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Pisar el acelerador para frenar el cambio climático

BBVA da un paso más hacia un mañana verde invirtiendo en Lowercarbon, un fondo de capital riesgo impulsor de algunas de las iniciativas más prometedoras en materia de captura de carbono.

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Yvonne Redín
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Desde la pequeña escala individual, puede que nuestro entorno parezca un escenario constante e invariable en el tiempo. Sin embargo, tras la rutina y el día a día, se esconden cada vez más señales que alertan de un acelerado proceso que ya está cambiando (y degradando) el planeta en el que vivimos: el cambio climático impulsado por la actividad humana. Ecosistemas desestabilizados de forma irreversible, climas extremos o la acidificación de los océanos son solo algunos de los fenómenos que podrían hacer insostenible la vida en muchas regiones de la Tierra y presionar, a través de consecuencias como las migraciones masivas, a aquellas que no se vean afectadas de forma directa. Sin embargo, al igual que el origen de esta situación, la solución también puede encontrarse en los humanos.

Es innegable que el planeta ha evolucionado a lo largo de su historia natural siendo víctima de glaciaciones, sequías y tormentas tropicales devastadoras, pero este proceso fue progresivo, natural y soportable. Con la Revolución Industrial, el destino de la Tierra cambió de dirección. Pese a los extraordinarios progresos vividos desde entonces, la industrialización también aumentó de forma exponencial las emisiones de carbono a la atmósfera y, como si de un peso en una balanza se tratase, se desajustó el perfecto equilibrio en el que nos encontrábamos. Desde entonces, las actividades contaminantes no solo no han cesado, sino que se han intensificado.

Tal y como señala el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), el mayor comité de expertos sobre el cambio climático, cada uno de los últimos tres decenios ha sido sucesivamente más cálido respecto a cualquier decenio anterior desde 1850. En consecuencia, los mantos de hielo y glaciares han perdido masa, el nivel del mar se ha elevado 0,19 metros y los océanos han absorbido hasta el 30% del dióxido de carbono, acidificándose y acabando con buena parte de su biodiversidad.

La Universidad de Harvard confirma que 1 de cada 5 muertes se debe a la contaminación causada por los combustibles fósiles

¿El resultado a corto y medio plazo? Se acentuará el contraste entre estaciones viviendo veranos con olas de calor persistentes como la experimentada en junio de este año e inviernos con heladas insostenibles como la que tuvo lugar en España en febrero de 2021. También aumentará el riesgo de precipitaciones extremas acompañadas de sequía durante meses, lo que repercutirá en los cultivos y en la salud física y mental de la población, que se ve expuesta a nuevas enfermedades para las que no está preparada. No podemos obviar que 1 de cada 5 muertes se debe a la contaminación causada por los combustibles fósiles, tal y como evidenció un estudio de la Universidad de Harvard. Tampoco que entre las consecuencias del cambio climático a nivel psicológico nos encontramos con un aumento en el nivel de estrés, la ratio de suicidios y la prevalencia de trastornos mentales como la depresión, la ansiedad generalizada, el insomnio o el estrés postraumático, según la revista médica Frontiers in Psychiatry.

Pero, si tenemos en cuenta esta estrecha relación entre el entorno natural y la salud y bienestar humanos, la solución está clara: si el clima cambia a mejor, nosotros también iremos a mejor. Es necesario estimular una energía libre de emisiones contaminantes y una economía circular en la que el desperdicio de recursos y residuos sea mínimo. Y es necesario hacerlo a un ritmo mayor del que venimos aplicando. Pero en esta revolución verde, las personas, aunque con gran poder con la suma de nuestras acciones, solo somos pequeños granos de arena. Las montañas que movilizan al planeta en una dirección u otra son los Estados, las grandes empresas o, especialmente, las tendencias financieras. Así, encontramos un camino repleto de obstáculos, pero cada vez hay más decisiones que pisan el acelerador en la carrera hacia el futuro descarbonizado. Una de ellas es la inversión de BBVA en el fondo Lowercarbon, destinado impulsar soluciones que ayuden a frenar el calentamiento global a tiempo.

«BBVA ha identificado la descarbonización y la tecnología verde como dos de las áreas prioritarias para realizar inversiones», señala Javier Rodríguez Soler, responsable del área global de Sostenibilidad de la compañía. «Lowercarbon es el socio adecuado para comenzar a invertir en estas actividades», añade Rodríguez. Esta decisión refleja que el interés climático ya no es sólo una cuestión social, sino también empresarial, y se ha materializado en la inversión de 20 millones de dólares. Una apuesta que permitirá al fondo Lowercarbon seguir invirtiendo en start-ups especializadas en la tecnología de captura de carbono o CCUS por sus siglas en inglés (Carbon Capture, Use and Storage), una iniciativa pionera que busca retirar el dióxido de carbono de la atmósfera.

El plan de actuación de la tecnología CCUS es aparentemente sencillo: se retira el dióxido de carbono presente en la atmósfera y se evita que lleguen nuevas emisiones. La gran pregunta es adónde va a parar el excedente de gases de efecto invernadero. Encontramos la respuesta en la propia naturaleza: formaciones geológicas, minerales carbonatados o bosques de árboles y algas que se nutren del dióxido de carbono.

BBVA ha invertido 20 millones de dólares en el fondo Lowercarbon

La meta es, según las predicciones, una neutralización de hasta el 90% de las emisiones de carbono, especialmente aquellas que proceden del transporte por aire, mar y tierra, de la industria química, y de la industria de los combustibles fósiles como el carbón, el petróleo o el gas natural. Para lograr este ambicioso objetivo, las instalaciones de CCUS que operan en la actualidad tienen la capacidad de capturar aproximadamente 40 millones de toneladas de carbono al año, una cifra prometedora pero pendiente de mejora si tenemos en cuenta que en el año 2020 se liberaron 34.000 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera.

Los datos actuales confirman que es necesario acelerar el desarrollo de la tecnología para frenar el cambio climático a tiempo, un cometido que el fondo Lowercarbon se ha tomado al pie de la letra al financiar proyectos de ingeniería emergentes. Destaca la compañía Commonwealth Fusion Systems que trabaja desde 2018 en la primera máquina fusión del mundo. Este dispositivo imita al proceso mediante el cual el Sol genera energía y supondrá un avance en la obtención de recursos al producir más energía de la que consumirá.

A su vez, el fondo Lowercarbon también ha puesto en foco en la reconversión verde de la industria química tradicional basada en el petróleo o en la fermentación, responsable del 30% de las emisiones de carbono y de la liberación de sustancias tóxicas en el agua y la tierra. Para ello ha invertido en Solugen, una compañía que produce moléculas seguras y sostenibles destinadas a la creación de material de limpieza, fertilizantes, aditivos alimenticios, tratamiento de agua y producción de cemento.

En el marco del transporte y el comercio marítimo, responsable de entre el 2 y el 3% de las emisiones de gases de efecto invernadero, nos encontramos con Seabound, una start-up fundada en 2021 y financiada por el fondo Lowercarbon que equipa a los buques de carga con una tecnología que convierte el dióxido de carbono en piedra caliza mediante un proceso de mineralización, almacenándolo en el propio barco y posibilitando su posterior venta para materiales de construcción o combustibles sintéticos.

Si bien estos proyectos pioneros nos ofrecen una visión esperanzadora del futuro del planeta, no podemos negar que suponen un gran esfuerzo económico. Se estima que la inversión necesaria para descarbonizar la economía y lograr la neutralidad climática es de 275 billones de dólares durante los próximos tres decenios. Ese es el precio a pagar para evitar una subida progresiva de la temperatura como la que ha tenido lugar a lo largo de los últimos 172 años mientras observábamos impávidos como si de una película se tratase. A lo largo de su trama, la industrialización nos hizo pensar que la ingeniería era nuestra enemiga. Ahora podemos encontrar en la tecnología un remedio para la enfermedad.

No somos espectadores de nuestro destino sino motores de cambio, y en ese proceso los mercados tienen un papel prioritario. Como vemos, algunas entidades financieras ya se han posicionado a favor de un mañana verde –en realidad el único posible–, pero para ganar la carrera contra el cambio climático necesitamos que iniciativas como la de BBVA sean un precedente a imitar, no un caso aislado.

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