Energía

¿Qué es la isla energética que proponen España y Portugal?

En medio de la crisis provocada por la guerra en Ucrania, los precios de la electricidad y del combustible se han disparado en toda Europa, afectando gravemente a la delicada economía española. Ante esta situación, España y Portugal han propuesto a la Comisión Europea una excepcionalidad, la isla energética, que pretende establecer los precios energéticos independientemente de lo que dicte el gas.

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23
mayo
2022

La guerra en Ucrania representa el enésimo reto de convivencia y de estabilidad al que se enfrenta la Unión Europea. Con los fantasmas de una posible nueva guerra mundial amenazando con materializarse, los países miembros están replanteando su estrategia tanto conjunta como por individual. Si bien el apoyo al bando ucraniano parece sólido, sin la menor fisura diplomática, no lo es el interno. Países como Polonia, Alemania, las repúblicas bálticas o Suecia y Finlandia necesitan del gas e incluso del flujo eléctrico producido en Rusia. Tal es la presión que el auténtico conflicto en Europa radica sobre cómo se va a concertar un nuevo acuerdo por el gas. Y de momento, Rusia parece no ser la primera opción.

Ante una inflación desbocada y el precio de los combustibles en aumento, España y Portugal se unieron a finales del pasado mes de marzo para crear una «isla energética» en la que los precios de la electricidad dejasen de establecerse en función del gas. Una medida que, por la singularidad que representa dentro de la UE, está generando controversia en el seno de la Comisión Europea. ¿En qué consiste, exactamente, este proyecto?

Para comprender lo que está sucediendo es necesario retroceder a la esencia del problema: los combustibles fósiles se acaban. No es una perspectiva apocalíptica, sino un acontecimiento confirmado por la ciencia y difundido desde los años setenta del pasado siglo. Es decir, ya se contaba con que las materias primas fósiles comenzarían a agotarse hacia la década que vivimos. Y es exactamente lo que está sucediendo, con el pico de extracción (es decir, la capacidad que tiene la humanidad en función de su actual tecnología para explotar un yacimiento con rentabilidad económica) habiendo tocado techo en 2005. La mayoría de las grandes naciones proveedoras de petróleo, sus derivados y gas natural libran una batalla cada año por mantener el volumen de producción, o al menos conseguir que se reduzca lo menos posible.

Como nuestra sociedad actual depende de la electricidad cada vez para más funciones, la generación de energía eléctrica aumenta cada año. Tanto es así que con países como Alemania o España comprometidos con un plan de desnuclearización, la UE está teniendo que recurrir al carbón para producir electricidad. Otro de los mecanismos es el gas. Y aquí está la clave: el precio de la electricidad que consumimos se fija en función de la más cara de producir.

En España, algunas fábricas han tenido que dejar de producir para que el excesivo aumento del precio de la electricidad no les afecte en exceso

Es decir, la que se genera en centrales nucleares suele ser la más barata, encontrándose en medio buena parte de las renovables. Con la guerra en Ucrania y la dependencia de Europa central del gas ruso, el precio de este combustible se ha disparado, lo que implica que el precio final de la energía eléctrica aumente considerablemente para el consumidor. Este aspecto es doblemente grave, ya que afecta a la economía doméstica de millones de ciudadanos y al coste de producción. De hecho, en España algunas fábricas han tenido que aplicar paros de producción para no repercutir en exceso a su productividad.

En cualquier caso, un encarecimiento de una materia prima como lo es la electricidad implica que el sobrecoste, en un tiempo donde la economía mundial se mide en la capacidad de respuesta a la deuda que adquieren organismos y empresas, repercuta sobre el precio del producto, y éste, obviamente, sobre su consumo. A mayor coste, mayor aumento de precios y menor consumo; a menor consumo, menores beneficios y más cierres, más paro, menos impuestos, menor respuesta del Estado para sostener el modelo social.

Vivir en una isla (energética)

Ante una inflación disparada y una industria desesperada, España y Portugal han diseñado el modelo de la «isla energética» que consiste en que, como ambas naciones son apenas dependientes de los gasoductos centroeuropeos que suministra Rusia, los Gobiernos intervengan en el mercado eléctrico y establezcan el precio de la electricidad de otro modo, no en función del que exige el gas en la actualidad.

Como explicó la Ministra de Transición Energética, Teresa Ribera, la idea es acordar un precio máximo del gas, analizar hora por hora la entrada de electricidad en la Península Ibérica y establecer el precio a pagar cada una de esas horas en función cómo se haya producido ese flujo y de la prioridad. En caso de que en una hora concreta la electricidad venga de una planta que opere con gas, el precio se prorrateará en función del de todas las plantas que han generado la electricidad que entra en el país en ese momento.

De esta manera, el plan quiere conseguir que el precio de la electricidad baje considerablemente en la región, al mismo tiempo que no genere sobrecostes en las compañías eléctricas. Por otra parte, las naciones ibéricas tienen a Argelia como principal suministrador de gas natural, al mismo tiempo que se están realizando concesiones para alargar la vida útil de las centrales nucleares en funcionamiento. Como ambos países son idóneos para producir grandes cantidades de energía solar debido a la insolación natural de la Península Ibérica, el problema de la discontinuidad en la cantidad de electricidad que pueden generar el parque renovable se vería bastante reducido.

Un buen plan, pero con obstáculos

La medida propuesta por los Gobiernos de Pedro Sánchez y Marcelo Rebelo de Sousa ha sido rápida y parece, a ojo de los expertos, factible, además de bien planificada. De hecho, un mes después del comienzo de la guerra en Ucrania ambos líderes ya estaban intentando cerrar un acuerdo preliminar en una polémica cumbre europea en la que los países miembros cedieron con la idea de forma temporal y lidiando con la oposición manifiesta de Países Bajos y Alemania. Sin embargo, hay varias tormentas que agitan en el horizonte.

La primera proviene del propio mercado eléctrico. En el caso del sector privado, de establecerse la isla energética, sus beneficios corporativos se verían reducidos a los esperados del negocio eléctrico. Ya no existiría, o casi no lo habría, un lucro a la hora de calcular el precio de la electricidad en función de la fuente de energía más cara. Esta idea no gusta, y se acusa al plan ibérico de ser antieuropeo.

La isla energética se ha interpretado como una singularidad que puede dar lugar a una mayor percepción de independencia sobre la Unión Europea

Por otro lado, desde Bruselas se observa el proyecto como una amenaza para la economía conjunta. Al tratarse de una singularidad que beneficia en exclusiva a solo dos países se teme que pueda dar lugar a una mayor percepción de independencia sobre la Unión Europea entre los Estados miembros, pasando a mirarse como un lastre para las posibilidades individuales de cada país más que como una herramienta de progreso en común. Por el otro, el Mercado Único podría verse afectado por esta decisión, reduciendo la cotización en bolsa de las principales compañías eléctricas europeas. Es decir, podría ser menos apetitoso a la hora de atraer inversión extranjera.

Por último, España ha resucitado la idea de reforzar su suministro de gas a Centroeuropa y facilitar de esta manera el plan de desconexión del gas ruso propuesto como objetivo cumplido en 2030. En 2015, el Estado autorizó prospecciones en busca de bolsas sin descubrir de petróleo y gas en aguas de las Islas Canarias. No hubo suerte.

Marruecos, por su parte, anunció hace unas semanas el descubrimiento de bolsas de petróleo explotables por un valor superior a los 1.000 millones de euros en la misma zona, pero perforando desde sus aguas. Los acuerdos con el país africano sobre el Sáhara Occidental han tensado las relaciones con Argelia, el suministrador de gas a la Península Ibérica. Por último, la noticia del incremento de compra de España de gas licuado a Estados Unidos en vez de la vecina nación mediterránea ha ocasionado que Argelia haya tomado como medida una reducción del volumen de gas enviado a Europa por el gasoducto español.

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