Biodiversidad

Harlow y los sentimientos: ¿con qué sueñan los monos?

¿Pueden ser el afecto y la seguridad tan importantes como la propia necesidad de alimentarse? El experimento de Harlow, realizado en 1958, así lo demuestra: el confort es universal.

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21
enero
2022

Las industrias como la ganadería se ocupan de satisfacer las necesidades objetivas de los animales, sin atender a sus necesidades subjetivas: eso, al menos, afirma el historiador israelí Yuval Noah Harari en Sapiens. Esto quiere decir que este tipo de industrias proporcionan a estos animales alimento, agua o alojamiento, pero no se ocupan de sus necesidades emocionales, afectivas y sociales; algo cuyos efectos, en última instancia, son nocivos para el bienestar de estos. Así, pareciera que la pirámide de Maslow –que da cuenta de cómo aparentemente las necesidades humanas se van amontonando unas sobre otras (desde las más básicas como la seguridad y protección a las necesidades sociales, de estima y autorrealización)– es aplicable hoy también al mundo animal.

La importancia de las necesidades sociales y afectivas de los animales nos son conocidas desde la mitad del siglo pasado, cuando el psicólogo Harry Harlow separó de sus madres a monos recién nacidos, colocándolos en jaulas: de este modo, cuando se les daba a elegir entre un aparato metálico que les proporcionaba leche y una madre de peluche sin leche, optaban por la segunda opción. Los experimentos, realizados en 1958, trataban de dilucidar a través de qué mecanismos los monos Rhesus recién nacidos creaban vínculos afectivos con sus madres. Según el experimento, el afecto y la seguridad que proporcionaba la madre a los recién nacidos era casi tan importante como la necesidad de alimentarse: Harlow puso de manifiesto que los monos Rhesus necesitan agarrarse táctilmente a algo para obtener confort emocional.

Según el experimento, el afecto y la seguridad es casi tan importante como la necesidad de alimentarse

El hecho de que la industria alimenticia atienda a las necesidades objetivas –propias de un objeto– y no subjetivas –vinculadas a un sujeto– de los animales expresa en cierta manera algo fundamental: dicha industria considera a los animales no seres, sino cosas u objetos. Cierto es que un animal no es un sujeto con la misma autoconciencia, nivel intelectual y refinamiento general que un ser humano –y que, a causa de ello, no puede tener las mismas responsabilidades ni contar con los mismos derechos–, pero sí parece cierto que los animales no son máquinas, tal y como creyó ingenuamente Descartes, sino sujetos: sienten, padecen y se relacionan socialmente. También parece necesario remarcar que la vida salvaje de un animal no es necesariamente mejor que su vida cautiva; su muerte, sin duda alguna, es peor, y en un entorno salvaje un animal no recibe cuidados médicos de ningún tipo: muere siendo pasto de los depredadores.

Pero el ser humano no es un monstruo destructivo que atenta contra la naturaleza; en realidad, el ser humano y su destructividad son una manifestación llamativa de esa propia naturaleza. Muchos amantes rousseaunianos de la naturaleza critican la humanidad para, a continuación, proyectar valores humanos en el mundo animal –por ejemplo, con videos en los que un tigre y un ciervo domesticados se hacen carantoñas–, pero esto crea una flagrante contradicción: la de poner en falta a los humanos para extraer enseñanzas de una naturaleza previamente antropomorfizada.

El famoso experimento de Harlow ilustra también la atávica apetencia humana por el simulacro ante la falta de expectativas reales. La cultura del software, por ejemplo, puede representar un mecanismo de compensación virtual similar; un mecanismo que, en realidad, no compensa: una madre de peluche sin leche a la que nos aferramos a pesar de que a veces no nos proporcione soluciones para nuestras verdaderas necesidades. El actual crecimiento de la desigualdad y el congelamiento de los sueldos —frente a precios siempre crecientes— es compensado también por la vía de lo simbólico, por simulacros: de identidades auto-imaginadas, activismos y empoderamientos digitales, retribuciones intangibles, sueldos emocionales. Se han dejado de lado los intereses materiales (biberón con leche) frente a simulacros (madre de peluche).

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