Medio Ambiente

¿Sale caro ser sostenible?

El mantenimiento de salarios dignos para los trabajadores, la mejora de las condiciones de vida animales o el respeto a los tiempos naturales de la agricultura se traducen en un aumento del precio en los productos ‘eco’.

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14
enero
2022

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La sabiduría del refranero popular lo recuerda: «Obras son amores…» porque una cosa es respaldar política e intelectualmente un modo de vida sostenible, ser respetuoso con el planeta, manifestarse para que las leyes pongan límites a aquellas prácticas comerciales que contaminan y destruyen la biodiversidad… y otra, poder pagarlo. Nos guste o no, todavía sale muy caro ser eco o comprar bio.

Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, los productos de origen ecológico son aquellos alimentos provenientes de la agricultura o ganadería libre de sustancias químicas de síntesis, pesticidas, fertilizantes y medicamentos, que respeta el ritmo de crecimiento natural de plantas y animales y cuyos productos finales carecen de aditivos, colorantes, saborizantes o aromas.

La infalibilidad de estos productos es, por un lado, física –saben a lo que deben de saber– y, por otro, intangible para el consumidor, pero auténtica: respetan el planeta y no contribuyen a su degradación. Sin embargo, también se los reconoce por el aspecto pecuniario: según la Organización de Consumidores y Usuarios, la cesta de la compra de productos bio o eco puede salir hasta tres veces más cara, incluso en aquellos productos de higiene y cuidado personal (geles, jabones, etc.). Por ejemplo, un litro de leche ecológica cuesta alrededor de un euro y medio, frente a los 80 céntimos de la marca líder o los sesenta de la marca blanca. Entre un 85 y 164 por ciento más. Un kilo de tomates bio oscila entre los cuatro euros y medio hasta los siete, mientras que la misma cantidad de esa hortaliza proveniente de otros cultivos no supera el euro y medio.

La cesta de la compra de productos ‘bio’ o ‘eco’ puede salir hasta tres veces más cara

Es innegable que el consumo responsable sale caro. La cuestión es ¿respecto de qué? No se trata de convertirse en trileros de la retórica, sino de modificar el punto de vista. Tomemos el ejemplo de una lata de Coca-Cola, cuyo precio oscila entre los 60 y 100 céntimos. Esa lata de 33 centilitros contiene 35 gramos de azúcar, diez gramos más del consumo diario recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Al recibir tanto azúcar de golpe, se produce un pico de insulina en sangre, y el hígado entra en acción convirtiendo el azúcar en grasa.

Para entonces, la cafeína que contiene la lata ya habrá dilatado nuestras pupilas y aumentado nuestra tensión arterial, aunque tardará un poco más (en torno a la hora después del último trago) en producir dopamina, estimulando los centros de placer del cerebro. Necesitaremos ir al baño y, al orinar, el cuerpo –movido por el ácido fosfórico de la bebida– se deshará de valiosos nutrientes. Por eso, al cabo de un rato, necesitaremos consumir más azúcar tras notarnos ligeramente irritados y cansados. Si esto sucede en una única ingesta, podemos imaginar los perjuicios para la salud de un consumo sostenido y prolongado. Y todo ello por un euro.

Un refresco ecológico, sin embargo, puede costar hasta tres euros, pero respetará nuestro cuerpo. Acaso sea que lo no ecológico es demasiado económico, pero sale caro consumir como si las reservas del planeta fueran ilimitadas o nuestro cuerpo no se resintiera ante el consumo sistemático de algunos productos (sabemos, por ejemplo, que hay evidencias de que los alimentos ultraprocesados son cancerígenos; eso sí, son muy baratos).

El consumo de alimentos locales y de temporada, además de reducir la huella de carbono, ayuda a tejer lazos de confianza y sostenibilidad

Hay algunos consejos para que no resulte tan onerosa la compra bio, por lo menos hasta que la OCU consiga uno de sus grandes caballos de batalla: la bajada del IVA de estos productos al 4%. Por ejemplo, consumir alimentos de temporada y locales que, además de reducir la huella de carbón al disminuir el transporte, teje lazos de confianza y sostenibilidad y reduce el precio final –al igual que la eliminación de intermediarios– al comprarse a través de cooperativas o directamente a los productores; evitar el envasado en favor de la compra a granel o visitar las zonas ecológicas de las grandes superficies, que aunque tengan menos variedad, sus precios más asequibles.

Algo similar ocurre con la ropa ecológica, que tiene menos predicamento en nuestro país que los alimentos sostenibles, a pesar de la implicación de algunas celebridades, como Angelina Jolie o Emma Watson. La industria textil es la segunda más contaminante del mundo, responsable de aproximadamente el 20% de la contaminación mundial de agua potable y genera el 8% de los gases de efecto invernadero, según datos de la ONU. Si navegamos por los portales punteros en moda eco vemos cómo una sudadera o jersey cuesta alrededor de 40 o 50 euros (podemos comprar una en una gran cadena por 10), los abrigos no bajan de 140 euros (en es posible adquirir uno ‘no eco‘ por 50) y los zapatos (de invierno) rondan los 100 euros.

La explicación hay que buscarla en la energía que ahorra, de nuevo en los salarios y condiciones dignas, en la reducción drástica de generación de residuos y el uso de materiales orgánicos que respetan el medio ambiente. Es más caro a corto plazo, pero no encontramos tantos remilgos cuando invertimos el equivalente a un salario mínimo interprofesional en adquirir un teléfono móvil o en destinar una cantidad fija a elementos prescindibles, como plataformas digitales, ropa innecesaria o tatuajes.

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