacciones por los resultados, pero también frustraciones?

Así es. De un lado, porque uno confirma la indolencia propia de muchas personas, que es una forma aprendida de tomar distancia y no considerar que los problemas de los demás nos atañen. Del otro, porque una encuentra violencias de todo tipo, como la sexual, y eso golpea mucho. Da mucha satisfacción ayudar a transformar vidas, pero a la vez es agotador estar haciéndolo uno a uno. Por eso es fundamental llegar a transformaciones más estructurales del sistema. Las dos cosas se necesitan.

¿Les falta corazón a los ricos?

Lo que se ha hecho es pensar que todo se reduce a problemas de seguridad, por lo cual lo que hay que hacer es tener más distancia, muros, rejas, separación. Y cuanto más aislamiento existe, menos comprensión del otro. Y con ello, poco entendimiento de la violencia que eso implica: tomar un espacio, excluir tradicionalmente a tantísimas personas. Falta corazón, pero también creo que sería más sostenible una sociedad donde haya mayor igualdad y acceso a servicios de calidad. En Colombia no se cuestiona que haya una educación de un nivel para unos y de otro nivel para otros. En Europa y otros lugares es lo contrario: lo normal esperar un nivel de educación muy similar y que podamos conocernos en los colegios unos y otros. Ahí se crean las cercanías, las amistades y los lazos. Uno de los problemas de las distancias es no tener la oportunidad de conocer a la otra persona. Y eso no se consigue por cuenta de contratar gente para el servicio doméstico.

¿Cómo se compara Colombia con otros países en dificultades que ha conocido?

Hay muchos países que están peor, pero en el tema de la violencia sí hay una cultura que parece reproducirse. Puede compararse un poco con lo que pasa en Sudáfrica, que también es un país muy desigual. Me refiero a la violencia estructural de la exclusión, que en ocasiones es invisible para muchos. Por ejemplo, la expectativa de vida es totalmente diferente entre unas pocas calles distintas, según el hogar donde se nazca. Cuando se cuenta con privilegios es muy difícil verlos: se vuelven como algo natural o merecido. De ahí vienen esas narrativas de decir que la otra persona es pobre porque le falta trabajar más, por pereza; no hay ninguna noción de todos los elementos que permiten llegar siempre a mantener posiciones de poder o tener mucho dinero. Por eso resulta tan importante cambiar las narrativas y entender las barreras a las que se enfrentan tantas personas. Me acuerdo de hablar así con grupos de muchos jóvenes en Tumaco (Colombia) que eran talentosos y estaban llenos de ideas, mientras que en la zona no había oportunidades para ellos. Al mismo tiempo sabía que todos los actores armados estaban detrás de ellos, buscando liderazgos jóvenes.

«Lo que se ha hecho es pensar que todo se reduce a problemas de seguridad, lo que producen más muros y distancia»

Oxfam hace labores en muchos frentes, pero uno que le da gran visibilidad es el de hablar de desigualdad. ¿Cuál es el diagnóstico que hacen?

Hay una situación de acumulación del capital en el mundo que está creciendo a una velocidad cada vez mayor. Desde que empezó la pandemia ha habido un milmillonario nuevo cada 30 horas, una tasa de acumulación mayor que contrasta con que, más o menos cada 33 horas, un millón de personas adicionales en el planeta caigan este año en la pobreza extrema. La realidad es cada vez más divergente, algo que pone en duda la posibilidad de alcanzar las metas que se habían hecho sobre desarrollo sostenible para finales de esta década.

No parece que la situación vaya a cambiar con la guerra en Ucrania o la aceleración de la inflación…

Las diferencias se ampliarán. Incluso los programas de estímulos a las economías, por la forma tan desigual en que están diseñados, también terminan beneficiando a los más ricos. Ayudan en ciertos momentos puntuales a los más vulnerables, pero el sistema lleva a que haya más recursos que se acumulen de forma más acelerada.

¿Qué opciones hay?

En la discusión de Davos pudimos hablar del impuesto global corporativo, que era la oportunidad para diseñar algo más redistributivo y que no se logró. Lo que se consiguió es reducir la posibilidad de pérdidas de recursos en los paraísos fiscales, que es una forma de corrupción a escala global. Aun así, seguiremos insistiendo en una tasa general del 25% que daría recursos suficientes para hacer las inversiones que se necesitan en tantos frentes. Y eso debería estar complementado con un impuesto al patrimonio como el que en ocasiones ha estado vigente en Colombia, algo que serviría para reducir la desigualdad y redistribuir la riqueza.

Incluso el impuesto mínimo corporativo tampoco será vigente este año.

Sí, porque desafortunadamente se siguen protegiendo por parte de gobiernos los intereses de las grandes compañías. Existe la visión de que hay que seguir haciéndolo porque así se generan empleos. Es cierto, pero a la vez también hay que mirar cómo son los dividendos que se están entregando, algo que ha crecido significativamente. Parte de todo ese dinero que se extrae podría por ejemplo ir a mejores salarios, salarios dignos, que no siempre son el caso.

«Seguiremos insistiendo en una tasa general del 25%: daría recursos suficientes para hacer las inversiones que se necesitan en tantos frentes»

La propia forma en que se distribuyeron las vacunas en lo más álgido de la pandemia fue otra muestra de desigualdad, ¿no?

Desde mayo del 2020, Oxfam y otras organizaciones lanzaron la vacuna de la gente anticipando que habría problemas. Ya lo habíamos visto con la crisis del VIH y la falta de tratamientos adecuados de bajo coste. Hubo que esperar nueve años y doce millones de muertos en África; se podían comprar los antirretrovirales –que ya existían– en el mundo desarrollado, pero no donde había enormes tasas de mortalidad. Hay una aceptación que pone primero el tener compañías farmacéuticas con utilidades y beneficios enormes en vez lugar de pensar primero en asegurar que no mueran las personas. Con la vacuna de la covid-19 pasó lo mismo: una altísima proporción de las personas que viven en las naciones más pobres todavía no se han vacunado.

En Davos tuvo a su lado al presidente de Moderna…

Esa es una compañía que se benefició de una enorme inversión del gobierno estadounidense para desarrollar aceleradamente la vacuna. No hay duda de que venían trabajando en desarrollos tecnológicos y científicos admirables y que el apoyo era necesario, pero luego el resultado se volvió en un beneficio exclusivo para ellos. Por eso le insistí al presidente de Moderna para que comparta la tecnología que permita fabricar la vacuna en Sudáfrica. Allí se está teniendo que rehacer la ingeniería de la vacuna con la Organización Mundial de la Salud (OMS), para poder tener una red de países que puedan producir sus propias vacunas, la misma que existía hace unas décadas, pero se ha ido desmontando a medida en que se ha priorizado ese modelo de las grandes farmacéuticas, que tienen controles monopolísticos. La de ahora es una forma muy flagrante de beneficiarse del sufrimiento, del dolor, tal como lo mencionamos en nuestro informe más reciente.

¿No los han tildado de revolucionarios?

Lo llamamos revolucionario, pero sería de sentido común para todos hacer las cosas de forma que la humanidad tenga lo suficiente: hay dinero suficiente, hay alimentos suficientes y hay vacunas suficientes. Todo existe, solo que no está bien distribuido. Existen 2.700 milmillonarios en el mundo: cabrían en una sala grande donde podríamos hablarles a todos. El total de recursos que tienen ni siquiera lo pueden disfrutar. Los más ricos tendrían que vivir miles de vidas para hacerlo. Son cantidades que a la mayoría no nos caben en la cabeza, pero que solucionan problemas globales, y eso es lo que está mal. Hay algunos filántropos que dan grandes cantidades, pero que siguen siendo muy pequeñas frente a la fortuna que tienen. Por tanto, si cada cual paga lo suyo, tenemos la oportunidad de hacer algo significativo con esos recursos.

«Todo existe, solo que no está bien distribuido: existen 2.700 milmillonarios en el mundo»

Hay quienes critican la filantropía. ¿Qué opina al respecto?

La filantropía es algo a celebrar y agradecer y, sin embargo, el propio Bill Gates ha dicho que eso no reemplaza el hecho de pagar impuestos. Lo que hoy paga efectivamente una persona adinerada es muy poco, pero con los porcentajes que decimos en nuestro informe, si pasáramos del 2% al 5% para los milmillonarios solucionaríamos muchos problemas de la pobreza global. La dificultad con la filantropía es que es opcional, según la buena voluntad de la persona que la otorga y, por tanto, es la decisión de una persona frente a la decisión colectiva de cómo hacer el gasto público. La acumulación de dinero también es acumulación de poder.

¿Hacia dónde vamos como raza humana?

Estamos tocando fondo en muchos temas. Aun así soy optimista, ya que hay fórmulas que se sabe que funcionan y creo que tenemos que poder comunicarlas mejor, porque son buenas para los más ricos y para la sociedad entera. Aparte de tener un sentido de humanidad, también son racionales y lógicas para construir sociedades en las que puede haber mayor armonía, más felicidad, menos rejas y menos distancias. Sabemos que si seguimos en esta lógica actual vamos a acabar con el planeta, porque el calentamiento global sigue su ritmo y así la vida como la conocemos no es posible. Hay que meter corazón y cabeza a las soluciones que necesitamos.


Esta entrevista es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo‘ y la revista ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.

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