Siglo XXI

Los palacios del pueblo

Expertos y políticos nos piden que nos unamos y encontremos un propósito común. Pero ¿cómo, exactamente, se puede hacer esto? En ‘Palacios del pueblo: Políticas para una sociedad más igualitaria’ (Capitan Swing), el sociólogo Eric Klinenberg defiende que el futuro de las sociedades democráticas se basa en espacios compartidos: bibliotecas, parques y guarderías.

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02
diciembre
2021

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En una época caracterizada por necesidades sociales acuciantes y el estancamiento derivado de la polarización política, resulta tentador perder la esperanza en el Gobierno y recurrir casi con desesperación a nuevas soluciones, muchas de las cuales, en los tiempos que corren, están impulsadas por la tecnología, son experimentales, están privatizadas y se fundamentan en la fe de que el mercado nos dará lo que queremos y necesitamos. Las comunidades que carecen de supermercados tienen Amazon y Fresh-Direct. Para las que no tienen tiendas de barrio suficientes, dos antiguos empleados de Google han creado Bodega, un sistema consistente en cajas de despensa surtidas para satisfacer la demanda local y programado para que los clientes puedan hacer todas sus compras con el móvil.

«Con el tiempo, no harán falta los establecimientos de compras centralizados –asegura Paul McDonald, uno de los fundadores– porque habrá cien mil Bodegas repartidas y siempre tendrás una a treinta metros de distancia». Esa clase de ambición ayudó a McDonald y a su socio, Ashwath Rajan, a conseguir ángeles inversores de Google, Facebook, Twitter y Dropbox, así como capital riesgo de algunas de las empresas más importantes de Silicon Valley. No está claro todavía cuántas Bodegas terminarán abriendo, pero con independencia de la cifra merece la pena señalar que su propuesta no solamente ofendió a la comunidad latina y amenazó a los empresarios étnicos cuyo sector esperaban «trastocar», sino que también desató una violenta reacción en comunidades de todos los Estados Unidos, porque a la mayoría de la gente nos gusta vivir cerca de una tiendecita gestionada por seres humanos que puedan interactuar con nosotros de vez en cuando o, si tenemos prisa, limitarse a sonreír y a darnos el cambio.

Hoy en día, cuando nuestra ilimitada interacción con las pantallas amenaza con eclipsar los momentos que compartimos con personas de verdad, hay gente en todas partes expresando su frustración por los límites de la vida virtual. En el mundo entero, la gente está empezando a valorar de verdad los espacios físicos donde se reúne, y resulta didáctico ver qué cosas tan extraordinarias pueden suceder cuando las coaliciones de ciudadanos y organizaciones filantrópicas se comprometen a reconstruir la clase de infraestructura social que satisface nuestras necesidades actuales.

Pensemos en Columbus, Ohio, un reciente modelo para esas ciudades que usan las bibliotecas para salvar las brechas sociales y revitalizar la vida ciudadana. Como capital del estado y sede de la emblemática Universidad Estatal de Ohio, Columbus es una ciudad bastante liberal que está rodeada de condados conservadores. Aunque en términos generales tiene altos niveles de ingresos y de educación, también hay focos de enorme pobreza. De acuerdo con cierto estudio reciente, en torno al 35 por ciento de los niños de preescolar de la ciudad no estaban «preparados para la enseñanza infantil» porque no habían adquirido las habilidades de lectoescritura que les correspondían por edad, mientras que según otro estudio el 20% de los hogares carecía de acceso a internet.

«Pocas cosas hay que hagan menos gracia a los estadounidenses que los impuestos a la propiedad, pero los residentes de Columbus sentían veneración por sus bibliotecas»

Cuando se produjo la crisis financiera de 2008, las autoridades políticas del estado de Ohio recortaron gastos hasta tal punto que el Gobierno municipal de Columbus temió por la supervivencia de sus bibliotecas, cuyas sedes locales redujeron su horario y eliminaron algunas actividades. Se organizó un referéndum y se dio a los votantes la oportunidad de decidir si promulgaban un impuesto a la propiedad que proveería a la biblioteca de 56 millones de dólares anuales adicionales. Pocas cosas hay que hagan menos gracia a los estadounidenses que los impuestos a la propiedad, pero los residentes de Columbus sentían veneración por sus bibliotecas. Casi 200 voluntarios hicieron campaña por la ciudad con el fin de recabar apoyos para la iniciativa: organizaron reuniones municipales, llamaron por teléfono a los votantes y visitaron a los grupos ciudadanos. Al final resultó que los votantes de Columbus no necesitaban que nadie los convenciera y optaron por subirse los impuestos por un margen de dos a uno. Poco después, el ayuntamiento reanudó el servicio completo en la sede principal y en todas las bibliotecas locales.

En 2016, el ayuntamiento renovó la biblioteca principal y varias sucursales locales: se añadió una pared de ventanales con vistas al Topiary Park (un parque de 2,8 hectáreas), se abrieron nuevas salas infantiles, se mejoraron los aseos y se comunicó mejor la biblioteca con el parque. Ese año, cuando en ciudades prósperas, como San José, se tomaban medidas enérgicas contra los usuarios que tenían penalizaciones por retraso, Columbus adoptó el enfoque contrario. El 1 de enero de 2017, la biblioteca metropolitana dejó de multar a quienes se retrasaran al devolver los libros. «Si facilitamos que lleguen más artículos a las manos de un mayor número de usuarios, estaremos más cerca de nuestra visión de una comunidad floreciente donde predomine la sabiduría», afirmó Patrick Losinski, el director ejecutivo de la red de bibliotecas. Lo mismo ocurre con las cifras de préstamo y de visitantes de la biblioteca, que siguen estando entre las más altas per cápita del país. Igual de impresionante es que la biblioteca registrara 95.000 visitas a los centros de ayuda con los deberes y que sus grupos de lectura estivales contaran con casi 60.000 participantes.

Por disfrutar de una infraestructura social de tal solidez, los habitantes de Columbus pagan un precio –unos 86 dólares anuales por una casa de 100.000 dólares–, pero su proceder, tanto en las urnas como en las bibliotecas, demuestra lo mucho que valoran lo que reciben a cambio. Las bibliotecas son un único tipo de infraestructura social esencial. Como hemos visto, hay muchos otros espacios e instituciones públicas que desempeñan un papel fundamental en la vida diaria de nuestros barrios y comunidades. En el mejor de los casos, pueden condicionar cuántas oportunidades tenemos de disfrutar de interacciones sociales significativas. En el peor de los casos –sobre todo, cuando se produce una crisis–, pueden suponer la diferencia entre la vida y la muerte.

Aunque ciertas infraestructuras sociales importantes (como las iglesias, las cafeterías, las librerías y las barberías, entre otras) surgen del sector no lucrativo o del mercado, la mayoría de esos espacios e instituciones fundamentales que necesitamos reconstruir están o financiados o administrados por el Estado. La ideología antiimpuestos lleva décadas recortando la financiación pública necesaria para construir y mantener todo tipo de infraestructuras cruciales. Hace algunas generaciones, los estadounidenses se enorgullecían enormemente del poder y la capacidad de resistencia de nuestros ultramodernos sistemas: presas y puentes majestuosos, ferrocarriles en expansión, solventes redes eléctricas, plantas depuradoras de agua, frondosas zonas verdes de costa a costa… En la actualidad, esos bienes públicos están manga por hombro. En vez de elevarnos para que aspiremos a algo mejor, hoy en día la infraestructura es causa de deshonra y de vergüenza: nuestras carreteras se caen a pedazos; nuestros trenes son lentos; nuestros aeropuertos, según dice el presidente Trump, son «como países tercermundistas»…

«Cuando nuestra interacción con las pantallas amenaza con eclipsar los momentos con personas de verdad, hay gente expresando su frustración por la vida virtual»

Hace poco se descubrió que muchísimas ciudades –como Boston, Chicago y Filadelfia, entre otras– hacían trampas en las pruebas de calidad del agua para ocultar contaminantes potenciales. El agua de otras ciudades, como Flint o Míchigan, es tan tóxica que les fue imposible negar u ocultar sus peligros. Infinidad de ciudades y urbanizaciones residenciales de las afueras tienen infraestructuras sociales que son igual de tóxicas y, aunque los problemas que generan van apareciendo poco a poco, a cámara lenta, ponen en peligro al cuerpo político en su totalidad.

Los debates sobre la innovación infraestructural para proteger mejor al público tienden a centrarse exclusivamente en la tecnología, pero hay diseñadores de todo el mundo innovando también a un nivel más fundamental, transformando los conceptos clave y las tipologías de construcción que llevan tiempo dictando lo que desarrollamos. Pensemos, por ejemplo, en la Polis Station, el intento de la arquitecta Jeanne Gang de transformar las comisarías de policía –lugares y símbolos potentes del estado de seguridad, causante de divisiones raciales– en una infraestructura social inclusiva que fomente la interacción entre personas de distintos grupos. Gang, que vive en Chicago y está íntimamente ligada a la ciudad, había observado que se producían violentos conflictos y que cada vez aumentaba más la desconfianza entre el Departamento de Policía de Chicago y las comunidades minoritarias donde la policía patrulla con tanta agresividad.

Su firma, Studio Gang, empezó a entrevistar de manera tanto individual como grupal a los líderes ciudadanos y a las autoridades locales de los barrios donde se había producido un mayor distanciamiento entre los residentes y la policía, y con el tiempo organizó encuentros para que los jóvenes, los vecinos, los grupos comunitarios y los policías pudieran hablar de sus preocupaciones y deseos. El proceso no fue sencillo. El Departamento de Policía llevaba más de veinte años persiguiendo, maltratando e incluso torturando en secreto a los sospechosos de los barrios donde trabajaba Gang, tal y como reconoció formalmente el ayuntamiento en 2015. Los policías no eran los únicos que tenían las manos manchadas de sangre: aunque tampoco puede decirse que la ciudad fuera nunca un campo de batalla, los delitos con violencia seguían siendo uno de los problemas más graves en muchos de los barrios más pobres y segregados. Por todo ello, reunir a la policía y a los vecinos fue una tarea compleja y delicada.

«Resulta tentador perder la esperanza en el Gobierno y recurrir casi con desesperación a nuevas soluciones»

Sin embargo, cuando ambos bandos entraron en contacto, expresaron más comprensión por las dificultades del otro de la que Gang esperaba, así como más interés en arreglar las cosas. Nadie albergaba la fantasía de que diseñar un nuevo edificio fuera a resolver los problemas subyacentes de la violencia con armas de fuego o los abusos policiales racistas de Chicago, pero había otras formas, más prácticas, de mejorar las condiciones de la calle; todas ellas requerían mejorar la infraestructura social. En todos los barrios, tanto los líderes vecinales como la policía se quejaban de que faltaban espacios protegidos donde los adolescentes pudieran jugar después de las clases. Como resultado, había demasiados chavales jóvenes que pasaban las tardes dando vueltas y, aunque por lo general no armaban lío, la policía se las veía y se las deseaba para conseguir mantener el orden y la seguridad. Gang y sus colaboradores pusieron en común ideas de diseño que pudieran ayudar a sanar el fracturado cuerpo social y en una de sus reuniones se les ocurrió una propuesta novedosa: ¿Y si se transforman las comisarías en centros comunitarios, con instalaciones recreativas que los jóvenes puedan utilizar sin miedo?

La idea era alucinante: las comisarías siempre han sido espacios de detención, inquisición e intimidación –sobre todo, en Chicago, donde la amenaza de la violencia impregnaba el sistema de justicia penal–, pero Gang, receptora de la beca MacArthur «para genios» y entre cuyos logros está el de construir el rascacielos más alto del mundo diseñado por una mujer (Aqua Tower, en Chicago), era conocida por sus geniales y ambiciosas ideas. También es una especie de celebridad local y tiene buena relación con el alcalde, Rahm Emanuel, que estaba ansioso por demostrar que estaba comprometido con la reforma policial. Los agentes, por su parte, tenían la esperanza de conseguir que los residentes se implicaran en la comunidad. Una vez que se hubieron puesto de acuerdo en lo que querían, decidieron construir un prototipo.


Este es un fragmento de ‘Palacios del pueblo: Políticas para una sociedad más igualitaria’ (Capitan Swing), por Eric Klinenberg.

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