Medio Ambiente

La solución para frenar la destrucción del planeta

El modelo económico lineal, basado durante décadas en un infinito crecimiento exponencial, ha llegado a su límite. Ahora, el reto ambiental nos obliga a dejar de aplicar soluciones cosméticas y a abrazar un nuevo paradigma más cooperativo que restaure los ecosistemas.

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13
octubre
2021

Teniendo en cuenta que un paradigma es una teoría (o conjunto de teorías) cuyo núcleo central se acepta sin cuestionar y que suministra la base para resolver problemas y avanzar en el conocimiento, resulta paradójico que la ciencia de vanguardia haya incorporado a su paradigma naciente la visión que los pueblos originarios, como la tribu de los Swamish, ya tenían hace siglos de la existencia en nuestro planeta. Es como un círculo que se cierra y recupera las intuiciones más básicas de los primeros Homo sapiens sapiens. Intuiciones que relegamos al olvido para erigir nuevas creencias materialistas que nos hacían sentir más cómodos y en control de la realidad.

Esto puede resultar desconcertante para los que confían ciegamente en el progreso lineal y ascendente de las cosas, pero lo cierto es que hemos llegado a las fronteras de lo que el paradigma reduccionista y mecánico actual puede dar de sí. Algunos de los retos más complejos a los que se asoma la ciencia no se pueden abarcar ni comprender únicamente bajo este prisma. Por ello se están trazando nuevas premisas que puedan ayudarnos a comprender un mundo mucho más complejo y maravilloso de lo que nos han enseñado a ver.

La oportunidad encubierta de las crisis quizá sea que nos obligan a mudar creencias limitantes que de otro modo serían imposibles de superar. La conciencia, el cambio climático o la física cuántica son ejemplos de algunas de estas nuevas fronteras de la ciencia aunque, de momento, únicamente una de ellas implica una crisis global que nos obliga a reaccionar rápido para llegar a tiempo.

Imbricada en todos los hilos del tejido sociocultural occidental desde hace más de 6.000 años está la creencia de que la naturaleza es un bien que debe ser dominado, domesticado y explotado para nuestro propio beneficio. Ese pensamiento se vio reforzado en los siglos XVI y XVII por la revolución científica que afirmaba, bajo la principal influencia de René Descartes e Isaac Newton, que todo puede ser predicho –y por lo tanto manipulado– en un universo mecanicista.

La oportunidad encubierta de las crisis quizá sea que nos obligan a mudar creencias limitantes que de otro modo serían imposibles de superar

La naturaleza, como una gran máquina, podía ser entonces comprendida si se reducía a sus componentes básicos. De esta manera era posible predecir de forma lineal, basándose en la relación de causa y efecto, cómo funcionan cada una de sus partes. La Revolución Industrial impulsó una economía industrializada y mecanizada, alimentada por el acceso rápido y eficiente a los recursos naturales del mundo. El planeta fue poco a poco adoptando este nuevo modelo de crecimiento exponencial, basado en una economía lineal y extractiva, que nos ha legado un desarrollo, una riqueza y unos avances científicos y tecnológicos sin parangón en la historia de la humanidad. Hoy, sin embargo, empezamos a vislumbrar las consecuencias de este modelo.

En una gran fábrica, si algunas de las piezas van fallando, sabemos que podemos contar con la tecnología y los profesionales necesarios para sustituirlas e incluso mejorarlas. Esa premisa crea una inercia que, por un lado, nos hace insensibles a cuestiones que no alcanzamos a comprender y, por otro, nos hace delegar nuestras posibles preocupaciones en la interiorizada confianza de que alguien las solucionará. Por ello, bajo el paradigma materialista imperante nos cuesta tanto entender la dimensión y las consecuencias del cambio climático.

En los últimos años, la ciencia está desvelando aspectos de la naturaleza que socavan el modelo sobre el que hemos basado nuestro conocimiento de la realidad. Lejos de la concepción mecanicista, la naturaleza es maravillosamente dinámica, compleja e interconectada. Tanto es así que no se puede trazar una línea contundente entre lo vivo y lo inerte. No existen previsiones certeras, sino aproximaciones probabilísticas, y no hay propiedades que emanen de las partes, sino que emergen de la interacción de todas ellas.

El cambio climático es el síntoma de un sistema que busca compensar los desajustes

Parece incluso existir una inercia hacia la auto-organización que, a escala global, fomenta y mantiene las condiciones idóneas para la proliferación de la propia vida. Es decir, que la naturaleza, en su extraordinaria complejidad y perfección, no puede ser «arreglada» por ninguna tecnología inventada por una especie que apenas atisba a comprender su funcionamiento. De hecho, el cambio climático antropógeno no es un problema que podamos resolver únicamente dejando de emitir gases de efecto invernadero. No es tan siquiera el problema, sino un síntoma de un sistema complejo forzado fuera de su equilibrio que busca compensar los desajustes.

El efecto dominó del sistema vivo del planeta

Miles de años de explotación y abuso de la naturaleza han ido cercenando la resiliencia del sistema vivo de la Tierra. Cada especie, cada ecosistema, cada río y cada océano están conectados en una red de redes que conforman el sistema del planeta, en el que cada parte contribuye al éxito y equilibrio del todo.

El reto del cambio climático nos obliga a cambiar el paradigma imperante y a adoptar uno más sistémico, biomimético y cooperativo. Nos empuja a restaurar los ecosistemas y a ayudar a que la naturaleza se sane a sí misma, enseñándonos a ser mejores. Ya no podemos continuar aplicando soluciones cosméticas, sino que estamos obligados a repensar las mismas premisas sobre las que hemos basado nuestra civilización lineal, competitiva y materialista.

Tal y como ya hicieron los pueblos originarios, debemos recuperar nuestro atávico sentido de pertenencia y profundo respeto por todo lo que nos rodea. Desde las rocas a la brisa, la lluvia, las plantas y los animales que se entretejen en un incesante baile creativo del que tenemos el milagroso privilegio de ser espectadores, benefactores y custodios.


Odile Rodríguez de la Fuente es bióloga y divulgadora ambiental. 

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