El «método Kubrick»
Aunque obsesivo y detallista, el director de ‘2001: una Odisea en el espacio’, ha pasado a la historia como uno de los más grandes autores del séptimo arte.
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En la filmografía de Stanley Kubrick puede hallarse más leyenda que verdad: la historia le dibuja como un director huraño, como alguien que evitaba los focos y dirigía los rodajes con mano de hierro; la leyenda, de hecho, la alimentan incluso sus propias hijas. Cuentan que ya en la década de 1990, cuando llevaba 10 años sin estrenar un título y su cara había dejado de salir en las revistas, si alguien llamaba a su puerta y le preguntaban si aquella era la casa de Stanley Kubrick, este respondía que no, que se había mudado tiempo atrás, cerrando la puerta en las narices del inoportuno visitante.
El «método Kubrick» era el perfeccionismo absoluto. Tom Cruise explicaba que, durante el rodaje de Eyes Wide Shut, tras un día en que lograron resolver todas las escenas con celeridad, pensó que la película sería una grabación rápida. La jornada siguiente, el veterano Sidney Pollack tenía que hacer una breve escena sin diálogos en la que caminaba desde una mesa de billar y abría la puerta de la habitación en la que entraba el propio Cruise. Kubrick no quedó contento con el reflejo del estado de ánimo del personaje y la mandó repetir. A la décima toma, Pollack, que también era director, empezó a desesperarse. En ese momento, Kubrick se detuvo, se quitó las gafas, miró fijamente al actor y le dijo: «Sidney, explícamelo. ¿Por qué no quieres hacerlo bien?».
En ‘El Resplandor’, Duvall sufrió lo que prácticamente puede describirse como acoso laboral
Aunque esa no es la única anécdota que uno puede hallar más allá de su filmografía. Shelley Duvall es el ejemplo más famoso: en El Resplandor, bajo sus manos, sufrió lo que puede describirse –prácticamente– como acoso laboral. El director quería que la actriz transmitiese el sentimiento de aislamiento, pánico y soledad que vive su personaje durante la película, lo que le llevó a castigarle y criticarle de forma humillante delante del resto del equipo. Incluso fue más allá: prohibió al resto que la consolase bajo amenaza de despido. Llegó a repetir una escena de la película 127 veces para que su aspecto fuese el de alguien completamente exhausto, y en alguna toma de «sustos» no le advirtió lo que iba a ocurrir para que su expresión fuera genuinamente terrorífica. Posteriormente, la actriz tuvo que recibir tratamiento psicológico para recuperarse de la experiencia, negándose a hablar con la prensa acerca del rodaje más allá de considerar la actuación del cineasta como «cruel».
Esta clase de situaciones no solo afectaban a los actores, sino también al propio ritmo de la película. Para adaptar Barry Lindon al cine, Kubrick puso a su equipo a trabajar con el objetivo reproducir con exactitud la vestimenta, la decoración y la luz de los cuadros de la mitad del siglo XVIII en que se ambientaba la acción. El director de fotografía y el equipo de iluminación trabajaron para conseguir grabar varias escenas nocturnas con velas, recreando de manera naturalista la luz en una cuna de la época. El empeño en reproducir el ambiente natural de los cuadros fue tan grande que la mayoría de diálogos se convirtieron en momentos casi estáticos.
Su obsesión, no obstante, tenía su recompensa. En 2001: Una Odisea en el espacio, Kubrick se puso de acuerdo con el escritor Arthur C. Clarke para rodar lo que él consideraba «una buena película de ciencia-ficción». Aunque la película y la novela se acabarían separando, ambas tuvieron la misma dificultad: imaginar cómo se veía la Tierra cuando aún no se había conseguido hacer una foto desde el espacio; un año después de su estreno, el Apolo 11 pisaría la Luna. El éxito favoreció una popular leyenda urbana: que Kubrick realizó –presuntamente– una falsa grabación del alunizaje.
El propio director fue víctima de su carácter obsesivo: durante más de 10 años preparó una película sobre Napoleón en la que volcar su pasión por el ajedrez, al que aprendió a jugar con apenas 12 años y del que supuestamente el militar francés era también un gran aficionado. Se documentó al detalle cada aspecto de las campañas militares del petite caporal, empeñado en conseguir una gran película épica con la que compensar su frustración por el resultado de Espartaco, donde se impuso el criterio de Kirk Douglas, la estrella de la película. Sin embargo, tardó tanto que se estrenó Waterloo, de Sergei Bondarchuk, filme napoleónico que no funcionó en pantalla: ninguna productora quiso financiar a un director cuya fama ya estaba manchada por su lentitud y su perfeccionismo.
Nadie quiso financiar la película sobre Napoleón de un director cuya fama ya estaba manchada por su lentitud y su perfeccionismo
Solo un actor logró sobreponerse a la obsesiva forma de trabajar de Kubrick, uno de los pocos en repetir con él en más de una película. Se trataba de Peter Sellers, el mismísimo inspector Clouseau y protagonista de El Guateque, que trabajaría con él en Lolita y ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú. Sellers le hacía tanta gracia a Kubrick que incluso lo dejaba improvisar: en ¿Teléfono rojo?, su equipo no podía creerse que ni siquiera se molestase en pedirle que respetase el guión. El director ordenaba acción y se sentaba a pasárselo en grande con los chistes del cómico.
Pero Kubrick terminaría corrigiéndose a sí mismo después de muerto: fue en A.I. Inteligencia Artificial, de Steven Spielberg, que grabada a partir de un guión y unos conceptos desarrollados por el primero. Kubrick le admiraba desde el estreno de La lista de Schindler una década antes, a pesar de ser más joven y de una generación que veía el blockbuster cinematográfico de una forma diferente. Cuando Kubrick entregó los apuntes sobre su filme a Spielberg unos meses antes de morir pronunció, en parte, una rendición: «Está más cerca de tu sensibilidad que de la mía». Su perfeccionismo llegaba hasta tal punto que abandonó un proyecto por considerar que otro podría dirigirlo mejor.
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