Medio Ambiente

Horizonte: viaje al mundo roto

En ‘Horizonte’ (Capitán Swing), Barry Lopez se aventura en el viaje para buscar el significado y propósito de un mundo en conflicto como el de hoy. A través de sus experiencias por todo el globo, desde desiertos en Kenia hasta las placas de hielo de la Antártida, el autor expresa su frustración en un mensaje de esperanza.

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31
mayo
2021

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Cada vez hay menos tiempo, y la necesidad de escuchar con atención historias fundacionales que no sean las nuestras se hace imperativa. Cuando me he encontrado con otras culturas humanas, sobre todo si eran radicalmente distintas de la mía, cada una me ha parecido siempre profunda y difícil de comprender, no «exótica» ni «primitiva». Todavía hoy, muchas culturas se distinguen por unas sabidurías que no están asociadas a las tecnologías modernas, sino basadas en un agudo conocimiento de las debilidades humanas, de las trampas que la gente se tiende a sí misma cuando entra en el antiguo laberinto de la soberbia o persigue ciegamente saciar sus apetitos.

Es casi imposible, para los sabios de cualquier cultura, sondear las profundidades de sus propios supuestos metafísicos, que les han servido para crear una visión del mundo. También es difícil escuchar atentamente las historias de referencia de otras personas, o separar lo literal de lo figurado en esas historias, los hechos de las metáforas. Y, sin embargo, si insistimos en creer que somos los únicos –seamos de la cultura que seamos– que tenemos razón y que, por tanto, no necesitamos oír las historias de nadie más, unas historias que a menudo no entendemos del todo y por eso no queremos conocer, estamos poniéndonos en peligro. Si seguimos teniendo miedo a la diversidad humana, la probabilidad de que nos convirtamos precisamente en aquello a lo que más tememos, nuestra némesis fatal, será mayor. El deseo de conocernos mejor a nosotros mismos, de entender especialmente el origen y la naturaleza de nuestro miedo, se cierne sobre nosotros como un espectro en un mundo semiiluminado, un extraño amanecer que desvela una escena de carnicería: aire irrespirable, diásporas humanas, la Sexta Extinción, masas políticas ingobernables.

«Muchas culturas se distinguen por unas sabidurías que no están asociadas a las tecnologías modernas, sino basadas en un agudo conocimiento de las debilidades humanas»

En La sabiduría del desierto, el monje trapense Thomas Merton, al reflexionar sobre la torpeza moral de los conquistadores, escribe: «Al sojuzgar a los mundos primitivos, solo les impusieron, con la fuerza de los cañones, su propia confusión y su propia alienación». Si aún nos acompaña este impulso colonizador de nuestro legado, esa necesidad de dominar, ¿debemos seguir sosteniéndolo? ¿Debemos seguir cediendo ante tiranos, oligarcas y sociópatas narcisistas? El poeta, diplomático y premio Nobel francés Alexis Léger, en su poema épico Anábasis, pregunta dónde va a encontrar el mundo atribulado a sus verdaderos protectores, unos guerreros tan entregados a proteger el bienestar de sus comunidades que estemos seguros de que van a «vigilar los ríos en busca de enemigos, incluso en su noche de bodas». ¿Dónde podemos oír hoy las voces de semejantes guardianes, por encima del estruendo en apoyo del crecimiento económico?

En su poema Kindness (Bondad), la poeta estadounidense de origen palestino Naomi Shihab Nye escribe que, para adquirir la bondad necesaria para mitigar la crueldad y la injusticia que nos presenta el mundo real:

[…] debes viajar donde el indio con un poncho blanco yace, muerto, junto a la carretera.

Debes ver que podrías ser tú, que él también era alguien

que viajaba de noche y tenía planes […]

¿En qué Parlamentos y asambleas legislativas podemos encontrar hoy deliberaciones caracterizadas por ese grado de humildad? ¿En qué Congresos pueden plantearse discusiones sobre cuestiones de irresponsabilidad ética? ¿En qué países occidentales el empeño de abordar la salud mental, espiritual y física de los niños es superior a la indiferencia ante su suerte? ¿No se cree, acaso, que se trata de problemas anacrónicos, de preguntas que no son ya relevantes para nuestra situación?

No es posible, por supuesto, estar a la altura de nuestras propias reglas de buena conducta todos los días. La distracción y la indiferencia siempre nos ofrecen una salida a unos dilemas que son demasiado agotadores o desgarradores. Aun así, mi experiencia es que muchas personas, en cualquier rincón del mundo, siguen adelante a pesar del desaliento y la derrota, curan sus heridas y atienden a las necesidades de los demás, como las aparajitas de Bangladés, las «mujeres que nunca se dan por vencidas». Casi todo el mundo puede imaginarse hoy a los jinetes bíblicos del Apocalipsis en el horizonte, escoger a uno y caracterizarlo. Cualquiera, ante ese horizonte aterrador, podría decidir mirar hacia otro lado, sumergirse en la belleza o apartarse del mundo en medio de distracciones electrónicas, o encerrarse en el aislamiento catatónico de la fortaleza del yo. Pero también puede elegir dar un paso, adentrarse en el vacío traicionero entre uno mismo y el mundo desconcertante y allí dejarse sobrecoger por la vastedad, la complejidad y las posibilidades de ese mundo, aceptar sus exigencias de muerte, pero trabajar para disminuir el grado de crueldad y para ampliar el alcance de la justicia en todas partes.

«La distracción y la indiferencia siempre nos ofrecen una salida a unos dilemas que son demasiado agotadores o desgarradores»

Durante muchos años, la necesidad de este tipo de esfuerzo heroico –esencialmente, aprender a cooperar con desconocidos– ha atraído a la gente. Al ver a naciones económicamente poderosas que se disputaban en los rincones más remotos del mundo los últimos grandes depósitos de cobre, hierro, bauxita y otros minerales, o al leer sobre el derrumbe de zonas marinas de pesca antes fiables, o sobre las cínicas maniobras empresariales para apoderarse de las últimas grandes reservas de agua dulce, me he preguntado si la apertura sin precedentes a otras formas de interpretar este desastre no es, hoy, el único bote salvavidas que le queda a la humanidad. Si la cooperación con desconocidos no es nuestro Santo Grial.

Vuelvo la vista hacia un chico incauto, un niño desbordado por su deseo de conocer el mundo, de nadar más allá de donde alcanza la vista. El chico, lo sé, vivirá su vida así, siempre buscando, aunque en realidad no sepa qué buscar. Tardará muchos años en comprender que esa búsqueda continua de significado es la vocación de casi todo el mundo. Frente al caos, a veces tendemos a insistir en que solo estamos buscando ardientemente coherencia, una forma de encajar todas las piezas de nuestra experiencia vital en un todo significativo, de hallar una dirección en la que seguir. Si lo logramos, decimos, podremos encontrar alivio para algunas de nuestras angustias constantes.

Siempre me ha parecido que lo que la mayoría de nosotros busca es la oportunidad de expresar, sin vergüenza, juicios ni represalias, nuestra capacidad de amar. Eso significa también abrazar la oportunidad de ser amados, de descubrir y cultivar las relaciones recíprocas que unen a las personas, que juntan a las personas y sus lugares preferidos, tanto la tierra natural como la construida, en un mismo acuerdo, sin coacción ni sentimentalismos. Si alguien dijera que la prueba de que las cosas pueden estropearse y se estropean no es más que una prueba de la repetida incapacidad de amar, creo que hasta aquel niño estaría de acuerdo. Tendería a creer, a medida que se hiciera mayor, que la incapacidad de amar o ser amado explica la mayor parte del sufrimiento mental que padece la gente. La incapacidad de amar explica la carga de la soledad humana, que todo el mundo ruega o espera o se esfuerza en hacer desaparecer.

El niño que quería ir a ver cosas y luego volver a casa con una historia aprendió que nunca iba a poder desarrollar una historia demasiado si lo hacía a solas. Pero pensaba que otros quizá sí podrían, los que eran capaces de ver, con una claridad mental distinta a la suya, las cosas que hoy están en juego para todos.


Este artículo es un fragmento de ‘Horizonte’ (Capitán Swing), por Barry Lopez.

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