Educación

La gran brecha educativa

Si la educación es la base fundamental del progreso, permitiéndonos prosperar como individuos y como colectivo, ¿qué podemos esperar si se erosiona constantemente?

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24
enero
2022

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Mientras escribo estas líneas, Cristiano, un niño de Manaus, atraviesa la selva amazónica –parte del trayecto lo realiza en canoa para cruzar el caudaloso río Cueiras– de camino a la escuela; en otras latitudes, Emilia, una niña angoleña, se abre paso entre las montañas de escombros y basura que dibujan el relieve del conflictivo barrio de Huando, en Rocha Pinto. Llegar a clase supone recorrer un arduo camino lleno de obstáculos en la mayor parte del mundo. Los más difíciles de sortear pueden escapar a nuestra vista, pero están muy presentes en las vidas de millones de niños y niñas en edad escolar que viven en entornos remotos y vulnerables: acceso limitado a los servicios básicos, exclusión por género, trabajo infantil y exposición a múltiples riesgos, entre otros.

Habitamos un mundo desigual, moldeado por techos y barreras invisibles, pero de todas ellas, la educativa es la que más nos desestabiliza: es la gran brecha de la que adolece nuestra sociedad. El argumento es lógico: la educación es la base fundamental del progreso, la capacitación para prosperar como individuos y como colectivo. Sin ella –o sin una con la suficiente calidad– la infancia está desprovista de cualquier margen de maniobra para desarrollar su potencial y convertir a la generación futura en una capaz de resolver los –cada vez más complejos– desafíos que presenta el siglo XXI.

La educación es la base fundamental del progreso, la capacitación para prosperar como individuos y como colectivo

La justicia social, la igualdad de género o la transición ecológica son metas que solo se podrán alcanzar si el derecho a la educación es sistemática y equitativamente garantizado. La educación es la base para lograr el desarrollo sostenible, y por eso debe entenderse y abordarse como un objetivo transversal de la Agenda 2030. El Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) número 4 deja claras las metas: «garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover las oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos». Podríamos decir que es la llave maestra que abre las demás puertas, el primer paso para avanzar en cualquier ámbito hacia la victoria que nos propongamos conseguir como conjunto de la humanidad. Por eso, hablar de futuro pasa inexorablemente por hablar de educación. La propia Unesco viene en los últimos años poniendo el foco en «los futuros de la educación», una iniciativa con la que busca agitar el debate social sobre cómo «replantear el conocimiento, la educación y el aprendizaje en un mundo de creciente complejidad, incertidumbre y precariedad».

Hace apenas tres años, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 24 de enero como el Día Internacional de la Educación. Sorprende lo reciente de la iniciativa, pero no lo oportuno: la ONU promueve los días y las semanas internacionales para llamar la atención sobre cuestiones de alto interés público que necesitan calar en la agenda mediática y política. Que sea ahora cuando surge este día es un indicativo de todo el recorrido que aún nos queda por hacer. Al fin y al cabo, hoy, uno de cada cinco niños del mundo no está escolarizado, tal y como apunta la Unesco.

Mientras tanto, la pandemia de la covid-19 ha impactado duramente en el sector educativo, incrementando las desigualdades preexistentes. En este sentido, el Banco Mundial ya ha advertido de que 72 millones de estudiantes de primaria podrían verse afectados por la pobreza de aprendizajes, lo que significa que no podrán leer ni entender un texto sencillo a los 10 años. Desde la llegada del virus, millones de niños y niñas como Cristiano y Emilia lidian con un nuevo obstáculo para su educación. Recibir una enseñanza de calidad a distancia escapa aún hoy al alcance de muchas familias. Según el informe elaborado por Unicef y la Unión Internacional de Telecomunicaciones, dos tercios de los niños en edad escolar a lo largo del planeta no tienen acceso a internet en casa.

Además, parece cada vez más evidente que la gran brecha educativa es indisociable de otra gran brecha, la digital. No solo en lo que respecta al acceso a las tecnologías, sino en el desarrollo de las capacidades necesarias para desenvolverse en una sociedad que se digitaliza a marchas forzadas. Cristiano dice querer ir a la universidad y Emilia sueña con ser independiente y tener «una casa de verdad», un hogar construido con ladrillos. Para que estos pequeños puedan crecer en igualdad de condiciones y perseguir sus objetivos, es indispensable que se preparen para formar parte activa de la ciudadanía digital. Aquí es donde la innovación educativa entra a jugar un papel decisivo cuando se orienta con un enfoque social: ProFuturo da buena cuenta de ello. En 2016, Fundación Telefónica y Fundación «la Caixa» pusieron en marcha este programa de educación digital para conseguir que niños y niñas de entornos vulnerables tengan una experiencia educativa de calidad y puedan pensar qué quieren ser de mayores con una igualdad de oportunidades.

Parece cada vez más evidente que la gran brecha educativa es indisociable de otra gran brecha, la digital

Tanto Cristiano como Emilia son alumnos del programa –implementado en sus colegios– y reciben una enseñanza personalizada en un aula digital, a través de docentes locales que se han formado para incluir la innovación educativa en las aulas utilizando la tecnología. Así, a pesar de todas las dificultades a su alrededor, cada día, en clase, esta gran brecha se va haciendo más pequeña en sus vidas.

En 2022, en este cuarto Día Internacional de la Educación, cuyo lema es «Cambiar de rumbo, transformar la educación», es una buena oportunidad para reivindicar la educación digital como la brújula que ya nos indica el camino para alcanzar el destino que tanto apremia: garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad para todos. Es decir, transformar la educación para transformarnos en la sociedad que queremos ser.


Magdalena Brier es la directora general de ProFuturo, el programa de educación digital impulsado por Fundación Telefónica y Fundación «la Caixa».

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