Opinión

Los límites de las perspectivas de género

Empatizar con el feminismo no significa dejarse llevar por la visión dogmática sostenida habitualmente por la masa. Al revés: significa otorgarle la misma importancia y seriedad que a cualquier otra herramienta analítica y científica.

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23
diciembre
2021

Vaya por delante que desde hace años –y admito que esto no suele ser muy fácil– me considero una feminista crítica. Es algo que, como expliqué en Maldita feminista, trato de ejercitar con compromiso, anteponiendo la duda a la reacción emocional. Detenerse a pensar no es reprimir la acción. En un momento donde los fakes son tendencia, más valor cobra revisar los datos, contrastar la información y fomentar el conocimiento: esto también concierne a quienes se alinean con el feminismo y, por tanto, con el valor de la igualdad, donde me incluyo. Hoy, la tradicional diferencia entre opinión y conocimiento se ha vuelto bastante confusa. Hay una masa que, justificándose en el feminismo, cree que por expresar su punto de vista tiene automáticamente la razón, así como la solución mágica para la desigualdad de género o la violencia contra las mujeres. Por supuesto, si te cuestionas esto, la masa buscará despreciarte y ofenderte, nunca comprender tu exposición. Es una actitud que muestra con precisión lo que Popper calificaba de verdad absoluta; esto es, la verdad como acto de fe, como anhelo autoritario.

A nadie le sorprenderá que incluso en una discusión haya quien crea que su opinión es superior al conocimiento y que, por tanto, esta debería ser expandida de forma categórica. En el juicio no hay método ni análisis sistemático: la opinión, en cuanto se desgrana de una idea de verdad, es imprecisa y subjetiva. Además, tener conocimientos no constituye una aspiración universal. Algunos seres humanos presumen de ignorancia y se conforman simplemente con tener una opinión.

«La opinión, en cuanto se desgrana de una idea de verdad, es imprecisa y subjetiva»

Sin embargo, el acceso al conocimiento y el uso del mismo para la toma de decisiones en la vida pública sí que es asequible para todos aquellos que poseen una responsabilidad social. La opinión puede ser individual o compartida, pero el método científico debe anteponerse ante el dogma y la tradición. Conocer algo requiere de interpretación, y esta tarea solo resulta útil cuando se emplea la verificación y se barajan diferentes interpretaciones. Umberto Eco lo tenía muy claro en Los límites de la interpretación, y yo trato de ser consecuente con ello la mayor parte del tiempo. No obstante, el éxito de esta tarea también recae en ser consciente del alcance del argumento científico. La ciencia explica y conoce los fenómenos mediante el uso del método: observación, hipótesis, experimentación y conclusión. La verdad que revela la ciencia no es absoluta y siempre está abierta a nuevos descubrimientos, así como a un refinamiento de sus métodos.

Ahora se ha puesto de moda interpretar todo hecho social bajo las gafas violetas del feminismo, así como la necesidad de apresurarse a decir cualquier disparate. Para clarificar esto, pongamos el siguiente ejemplo: empatizar con la igualdad de género no implica ser especialista en violencia contra las mujeres, en agresiones o en crímenes. Decir que «nos matan por ser mujeres» es un eslogan bastante visual en una pancarta, pero que depura el análisis de los hechos y no se aleja de los propios sesgos.

«La simpatía por determinados valores sociales no se traduce ‘per se’ en un conocimiento sobre las causas de un fenómeno»

Algo similar ocurre con el uso de la expresión «violencia vicaria», donde de forma errónea se atribuye el asesinato de los hijos por parte del varón a una cuestión de «machismo». Los periódicos insisten en que el machismo y la violencia vicaria establecen una relación de causa-efecto: lanzan su mensaje y se justifican en que hacen «periodismo con perspectiva de género»; sin embargo, en su deber con la información y el rigor prescinden de los conocimientos vigentes sobre victimología. Es vergonzoso: la simpatía por determinados valores sociales no se traduce per se en un conocimiento sobre las causas de un fenómeno.

Hay quien cree que detrás de estos posicionamientos existe una aplicación de la perspectiva de género y, sin embargo, la perspectiva de género, independientemente de la afinidad que se pueda tener con la misma, es una metodología más seria (y no por ello exenta de críticas y limitaciones). Me limitaré a señalar que se trata de una herramienta analítica que permite analizar cómo la realidad –ciencia, política, cultura o sociedad– está influenciada por la categoría de género y, consecuentemente, por relaciones de subordinación y poder. La perspectiva de género es un recurso conceptual que tiene como objetivo identificar las diferentes consecuencias que determinados procesos sociales –por ejemplo, leyes, proyectos de intervención social o acciones políticas– tienen en mujeres y hombres.

Con la vista puesta en el presente y en el futuro, así como siendo consciente de las muchas omisiones de género que han repercutido negativamente en el desarrollo de mujeres y hombres, considero que se trata de una herramienta bastante práctica en el diseño de las políticas públicas, así como en la investigación científica. Recordemos algo básico: género no es sinónimo de mujer.

«Recordemos algo básico: género no es sinónimo de mujer»

El adoctrinamiento actual no necesita argumentos racionales ni lógicos; quizás no lo haya necesitado nunca, si bien con las redes sociales el rebaño de idiotas amenaza con dañar a la comunidad. Por supuesto, hay mucho idiota que moviéndose en el espectro feminismo-antifeminismo solo escribe basura. Sin duda, esta figura es el tonto útil de una gran parte de agentes sociales, principalmente empresas y políticos sin escrúpulos, pero también de movimientos sociales sumamente polarizados.

Los bulos, las calumnias, las noticias cargadas de dogmatismo y falso escepticismo son capaces de distorsionar los hechos y manipular a la opinión pública. Con la perspectiva de género también pasa esta estupidez. La confianza ciega en esta metodología conceptual nos encierra en un laberinto y es que, su aplicación no siempre es suficiente para abordar las aristas de nuestra realidad social. Elevar la perspectiva de género a la categoría de dogma, anteponiendo su visión no-científica es una forma de sabotear los valores del feminismo. Deberíamos ser capaces de mirar más allá de esta falta de rigor y de ética, pues el futuro del feminismo depende de ello.

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