Opinión

Rehacer (otra vez) el futuro

Poco hay que decir que no se haya dicho ya –y bien dicho, además– sobre los sesgos del emisor y del receptor, las cámaras de eco y otros dilemas a tener en cuenta al informarse. Es más interesante, en cambio, preguntarse qué vaticinios de otros campos (como los empleos del futuro o la caducidad de tal o cual hábito) estamos asimilando de forma acrítica por pura necesidad esencial de movernos entre escenarios probables.

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22
marzo
2022

«Debemos estar poco preocupados. A mí me parece, desde la prudencia, que lo que podría haber son ataques con misiles desde Bielorrusia o desde Crimea. Creo que habrá pocas probabilidades de un conflicto armado. Si hay conflicto sería la Tercera Guerra Mundial; también creo que no va a haber un enfrentamiento bélico entre tropas terrestres». Eso afirmaba un exministro de Exteriores reciente pocos días antes de que Vladimir Putin diera la orden de entrar en Ucrania a sangre y fuego. 

Es comprensible que, entonces, los periodistas buscaran expertos y analistas capacitados para intentar anticipar qué podía (o no) suceder y que nos hablaran de los escenarios más probables. E igual de comprensible es que dichos expertos dieran su opinión, por más que muchas veces fuera discutible la contundencia y la seguridad de tantos.

No es solo un problema de un ecosistema mediático que necesita rellenar muchas horas de información. La oferta es excesiva, pero hay una demanda genuina de información permanente ante un hecho que no comprendemos y que nos asusta. El negocio mediático se une aquí a una necesidad antropológica más básica. 

Poco hay que decir que no se haya dicho ya –y bien dicho, además– sobre los sesgos del emisor y del receptor, las cámaras de eco y otros dilemas a tener en cuenta al informarse. Es más interesante, en cambio, preguntarse qué vaticinios y pronósticos de otros campos –como los empleos del futuro, o la caducidad de tal o cual hábito– estamos asimilando de forma acrítica por pura necesidad esencial de movernos entre escenarios probables. Previsiones que se lanzan a la plaza pública con la misma seguridad con la que bastantes expertos descartaban que fuera a haber una guerra en Ucrania porque no podía haberla. Como si prefiriéramos un mal pronóstico, o uno erróneo, a ninguno.

«No hay que desentenderse del futuro; todo lo contrario: entender que se trata de un horizonte que se construye desde el presente, donde conviene tener los anhelos»

Cuanto más lejanos en el tiempo, más difíciles de hacer son los vaticinios pero, quizá por lo distante que queda su comprobación con la realidad, suelen ser osados. Y los hay muy fiables, como aquellos relativos a hechos y datos incontestables –como los relacionados, por ejemplo, con los sucesos astronómicos–, o difícilmente refutables –como los que tienen que ver con el cambio climático–. Sin embargo, es más discutible que ese hábito haya traspasado hasta llegar a campos en los que se mezclan asuntos tan humanos como los hábitos de consumo, las preferencias políticas o la organización social. ¿Dónde estará el Putin de tantos vaticinios y pronósticos que damos por seguros y que nos influyen al tomar decisiones? No lo sabemos, pero es bastante probable que exista.

No hay que desentenderse del futuro, sino todo lo contrario: entender que no se trata de un escenario al que nos llevan y en el que no intervenimos, sino un horizonte que se construye desde el presente, donde conviene tener la mente y los anhelos.

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