Ucrania

Bielorrusia, títere de Putin y cooperador necesario

Aleksandr Lukashenko, presidente de Bielorrusia y ‘último dictador de Europa’, ha consolidado la integración de su país con Rusia y, ahora, facilita la agresión a Kiev permitiendo el paso de las tropas de Putin a través de su territorio.

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28
febrero
2022
Lukashenko conversa con Putin en una reciente cumbre de países euroasiáticos.

En la agresión que Vladimir Putin –no Rusia– está perpetrando contra Ucrania en estas horas está pasando desapercibido el papel jugado por lo que, en Derecho Penal, se califica como el cooperador necesario en la comisión de un delito. En el ilícito internacional de suma gravedad que viola principios estructurales recogidos en la Carta de Naciones Unidas (integridad territorial y soberanía, no injerencia en asuntos internos, prohibición de la amenaza o del uso de la fuerza, igualdad soberana de los Estados, entre otros), Ucrania está sufriendo igualmente la participación de Aleksandr Lukashenko –no de Bielorrusia– como sujeto que participa en la comisión del delito (ilícito internacional) sin ser el ejecutor directo. Sin embargo, desempeña un papel esencial en el conflicto, sin que la atribución de la responsabilidad internacional pueda realizarse de forma sencilla, pero sin cuya inestimable ayuda la realización del mismo hubiese sido muy improbable.

Autócrata de la última República soviética, Lukashenko se aferró al poder después de perpetrar el enésimo fraude electoral en las últimas elecciones presidenciales celebradas en el mes de agosto del año 2020. Las masivas e inéditas protestas sociales contra Lukashenko fueron objeto de una feroz y generalizada represión. La comunidad internacional sancionó y aisló al régimen, que contó con el rescate del Kremlin como único aval para consolidar una presidencia que se prolonga desde el año 1994. A partir de ese momento su papel como líder títere de Putin convirtió a Bielorrusia, a su pesar, en un Estado marioneta en manos de los objetivos en materia de política exterior de Moscú. En particular, en su proyecto de largo recorrido de reconfiguración del antiguo espacio soviético.

La comunidad internacional ha ignorado el papel de Bielorrusia

La «fusión por absorción» de esta república ha sido absolutamente ignorada por buena parte de la opinión pública internacional y, además de constituir una auténtica ignominia, forma parte del diseño trazado desde el Kremlin en el que las fichas parecen irse encajando de conformidad con un estrategia de amplio alcance. En este caso, el uso de la fuerza armada no se ha realizado externamente, sino desde el interior del régimen. Lukashenko ha hipotecado el destino de un Estado que no ha llegado a recuperar su identidad nacional desde su independencia con el único objetivo de mantenerse en el poder. ¿Por qué es importante la participación de Bielorrusia en la agresión contra Ucrania?

  1. Desde un punto de vista geoestratégico, el movimiento de las fuerzas armadas rusas a través de esta república ha facilitado enormemente las acciones militares. El acceso a Kíev desde la frontera norte compartida con Bielorrusia ha sido muy rápido.
  2. No era sencillo tener tropas establecidas en un tercer Estado para agredir posteriormente a su vecino. Absolutamente inviable sin el uso de la fuerza si se tratase de un Estado neutralizado, como figura en la Constitución bielorrusa de 1994 (art. 18) .
  3. La anexión territorial de Ucrania o su control político-militar completaría el núcleo eslavo de la antigua Unión Soviética y del mito fundacional alrededor de la Rus de Kiev. Bielorrusia, de manera voluntaria y Ucrania manu militari.
  4. El corredor de Suwalki, que conecta a través de menos de cien kilometros el territorio de Kaliningrado con el de Bielorrusia, separa el territorio de las Repúblicas Bálticas (OTAN y UE) con el de Polonia (OTAN y UE). En Kaliningrado, que pertenece a la integridad territorial rusa, su posición incrustada entre Estados integrantes de ambas organizaciones internacionales ofrece un escenario estratégico en el que Moscú ha desplegado hace tiempo sus misiles Iskander.

 

Una ficción de Estado independiente

Bielorrusia, que mantiene un Tratado de Unión con Rusia desde el año 1999, parece haber consumado una fusión de los dos Estados manteniendo una ficción de estructura institucional independiente. Durante estos cerca de 25 años transcurridos desde la ratificación del mencionado tratado hubo periodos en los que Lukashenko intentó tímidamente diseñar una política exterior de carácter multivectorial que ampliase sus potenciales socios más allá de su extrema dependencia de Rusia (económica, energética, financiera, militar). En particular, después de la anexión de Crimea y de la consolidación de su intervencionismo en Ucrania desde el año 2014 en los distritos orientales de Ucrania.

Su reacción inicial no se tradujo en el apoyo al Kremlin sino, más bien, por la precipitada búsqueda de potenciales socios comerciales y aliados que compensasen el desequilibrio de las relaciones bilaterales asimétricas mantenidas con Rusia. En ese momento aparecieron las posibilidades con China, con Estados Unidos y con la UE, con la que mantenía varios instrumentos de cooperación abiertos.

Inviable cualquier colaboración con la UE

Pero las características autoritarias y personalistas del régimen de Lukashenko se acentuaron tras las elecciones del año 2015, y la condicionalidad establecida por la UE en torno a los principios democráticos y en materia de derechos humanos (Bielorrusia no pertenece al Consejo de Europa ni, por tanto, a la jurisdicción del Tribunal Europeo de Derechos Humanos) hizo inviable cualquier tipo de colaboración.

Durante el mandato presidencial (2015-2020) se acentuaron las presiones de Putin para profundizar en las estructuras políticas y militares que favoreciesen la integración de las instituciones de ambas repúblicas en virtud del Tratado de Unión. No obstante, los recelos de Lukashenko al respecto se centraban en la posibilidad –más que probable– de que Putin liderase como presidente único ambos Estados dada la limitación constitucional de renovar su mandato presidencial en Rusia en el año 2024. Sin embargo, su margen de maniobra era muy reducido por la dependencia intrínseca de Bielorrusia respecto de Moscú.

Desde las mencionadas elecciones presidenciales en Bielorrusia del año 2020, Putin ha fagocitado paulatina y silenciosamente a esta república. Las fuerzas armadas rusas y las bielorrusas han participado en numerosos ejercicios militares conjuntos (ZAPAD, entre otros), preparando la agresión que finalmente ha perpetrado contra Ucrania. Ya no era necesario articular otro tipo de colaboraciones derivadas de la membresía en las organizaciones regionales lideradas por Moscú, como la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), similares a las que hemos asistido recientemente en Kazajistán. El control instrumental de Bielorrusia ha mostrado algunos perfiles evidentes en episodios como la utilización de los refugiados –trasladados a la frontera entre Bielorrusia y Polonia desde diversos Estados– como arma geopolítica o, por ejemplo, en episodios inéditos como el de piratería aérea de Estado para detener a Protasévich.

Las responsabilidades de Putin y Lukashenko

En definitiva, estamos asistiendo a una violación flagrante de la legalidad internacional y de su núcleo normativo superior: las normas de ius cogens que son de eficacia hacia todos y para todos (erga omnes). Son ilícitos internacionales de especial gravedad (crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra, genocidio y agresión). A pesar de que tanto Bielorrusia como Rusia no pertenecen a la Corte Penal Internacional –Putin no ratificó el Estatuto de Roma de 1998 y revocó su firma en el año 2016– no olvidemos que Putin, como directo agresor, y Lukashenko, como cooperador necesario, son los máximos responsables de agresión que no debería de quedar impune. Mientras tanto, delegaciones de Rusia y Ucrania acuerdan negociar en territorio bielorruso una salida a la guerra. Volodímir Zelenski afirma que la cita se celebrará sin condiciones previas.The Conversation


José Ángel López Jiménez es profesor de Derecho Internacional Público, Universidad Pontificia Comillas. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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