Sociedad

Ensayos de un buscador espiritual

La percepción desesperanzada que tenemos de nosotros mismos –y que ha dado lugar a la crisis civilizatoria global que hoy amenaza con la destrucción planetaria– comienza a ceder. En ‘Ensayos de un buscador espiritual’ (Errata Naturae), las reflexiones del filósofo estadounidense, Ralph Waldo Emerson, despiertan una parte de nuestra experiencia del mundo que la cultura contemporánea ha desechado.

Ilustración

Mercedes de Bellard
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12
mayo
2022

Ilustración

Mercedes de Bellard

Todo exceso causa un defecto; todo defecto, un exceso. Todo lo dulce tiene su amargura; todo lo malo, su bondad. Toda facultad que sirve para el placer tiene una pena igual impuesta sobre su abuso. Debe responder por su moderación con su vida. Por cada ápice de sensatez hay uno de locura. Por cada cosa que se ha perdido, se ha ganado otra; por todo aquello que se gana, se pierde algo. Si las riquezas aumentan, también lo hacen quienes las consumen. Si el recolector cosecha demasiado, la Naturaleza le quita al hombre lo que le ha puesto en el pecho; hincha la hacienda, pero mata al propietario. La Naturaleza odia los monopolios y las excepciones.

Las olas del mar no buscan nivelarse desde su agitación más elevada con más rapidez que aquella con la que las variaciones de un estado tienden a igualarse. Siempre hay una circunstancia niveladora que coloca al autoritario, al fuerte, al rico y al afortunado sustancialmente en el mismo terreno que a todos los demás. ¿Un hombre es demasiado fuerte y violento para la sociedad y, por su temperamento y posición, un mal ciudadano, un rufián malhumorado con un toque de pirata? La Naturaleza le manda una tropa de bellos hijos e hijas que sacan buenas notas en las clases de la escuela del pueblo, y el amor y el miedo que siente por ellos le suavizan el ceño hasta la gentileza. Así, la Naturaleza se las arregla para enternecer el granito y el feldespato, saca al jabalí y mete al cordero y mantiene un equilibrio justo.

El granjero imagina que el poder y la posición son cosas buenas. Pero el presidente ha pagado cara su Casa Blanca. En general, le ha costado toda su paz y sus mejores atributos como hombre. Para poder mantener durante un breve tiempo una apariencia tan notoria ante el mundo, se contenta con comer polvo delante de los auténticos amos, que aguardan en pie, erguidos, detrás del trono. ¿O desean los hombres la grandeza, más sustancial y permanente, del genio? Esta tampoco tiene inmunidad.

«La Naturaleza se las arregla para enternecer el granito y el feldespato, mantiene un equilibrio justo»

Quien por fuerza de voluntad o de pensamiento es enorme y se erige sobre miles de personas tiene las responsabilidades de esa eminencia. Con cada influjo de luz llega un nuevo peligro. ¿Ese hombre tiene brillo? Entonces debe dar testimonio de su fulgor y dejar atrás siempre esa compasión que tan profunda satisfacción le aporta, en aras de nuevas relaciones del alma incesante. Debe odiar a padre y madre, esposa e hijo. ¿Tiene todo lo que el mundo aprecia, admira y codicia? Debe arrojar tras de sí la fascinación de los otros y afligirlos por fidelidad a su verdad y convertirse en consigna y abucheo.

Esta ley escribe las normas de ciudades y naciones. Es inútil construir, tramar o asociarse contra ella. Al final, las cosas se resisten a una mala gestión prolongada. Res nolunt diu male administrari. Aunque un nuevo mal no tenga frenos visibles, esos frenos existen y acabarán mostrándose. Si el Gobierno es cruel, la vida del gobernador no estará a salvo. Si los impuestos son muy altos, los ingresos no producirán nada. Si se aplica un código penal sanguinario, los jurados no condenarán. Si la ley es demasiado laxa, aparecerá en escena la venganza particular. Si el Gobierno auspicia una democracia terrible, a la presión se opondrá una sobrecarga de energía en el ciudadano, y la vida refulgirá con una llama más viva.

La auténtica existencia y satisfacciones del hombre parecen escapar a los rigores o alegrías más extremos y asentarse con una indiferencia enorme en todo tipo de circunstancias. La influencia del carácter es la misma bajo todos los Gobiernos: en Turquía y en Nueva Inglaterra casi por igual. Bajo los déspotas primitivos de Egipto, la historia confiesa sinceramente que el hombre debió de ser tan libre como la cultura le permitiera.

«Por cada cosa que se ha perdido, se ha ganado otra; por todo aquello que se gana, se pierde algo»

Estas apariencias indican que el universo está representado en cada una de sus partículas. Todas las cosas de la naturaleza contienen todas las fuerzas de la naturaleza. Todas las cosas están hechas de una sustancia oculta; así un naturalista ve un solo tipo de materia bajo toda metamorfosis, y para él un caballo es un hombre que corre, un pez es un hombre que nada, un pájaro es un hombre que vuela y un árbol es un hombre con raíces. Cada nueva forma repite no solo el carácter principal del tipo, sino, parte por parte, todos los detalles, todos los fines, estímulos, impedimentos, energías y el sistema completo de cada una de las demás. Toda ocupación, oficio, arte y transacción es un compendio del mundo y un correlato de los demás. Cada una es un emblema completo de la vida humana, de lo bueno y lo malo que esta tiene, de sus dificultades, sus enemigos, su transcurso y su fin. Y cada una debe acomodar de algún modo al hombre completo y narrar todo su destino.

El globo del mundo se inserta en una gota de rocío. El microscopio es incapaz de detectar un animálculo que, por pequeño, sea menos perfecto. La vista, el oído, el gusto, el olfato, el movimiento, la resistencia, el apetito y los órganos reproductores que se aferran a la eternidad encuentran espacio, todos ellos, para conformar la pequeña criatura. Y de igual modo ponemos nuestra vida en cada acto. La verdadera doctrina de la omnipresencia implica que la divinidad reaparece, con todas sus partes, en el musgo y en la telaraña. El valor del universo se las ingenia para arrojarse en todos los puntos. Si ahí está el bien, también está el mal; si se halla la afinidad, también la repulsión; si se encuentra la fuerza, también la limitación.

Así, el universo está vivo. 


Este es un fragmento de ‘Ensayos de un buscador espiritual’ (Errata Naturae), por Ralph Waldo Emerson.

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