Opinión
El amor en tiempos de Tinder
La desigualdad de la atracción, al contrario que la económica, no encuentra voces que la denuncien, y sin embargo, la gran mayoría de hombres es visto como menos atractivo que la media por parte de las mujeres.
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La ventaja de ligar en el instituto, en la universidad o en el trabajo era el tiempo. En contraste con la premura del sábado noche, uno no dependía del elevator pitch ni de la mediación del amigo común. Las batallas que comenzaban en septiembre podían resolverse en mayo: el tiempo proporcionaba a los contendientes un campo abierto para desplegar sus encantos menos evidentes. El mercado afectivo se autorregulaba, no sin generar desigualdad, pero al menos sin incurrir en flagrantes injusticias. Cuando los más deseados y deseadas encontraban su par, salían del mercado, abriendo posibilidades a quienes venían detrás.
Los datos revelan que Tinder y aplicaciones similares han tenido en el mercado afectivo el mismo efecto que Amazon en el comercio local, y ambos se han beneficiado de los encierros que la pandemia ha provocado. Afortunadamente, la lacra de la desigualdad económica está muy presente en el debate público; la desigualdad de la atracción, sin embargo, tan presente en la mente de todos –y especialmente de los jóvenes– no encuentra voces que la denuncien. Una excepción es el economista Robin Hanson, que ha escrito varios artículos analizando la desigualdad sexual en base a los teoremas que se emplean para el análisis de la desigualdad económica. Sus resultados revelan que la distribución del capital erótico se asemeja a la de un Estado fallido.
«En Tinder y otras aplicaciones, el 20% de los hombres compite por casi el 80% de las mujeres»
Es evidente que hay tantos mercados como preferencias sexuales, pero si nos centramos en las preferencias de las personas heterosexuales, donde los hombres compiten contra los hombres y las mujeres contra las mujeres, observamos que se trata de dos mercados independientes, cada uno con su coeficiente de Gini. El coeficiente de Gini –una herramienta utilizada para medir la desigualdad dentro de una población– de Tinder es de 0,58, lo que supone una mayor desigualdad que el 95% de las economías mundiales. «La cosa pinta muy mal si eres un hombre en el 80% inferior», así lo resumen Andrew Kortina y Namrata Patel, autores de uno de los estudios al respecto. Estos datos casan con otra investigación que sostiene que las mujeres califican al 80% de los hombres como «menos atractivos que la media».
Esto implica que en Tinder y otras aplicaciones, el 20% de los hombres compite por casi el 80% de las mujeres. En el mundo de ayer, en las fiestas, en los botellones, en la cafetería de la universidad o en la cola del Siroco, la constatación de que las opciones eran finitas tenía un efecto notable en el alcance de las aspiraciones. Sin embargo, el mundo virtual provoca la sensación de que las opciones son ilimitadas, lo que lleva a muchas mujeres a ser hiperselectivas, marcando como favoritos solo a los hombres más atractivos. Aviv Goldgeier, ingeniero de Hinge, otra web de citas, reveló que el 1% de los hombres obtiene más del 16% de todos los likes. Y este pequeño porcentaje de hombres deseados, en vista de su éxito, carece de incentivos para abandonar el mercado, perpetuando así la situación de desigualdad.
Según los miles de datos que arrojan los algoritmos, la mayoría de mujeres solo está dispuesta a establecer vínculos románticos con una minoría de hombres, mientras que la mayoría de los hombres está dispuesta a establecerlos con la mayoría de las mujeres. Esto hace que la economía sexual esté determinada por una brecha que marca un alto nivel de desigualdad que puede mutar en frustración. En la próxima entrega profundizaremos en esta frustración partiendo de una pregunta: ¿qué es un incel?
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