Un siglo de arte y violencia: la vida de Pier Paolo Pasolini
El 5 de marzo de 1922 nació el controvertido escritor y cineasta italiano: el profundo calado intelectual de su trabajo y sus duras críticas políticas, siempre al servicio de la poesía, la literatura y la gran pantalla, dejaron el fruto de varias obras clásicas de la cultura europea, pero también una muerte brutal e inclemente.
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Pier Paolo Pasolini llegó a admitir el profundo desinterés por saber cómo sería el final de una vida, la suya, que «devoraba con un apetito insaciable». Irónicamente, su trágica muerte no ha sido esclarecida aún, continuando asociada a la incomodidad y a la constante controversia que causaron sus férreas críticas al consumismo globalizado, a las élites políticas y, sobre todo, a las múltiples formas en las que el fascismo destruía –según sus propias palabras– a la sociedad italiana.
Durante su juventud, Pasolini, que carecía aún del peso intelectual que le otorgaría el porvenir de los años, pasó por las aulas de la prestigiosa Universidad de Bolonia como estudiante –graduándose en arte y literatura– y como docente. Solo una vez instalado en Roma, en 1950, comenzó con su prolífica carrera artística y literaria. En la capital italiana escribió y publicó una larga lista de novelas que le valieron el reconocimiento más allá de sus fronteras: Una vida violenta y Amado mío son algunos de los títulos que lo convirtieron en uno de los literatos más vanguardistas de aquella Italia que había dejado de lamer las heridas de la posguerra para entregarse al glamour de la llamada dolce vita. Las cenizas de Gramsci, La religión de mi tiempo y Poesía en forma de rosa, fueron solo algunos de los poemarios que publicó –un género en el que fue notablemente prolífico– a lo largo de su fecunda trayectoria literaria.
Pero la historia de Pier Paolo Pasolini es la de un intelectual tan exitoso como incómodo. Sus críticas, implacables, no dejaron escapar ni siquiera a la lengua oficial de su país. En una de sus últimas entrevistas confesó que no creía en el teatro interpretado en italiano: para él, el italiano en cuanto lengua, en realidad, no existía, ya que en su forma estándar sólo la hablaban «40 o 50 personas… presentadores de la televisión y algunos actores viejos». Pasolini sostenía que había tantas variedades de la lengua como habitantes había en el país. Por supuesto, las críticas le llovieron sin cesar: había atacado a uno de los pilares de la reunificación nacional y de la «italianidad» más orgullosa.
A pesar de sus polémicas, pronto se consolidó como cineasta y director. Teorema –rodada en 1968 y no proyectada en España hasta cinco meses después de la muerte de Franco– fue una de sus obras más provocadoras: cuenta la historia de un extraño visitante que llega a una familia de buena posición económica que poco a poco va seduciendo a cada uno de sus miembros para después marcharse y dejarles sin rumbo y en medio de una poderosa crisis existencial. Los sectores más conservadores de la sociedad italiana, como harían tantas otras veces, lo tomarían como un ataque: les parecía un desafío a los valores y a las tradiciones del país.
Muchas de sus películas eran la reacción inmediata al repudio que sentía por el consumismo voraz «que destruía a Italia»
En aquellos años, el formato de la novela –no así la poesía– ya le parecía insuficiente para deshilvanar la realidad como a él le gustaba, razón por la cual comenzó a centrar sus ímpetus creativos en el cine. De este modo, en 1971 presentó El Decamerón –la primera entrega de La trilogía de la vida, a la que seguiría Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches–, un filme en el que rescata a la Italia rural, campesina y proletaria, la cual consideraba más auténtica que la sociedad de consumo global que se consolidaba cada vez más en las ciudades. Según confesaría posteriormente, esas películas eran la reacción inmediata al repudio que sentía por el consumismo voraz «que destruía a Italia». Una crítica que se unía a su vez con la despoblación de las zonas rurales.
Saló o los 120 días de Sodoma, una libre adaptación de Los 120 días de Sodoma, escrito por el marqués de Sade, fue su última producción cinematográfica, y está considerada como una de sus obras más excelsas, así como una fortísima crítica política y social. Según el propio Pasolini, «la película es una parábola de lo que la gente que está en el poder hace a sus conciudadanos, de lo que los explotadores hacen a los explotados. Lo que quería mostrar es que el poder es totalmente anárquico». El autor italiano, sin embargo, no llegó a verla exhibida en cines: sería lanzada tres semanas después de su asesinato.
La temática que impera en su trabajo es política en gran medida. A través de su obra, Pasolini desmenuzó con ferocidad al fascismo, al cual dividiría en tres: el fascismo tradicional y «arqueológico», asociado a los años de Mussolini; el «fascismo nominal y artificial», ligado al modus vivendi de ciertos sectores juveniles italianos en la década de los setenta; y el «nuevo fascismo», un término que utilizó para describir los profundos cambios sociales generados por la vorágine de la sociedad de consumo global. Según él, esta última vertiente transformaría de forma aún más radical al mundo y a la sociedad que el propio modelo de Mussolini. En parte, es por ello por lo que sostiene que Italia se pudre en un bienestar hecho de egoísmo, estupidez, incultura, habladurías, moralismo, coacción y conformismo. Para el autor italiano, prestarse a contribuir a esta podredumbre no es otra cosa que entregarse al fascismo. Ser laico y liberal no significaba nada para Pasolini con una carencia de la fuerza moral suficiente para no caer en la tentación de «las leyes tentadoras y crueles» de un mundo que funciona tan solo en apariencia.
La incógnita en su muerte
«Todos estamos en peligro», defendió el intelectual italiano en su última entrevista. No sería la única polémica de la conversación: «No os hagáis ilusiones. Vosotros, con la escuela, la televisión, con lo pacato de vuestros periódicos, vosotros sois los grandes conservadores de este orden horrendo basado en la idea de poseer y en la idea de destruir». Volvió a definir, además, su idea de lo que era «el poder»: un sistema de educación que divide a los subyugados y a los subyugadores.
Para él, «el poder» era un sistema de educación que dividía a los subyugados y a los subyugadores
Tan solo un día después de aquellas declaraciones, el 2 de noviembre de 1975, el cuerpo de Pier Paolo Pasolini fue encontrado en el balneario de Ostia, Roma: había sido atropellado varias veces por un coche, con múltiples fracturas óseas, quemaduras parciales y los testículos reventados a golpes. La policía detuvo entonces a un chapero de 17 años, Giuseppe «Pino» Pelosi, que confesó ser el autor material. Durante años, Pelosi defendió que lo había asesinado tras arrepentirse de haber aceptado una oferta del artista para mantener relaciones sexuales a cambio de 20.000 liras, pero la brutalidad de aquel homicidio no podía ser obra de una sola persona. Esa versión, además, nunca llegó a convencer a la opinión pública: todo el país sabía que la Italia más conservadora, diana de los discursos políticos más críticos de Pasolini, podía estar detrás de ese asesinato.
En 2005, Pelosi, que solo estuvo siete años en prisión, se retractó de la versión que ofreció en 1975: aseguró que aquella noche, después de haber tenido sexo oral con el cineasta, tres hombres «con acento del sur» lo mataron de una paliza. Mientras lo golpeaban, afirmó, gritaban «cerdo comunista» y «maricón». No obstante, nueve años más tarde su versión volvió a cambiar: aseguró que los responsables habían sido dos hermanos conocidos en el ambiente fascista de Roma. A falta de pruebas, el caso se cerró de nuevo. En 2017, Pelosi murió de un tumor a los 59 años.
No faltan las hipótesis acerca de su muerte: algunos sostienen que fue obra de la mafia; otros arguyen que el motivo del asesinato fue Petróleo, el libro que estaba escribiendo en aquel momento, que desvelaría el nombre del asesino del empresario petrolero Enrico Mattei. Tampoco faltaron otras teorías conspiratorias: se llegó a sugerir que en ese homicidio estaban involucrados presuntos chantajistas que habían robado al director italiano escenas de Saló o los 120 días de Sodoma. A día de hoy, sin embargo, solo hay una certeza: los nombres de los autores intelectuales y materiales de su asesinato siguen siendo un misterio.
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