Economía

Repensar la economía frente a la gran depresión del bienestar

La crisis del bienestar que atravesamos como sociedad llama a un cambio de paradigma: es necesario repensar el significado de la economía para volver a poner el foco en la necesidad de alcanzar sociedades prósperas y felices dentro de los límites planetarios.

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23
diciembre
2021

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La OCDE afirma que la recuperación económica de los países desarrollados es fuerte, ya que la mayoría de ellos han superado sus niveles de Producto Interior Bruto (PIB) previos a la pandemia. A pesar de ello, no obstante, la evidencia indica que el bienestar de la sociedad va en declive. ¿Es correcto hablar de recuperación económica si nuestro nivel de bienestar es inferior al de hace dos años?

Según Lionel Robbins, la economía es la ciencia que analiza el comportamiento humano como una relación entre unos fines determinados y unos recursos escasos con usos alternativos. Este concepto de economía –que sigue siendo el más aceptado– engloba aspectos que van más allá de la producción de bienes y servicios, poniendo el foco directamente en cómo satisfacer nuestras necesidades con los recursos existentes.

La economía es la ciencia que analiza el comportamiento humano como una relación entre unos fines determinados y unos recursos escasos

En algún punto del siglo XX, sin embargo, decidimos acotar el significado de la economía al crecimiento del PIB, a pesar de que existen aspectos no incluidos en este indicador que generan bienestar, como tener más tiempo libre, una mejor salud o tener buenas relaciones. De la misma manera, existen aspectos contabilizados en el PIB que no suponen necesariamente una mejora en el bienestar, como el consumo derivado de la obsolescencia programada o determinadas actividades perjudiciales para la salud o el entorno. La sustitución de trayectos en vehículo privado por trayectos en bicicleta, por ejemplo, supondría una mejor organización de los recursos e incidiría directamente en nuestro bienestar, pues reducirían el nivel de emisiones de gases de efecto invernadero, promovería la actividad física y reduciría la congestión en las ciudades. En este sentido, se podría entender que esta actividad genera un impacto positivo en el desarrollo económico de una sociedad. Pese a ello, el crecimiento económico lo reflejaría de manera negativa: el PIB descendería a causa del menor consumo de combustible y de la contracción de la demanda del sector automovilístico.

La conclusión de esto es que más recursos no suponen más desarrollo económico per se. Lo importante es cómo estos recursos satisfacen nuestras necesidades. Por ello, aunque el PIB se sitúe en niveles superiores a los registrados a finales de 2019, no podemos hablar de una recuperación económica si el bienestar de la sociedad se mantiene en umbrales bajos.

El impacto de la crisis en el bienestar

La crisis sanitaria provocó un impacto sin precedentes en la actividad económica: el PIB sufrió su mayor caída desde la Guerra Civil y la tasa de desempleo aún roza el 15%. Pese a ello, el impacto registrado en el bienestar ha sido aún mayor. Según McKinsey, si monetizamos el impacto negativo de la pandemia en Europa en el bienestar, la caída fue 3,5 veces superior a la caída del Producto Interior Bruto. Los países, así, han puesto sus esfuerzos en la recuperación, pero cada vez es más evidente que las políticas centradas en la reactivación de la producción no son suficientes para atajar la crisis de la felicidad: los estudios evidencian que, a pesar de la recuperación económica, la sociedad presenta un nivel medio de felicidad más bajo, sobre todo los más jóvenes.

Si monetizamos el impacto negativo de la pandemia en Europa en el bienestar, la caída fue 3,5 veces superior a la caída del PIB

Es cierto que ha habido políticas dirigidas a mejorar el bienestar social, pero han estado centradas principalmente en el mantenimiento de empleos y en el aumento de los ingresos de la población. Estos factores influyen en el bienestar de las personas, pero según McKinsey, apenas explican un 12% de su bienestar. El 88% restante está relacionado con aspectos como la salud –tanto física como mental–, las relaciones o la autorrealización en el puesto de trabajo, aspectos históricamente más desatendidos por las políticas públicas.

¿De qué vale producir más bienes y servicios si estos no generan un impacto significativo en nuestro bienestar? No hay recuperación económica si el crecimiento del PIB no se traduce en mejoras del bienestar. En este sentido, no precisamos necesariamente aumentar el stock de bienes y servicios; precisamos, en realidad, de un cambio de paradigma que nos lleve a organizar mejor los recursos para aumentar el bienestar social.

Un viejo problema

Muchas voces habían manifestado que nos abocábamos a una crisis del bienestar antes del advenimiento de la pandemia. Los desequilibrios económicos estructurales –como el alto desempleo juvenil o el fuerte nivel de deuda– ya habían elevado entonces las alarmas sobre las necesidades de repensar el sistema actual. A este panorama de inestabilidad, además, se le sumaban otros aspectos esenciales, como la fragilidad geopolítica y la incertidumbre sobre el futuro del planeta. A su vez, la salud mental irrumpió en el centro del debate político como resultado del crecimiento sostenido del número de personas que han luchado con estos problemas en los últimos 80 años.

Algunos autores relacionan estos problemas con las sociedades modernas. En primer lugar, las presiones externas están poniendo en riesgo el castillo de naipes del bienestar, amenazando la pérdida de seguridad financiera de los ciudadanos, lo que provocaría que los jóvenes actuales fueran la primera generación del siglo en vivir peor que sus padres. Además, se debe responder a esto dentro de unos límites planetarios nunca antes considerados. En segundo lugar, el nivel de bienestar ha pasado de ser tangible –medible a partir del número de bienes y servicios– a ser intangible –basado en el nivel de felicidad de una persona–, mientras las redes sociales han elevado la barra de lo que significa el éxito en la vida­, dificultando las posibilidades de autorrealización y dando a las generaciones actuales un barniz de angustia existencialista que provoca un fuerte impacto en la felicidad.

Según las investigaciones, un 40% de los empleados podrían dejar sus puestos de trabajo en un periodo de entre tres y seis meses

En este contexto, la crisis ha sido la gota que ha colmado el vaso. El resultado ha sido la aparición de movimientos sociales que demandan un cambio en la sociedad. En China, el tangping, que puede traducirse como «acostarse», ha sido el movimiento más llamativo. Los jóvenes del país quieren levantarse en pro de una vida menos estresante. En el mundo occidental se habla del Big Quit (o Gran Dimisión): una renuncia masiva de trabajadores que demandan más flexibilidad y no están satisfechos con su empleo. Según diversas investigaciones, un 40% de los empleados podrían dejar sus puestos de trabajo en un periodo de entre tres y seis meses.

Esta crisis concierne el modo en cómo nos organizamos, qué recursos utilizamos y cómo satisfacemos nuestras necesidades, por lo que es una crisis económica, independientemente de si el PIB sube o baja. Y para luchar contra ella es necesario tratar a la crisis del bienestar como lo que es: una crisis económica con nuevas implicaciones. En realidad, no contamos con indicadores certeros capaces de medir el grado con el que los recursos que producimos nos permiten alcanzar sociedades prósperas y felices dentro de los límites planetarios. De igual manera, solemos centrar la recuperación en paquetes de estímulo financieros, preocupándonos menos por otros aspectos determinantes en el bienestar como la educación, la salud física y mental de la sociedad o las libertades de los individuos.

Por ello, la gran depresión del bienestar que atravesamos es una llamada a un cambio de paradigma. El sistema económico sigue sesgado en cuanto a la importante que sitúa en producir el mayor número de bienes y servicios. Ahora, sin embargo, lo necesario es repensar la economía para volver a poner el foco en los fines –alcanzar sociedades prósperas y felices dentro de los límites planetarios– y no en los medios.


Francisco Ortín es consultor sénior y experto en impacto, análisis cuantitativo y bienestar en Kreab España.

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