Cultura

Vivir como un poeta

Rainer Maria Rilke es un nítido ejemplo de lo que puede llegar a significar la existencia artística más estricta: cultivo de la soledad, introspección, romanticismo y pena. En palabras del checo, «el amor vive en la palabra».

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29
abril
2022

«No puedo entrar en consideraciones sobre la índole de sus versos porque me es del todo ajena cualquier intención de crítica»: así escribía en una carta el ya consagrado poeta Rainer Maria Rilke a su diletante amigo Franz Xaver Kappus.

Las Cartas a un joven poeta de Rilke, que Kappus haría públicas años después, no explican cómo escribir poesía, pero sí ofrecen una serie de consejos esenciales para vivir como un poeta: desde el cultivo de la soledad y la búsqueda interior hasta el aprendizaje del amor, pasando por la utilización de la pena como motor de la propia evolución.

Nacido en 1875 en Praga, Rilke es considerado uno de los poetas más importantes de la literatura universal. Y lo es por una sencilla razón: además de las numerosas obras que publicó, tanto en verso como en prosa, ejemplificó como pocos lo que significa vivir por y para el arte. Apasionado, narcisista, desclasado, contradictorio y, muy especialmente, enamoradizo y errante, Rilke siempre parecía hallarse en camino hacia otro lugar, hacia otras amantes y otras composiciones poéticas que ensalzasen su continua sensación de pérdida y su insaciable búsqueda de la belleza.

Desde joven, el checo se involucró en los círculos literarios de su ciudad natal, donde publicó sus dos primeros poemarios. Cumplidos los 21 años, Rilke abandonaría Praga para no regresar nunca más. La primera parada de su peregrinaje fue Múnich, donde conoció a la primera de sus amantes, tal vez la que más influyó en su obra y vida, la escritora Lou Andreas-Salomé. Con ella viajó a Berlín y a Rusia, donde conoció a Tolstoi y pudo mantener con él extensas charlas. Estos viajes junto a la escritora fueron decisivos para el desarrollo literario y filosófico de Rilke. Publicaría entonces dos obras: Adviento y Para mi alegría, donde despuntaban temas esenciales de su lírica, como la angustia y la expectación. 

Rilke siempre parecía hallarse en una continua sensación de pérdida, en constante camino hacia una insaciable búsqueda de la belleza

Ambos amantes, sin embargo, se separarían en 1900. Rilke se fue entonces a vivir a una colonia de artistas situada en Worpswede, Alemania, donde conoció a Clara Westhoff, una escultora con quien contrajo matrimonio. Animado por su esposa y hastiado de la vida marital, en 1902 marchó a París con la intención de escribir un ensayo sobre Auguste Rodin. Su obra nunca vería la luz, pero Rilke, fascinado por la obra del escultor, se convertiría en su secretario y confidente entre 1905 y 1906. Rilke vivió hasta 1910 en París, pero dado su carácter nómada realizó varios viajes por Italia, Dinamarca y Suecia. Un frenético deambular se sumó entonces a una intensa producción literaria en la que destacan Nuevos poemas y Los cuadernos de Malte Laurids Bridge, que resume las experiencias y reflexiones acumuladas hasta entonces.

El poeta checo viviría también junto a la princesa Marie von Thurn und Taxis durante varios meses por una razón sencilla: estaba obsesionado por apurar experiencias amorosas que le permitiesen expandir su lírica. En cierto modo lo consiguió, ya que su hogar durante aquel tiempo sería el castillo de la princesa en Duino, Italia. La fortaleza pasaría a la historia, justamente, gracias a una de las obras cumbre de Rilke, Elegías de Duino, en la que una colosal acumulación de imágenes le permite dar respuesta a las preguntas fundamentales de su existencia. Aquella estancia impulsó también el inicio de las Elegías, que no verían la luz hasta su finalización en 1922, desde su residencia en la torre Muzot, cercana a la ciudad suiza de Sierre. 

Hasta entonces, el poeta había continuado viajando por Italia, España, Alemania, Egipto y el norte de África, como un artista errante. No dejó en ningún momento de acumular kilómetros y amantes en su eterno deambular. En la torre Muzot, llevado por una verdadera fiebre de creación literaria, no solo finalizó las Elegías, sino que también compuso la otra obra cumbre de su poética: Sonetos de Orfeo. 

Desde 1923, aquejado por graves problemas de salud, permaneció durante largas temporadas en el sanatorio de Val-Mont, donde finalmente moriría de leucemia. Tal vez huyendo de ese irremediable final, el maltrecho artista sacó fuerzas para una huida a París y para una nueva relación amorosa, en este caso con la pintora polaca Baladine Klossowska, madre del pintor Balthus –de quien muchos, además, aseguran que Rilke fue el padre– y del filósofo Pierre Klossowski. 

Su continuo deambular de ciudad en ciudad y amante en amante respondía a su creencia de que la vida de un poeta debía estar supeditada a la propia poesía. El tiempo, al menos en parte, le daría la razón: su existencia cristalizaría en una obra literaria que permanecería incólume al paso del tiempo. Una filosofía vital que bien podría resumirse en este extracto de una de las cartas que escribió a Kappus: «El amor vive en la palabra y muere en las acciones».

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