Opinión

La (eterna) tensión entre libertad e igualdad

Discutimos a menudo de las confrontaciones entre la libertad y la igualdad, dos valores fundamentales para el estado democrático moderno. Pero la pregunta es: ¿Tiene sentido vivir en una sociedad completamente higienizada a cambio de la libertad para cometer errores (es decir, ser humanos)?

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12
enero
2022

A menudo, se habla en pensamiento político de la (siempre presente) tensión entre la igualdad y la libertad, dos valores considerados fundamentales para el adecuado funcionamiento del estado democrático moderno. El primero se suele identificar con la izquierda y, el segundo, con la derecha. Así, los progresistas serían adalides de la igualdad mientras que los conservadores hablarían de libertad. No obstante, una identificación de este tipo no deja de ser reduccionista.

Pensemos, por poner un ejemplo, en la contracultura de los años sesenta y setenta, partidaria de todo tipo de nuevas libertades, que abogaba por una liberación sexual, de las costumbres, una legalización de las drogas, al tiempo que estaba claramente asociada con el entonces enfoque izquierdista. Ocurre que la vida da muchas vueltas y las posiciones políticas cambian. Hoy la censura está en manos de la llamada ‘izquierda’, cuando antaño era un fenómeno típicamente conservador. También, a principios de este siglo, la izquierda era antiglobalista, postura que hoy suele achacársele a la derecha. Y hay más ejemplos.

«Alguien solo puede ser libre cuando no se ve sometido por demandas de otros más poderosos»

Se dice que la demanda de igualdad se ve generalmente exacerbada como reacción a una libertad que se torna instrumento a través del cual las personas privilegiadas social, económica, política y culturalmente se aprovechan de su posición para perpetuar su estatus de privilegio, impidiendo así el ascenso social de los demás. De acuerdo con este modelo, la pandemia ha enseñado muchas cosas. En primer lugar, que muchas de las personas que cuestionan las medidas anti contagio son sujetos privilegiados, no acostumbrados a dar su brazo a torcer o, al menos, acomodarse a las necesidades de los otros.

Aunque muchas de sus demandas tienen sentido –como puede ser el cuestionar llevar máscara al aire libre para luego quitártela al llegar a un bar o restaurante– son casi siempre individualistas furibundos, muchos de ellos llegados de entornos privilegiados. Tenemos el caso llamativo de los famosos, ya sean artistas, cantantes o actores de éxito, que básicamente son niños mimados a los que se trata siempre con especial cortesía y cuyos deseos, en el entorno social, suelen ser órdenes. ¿Por qué habrían ellos de limitar su libertad por el bien de otros?

Esta es una reacción natural en alguien acostumbrado a que sean los demás quienes se adaptan a ellos, y no a la inversa. Pero este mimo rotundamente contrariado por las circunstancias de emergencia médica colectiva que ha supuesto el coronavirus no afecta solo a famosos, sino también a las clases sociales más privilegiadas que, gracias a su posición económica, sueles con impedimentos. Por tanto, que la libertad no necesariamente debería estar en contradicción con la equidad, sino que esta última habría de ser condición sine qua non de toda libre elección; es decir que, sin una igualdad de oportunidades, la libertad jamás podrá ser general, sino privilegio de unos pocos. Libertad e igualdad están, de hecho, vinculadas de modo íntimo, pues alguien solo puede ser libre cuando no padece grandes desventajas y no se ve sometido por demandas e intereses de otros más poderosos. 

«Personalmente, prefiero cierto grado de riesgo en mi vida a cambio de más libertad»

Quizás, un debate mucho más interesante (y actual) entre valores democráticos mutuamente excluyentes no sea el respectivo a la oposición entre libertad e igualdad, sino entre libertad y seguridad. Una célebre sentencia de Benjamin Franklin ilustra perfectamente esta dicotomía: «Aquellos que renunciarían a la libertad esencial para comprar un poco de seguridad temporal no merecen libertad ni seguridad». Por poner un ejemplo: ¿Prefiere vivir en una sociedad como la china, en la que hay cámaras por todas partes y se es siempre vigilado a cambio de no verse expuesto a ningún peligro? ¿Es proclive a vivir en una sociedad completamente higienizada a cambio de su libertad y la de otros para cometer errores (es decir, ser humanos)?

Personalmente, lo tengo claro: prefiero cierto grado de riesgo en mi vida a cambio de más libertad. En una sociedad de la vigilancia como la actual, donde siempre nos localizan, donde masas furibundas miran con lupa cada palabra de toda figura pública para ‘cancelarla’ y la censura es promovida ideológicamente desde la primera potencia mundial (falsa y quimérica adalid de la libertad de expresión), donde las cosas parece que solo pueden ir a peor –si pensamos en Neuralink y los muy reales chips que Elon Musk comenzará a implantar en cobayas humanas a partir de 2022– cabe preguntarse si no valdría más la pena vivir peligrosamente que adherirse a una existencia protegida a cambio de una completa sumisión a los aparatos de vigilancia. 

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