Opinión

No pasa el tiempo

En las últimas décadas, todo el mundo ha hablado de las políticas de sostenibilidad y, sin embargo, son muy pocos los que han creído en ellas y, menos aún, las han practicado. Salvo muy contadas excepciones, estamos donde estábamos: el notorio incumplimiento de los ODS será realidad en su fecha limite, 2030.

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28
marzo
2022

Cuenta Ortega y Gasset en El Espectador que, a mediados del pasado siglo, en una noche que había cubierto de frío y nieve Madrid, alguien se dirigía a su tertulia en un conocido café. Cuando el protagonista de la historia, tiritando y calado hasta los huesos, llegó a la mesa en torno a la que se reunían los contertulios, mientras se sacudía la nieve de su sombrero y de su abrigo, sentenció: «Buenas noches…teóricamente». Y concluye Ortega que así parecen entender los españoles la teoría: como aquello que está en absoluta contradicción con la realidad.

Algo de eso ocurría hace dos décadas con las llamadas políticas de recursos humanos y algo de eso ocurre en la actualidad, y desde hace algunos años, en torno a las políticas de sostenibilidad, Responsabilidad Social y lo que ahora se llama ESG: todo el mundo habla de ellas y de su importancia, pero pocos creen y, menos aún, las practican. Tampoco los Gobiernos que, desde que se aprobaron los ODS y la Agenda 2030, decidieron que debían liderar el impulso de esas políticas y ser adalides de su implantación. Naturalmente, nada de eso ha ocurrido y, salvo muy contadas excepciones, podemos decir que estamos donde estábamos. Se impone la cordura y el sentido común manda: el notorio incumplimiento de los ODS será realidad en su fecha limite, 2030.

Es indudable que la sostenibilidad está de moda; tanto es así que nacen, crecen y se multiplican los gurús que hablan sobre el tema, aparecen publicaciones especializadas –en general, poco críticas con este mundo– y se programan cada semana seminarios, encuentros o jornadas a los que casi siempre acuden (acudimos) los mismos para ‘descubrir’ las bondades de la Responsabilidad Social, la importancia de los ODS, los ESG y el glorioso futuro que les espera a empresas e instituciones si cumplen –y lo mal que lo pasarán si no lo hacen, abocadas al fuego del infierno y al olvido tenebroso–.

«Deberíamos ser capaces de aprovechar la ‘moda’ de la sostenibilidad sin trampantojos y sin presumir demasiado»

En esos foros, como si de un mitin político se tratara, casi siempre están los ‘convencidos’, es decir, los responsables de sostenibilidad en entidades o personas relacionadas con el tema, reunidos habitualmente para contar las cosas buenas que hace su empresa y el gran ejemplo que dan. De lo que se haga mal o regular no hablamos. En raras ocasiones, de hecho, se ve participar en esos foros a los máximos responsables de las empresas que, seguramente, están para otras cosas: hablar o escribir sobre la sostenibilidad como el principal propósito de las instituciones –empresariales o no– o extenderse en elogios sobre el factor humano, recordando la famosa novela de espionaje escrita por Graham Greene y resaltando la vinculación de los incentivos de los directivos con la consecución de objetivos ESG.

En tiempos de crisis, incertidumbre y globalización hay que volver el rostro hacia la mística del ser humano. Esta no es solo una parte de la teología que trata de la vida espiritual, es algo la razón oculta de muchos aspectos de la vida. Decía Aldous Huxley que «un mundo donde el misticismo no existiera sería un mundo totalmente ciego, un mundo de locos». El misticismo, además de la religión, ha ido llenando muchos aspectos de nuestra vida, como el arte, la literatura, la ciencia y -–por qué no?– la sostenibilidad.

Hablamos de una mística humanística; es decir, del compromiso de las propias empresas e instituciones con las personas. La mística es un estado vital y, cuando hablamos de sostenibilidad, también una manera de sentir y de hacer, involucrando a hombres y mujeres –sea cual sea su posición– en un proyecto común, sin distracciones o falsas promesas. En definitiva, alimentar la dimensión humana en la empresa. La vida, decía Borges, está llena de momentos, y hoy deberíamos ser capaces de aprovechar la ‘moda’ de la sostenibilidad sin trampantojos y sin presumir demasiado, haciendo autocrítica y sentando las bases para aprender y desarrollar una forma de hacer y de sentir. Y la Universidad debería ayudar a que eso se cumpla sin sobresaltos, poco a poco.

En La sociedad del desconocimiento (Galaxia Gutenberg), el filósofo Daniel Innerarity sostiene que «ignoramos muchas cosas –y algunas de ellas muy relevantes– porque se encuentran en el proceso de emergencia antes de su irrupción. Si a todo esto añadimos una permanente distracción colectiva en lo inmediato y una escasa atención a lo latente, podemos estar seguros de que la evolución de las cosas seguirá sobresaltándonos».

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