Opinión

El amor, esa estrecha relación entre el afecto y la economía

Si las emociones como el amor (al igual que muchos de nuestros valores morales) están conectados a nuestra realidad económica, no es de extrañar entonces que, en los tiempos líquidos que corren, los amores sean cada vez más precarios.

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14
febrero
2022

Si existe un fenómeno social que ponga de relieve la estrecha relación entre amor y substrato económico, esa es la celebración de San Valentín. Fue, concretamente, en 1948 cuando Galerías Preciados logró instaurar en España la celebración del amor de la mano del santo Valentín de Roma. El propio fundador de los conocidos grandes almacenes, Pekín Fernández, se ocupó de diseñar esos primeros anuncios que auguraban una nueva celebración del amor.

No cabe la menor duda de que emociones como el amor, al igual que muchos de nuestros valores morales y comunitarios, están íntimamente vinculados a nuestra realidad económica. No es de extrañar entonces que vivamos hoy tiempos de amores líquidos, como diría el sociólogo Zygmunt Bauman. Tampoco es de extrañar que, en sociedades de economía precaria, los amores sean a su vez precarios. Suele hablarse a menudo, en los tiempos que corren, de cuestionamientos supuestamente subversivos cuando se desafía al llamado amor romántico como forma tradicional de sentir y vivir el amor. Pero hay que decir que este tipo de amor «para toda la vida» ya no representa al sistema; no es el enemigo a batir, sino un fenómeno residual e inoperante propio de comunidades tradicionalistas.

Cuestionar tal enfoque en favor de la libertad sexual, el poliamor, la autopareja o el cambio sucesivo de cónyuges que valoramos no incondicionalmente, sino como instrumentos de placer (ya sea este sentimental o sexual) no hace sino reflejar marcos regulatorios propios del capitalismo tardío vinculados a una sociedad global cuyos imperativos se traducen en amores fluidos, múltiples, precarios y poco duraderos. No olvidemos, en este sentido también, la pluralidad típicamente neoliberal a la hora de elegir entre una amplia gama de bienes (o amores) de consumo. 

«San Valentín representa una forma de entender el amor que no está en consonancia con los hechos de nuestra economía global»

Por otra parte, son las bases líquidas de una sociedad desregulada cada vez más flexible, precaria e inestable las que dan pie a la proliferación de nuevas identidades sexuales menos afianzadas y fijas: cisexual (que se identifica con el género que le fue asignado al nacer), el género fluido (una persona que no cuenta con una identidad de género única, sino que «circula entre varias»), transexual (cuya identidad de género no se corresponde con el sexo asignado en el momento del nacimiento), transgénero (que no necesita identificarse «con el binarismo de género ni adecuar su identidad a las expectativas sociales). Luego está el pangénero (que integra varias identidades de género a la vez).

El pluralismo relativista se expresa ahora en el terreno sexual e identitario: pasamos de dos identidades absolutas (hombre y mujer heterosexuales) a una amplia variedad de perspectivas y puntos de vista típica del capitalismo tardío. Ocurre que, cuando el suelo se mueve bajo nuestros pies –por motivo de una economía líquida en la que apenas hay seguridad laboral, no se llegan a cobrar subsidios de desempleo y jamás uno llegará uno a disfrutar de una pensión– cree el sujeto posmoderno que es él quien decide a cada momento interesarse por este u otro objeto de interés amoroso o identidad sexual propia. Más probablemente no estemos hablando de una elección personal, sino de un marco regulatorio y base socioeconómica móvil y fluctuante que, en realidad, impone esta frivolización del amor y licuación de las emociones y la vida sentimental. 

San Valentín, tradicionalmente, ha venido a servir de apoyo a un amor sólido, siendo una contrapartida de base económica para celebrar las relaciones estables en el marco de un capitalismo menos líquido y precario que el actual. No es de extrañar, pues, que San Valentín sea hoy a menudo rechazado como retrógrado y patriarcal, pues expresa una realidad económica propia del pasado. Quizás fuese más apropiado a los tiempos, y a la base económica, el crear múltiples San Valentines en nombre del poliamor; San Valentines líquidos y fluidos, rápidamente intercambiables, o celebrar varios San Valentines al año para adaptar las celebraciones a la nueva naturaleza fluctuante de nuestro universo sentimental.

Pero quizás lo más apropiado dadas las circunstancias sea acabar por completo con dicha celebración, pues representa una forma de entender el amor que no está en consonancia con los hechos de nuestra economía global y financiarizada. Y todo ello a pesar de que, probablemente, este nuevo modelo económico y amoroso no sea precisamente mejor que el anterior.

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