Ciudades

El ruido, hijo indeseable de la ciudad

La contaminación acústica es percibida como algo inherente a la vida urbana. No obstante, múltiples ciudades están comenzando a actuar de forma innovadora frente a una polución que, aunque invisible, parece provocar cada vez más daño.

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25
octubre
2021

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El viento, una de las joyas cinematográficas de Víctor Sjöström, contaba la historia de una joven que acababa enloqueciendo por el sonido del viento. Casi cien años después, lo que nos desquicia es el ruido; nos mata. El ruido ambiental –es decir, el tráfico, los gritos, las obras– provoca trastornos del sueño, falta de concentración, cardiopatías, deficiencias cognitivas… y hasta 12.000 muertes anuales. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 100 millones de europeos están expuestos a niveles de ruidos prolongados que dañan gravemente su salud.

Hay lugares donde apenas ‘se escucha un alma’: es el caso de la ciudad italiana de Asolo (que prohíbe todo tipo de ruidos), la isla del pacífico Yap (cuyos nativos practican una cultura del silencio) o la localidad argentina de Ushuaia (cuyo lema turístico es «Ven al fin del mundo»). Pero se trata de excepciones. Lo normal es que los límites establecidos por la OMS a partir de los cuales los sonidos se transforman en ruidos nocivos –esto es, 65 decibelios de día y 55 de noche– se conculquen sistemáticamente.

Según la OMS, cien millones de europeos están expuestos a niveles de ruidos prolongados que dañan gravemente su salud

The Worlwide Hearing Index es un inventario de las ciudades más ruidosas del mundo que ha sido elaborado a partir de los datos emitidos por la OMS y los obtenidos por Sintef, una organización noruega independiente dedicada a la investigación científica. En esta lista destaca sobre todo la ciudad de Delhi, en India: un altísimo porcentaje de la población en torno a los 60 años presenta, allí, degeneración auditiva. Un día normal tiene una media de 85 decibelios, con picos de hasta 93. Calcuta, tan aficionada a los fuegos artificiales y con cientos de fábricas de todo tipo, supera algunos días los cien decibelios, un lamentable promedio que comparte con Bombay. Ciudades altamente desarrolladas como Tokio y Nueva York son también, a su vez, indeseables protagonistas de esta clase de listados. Este tipo de ruidos, prolongados día tras día, es a lo que se enfrentan los ciudadanos de ciertos núcleos urbanos. Para hacernos una idea de esta clase de impacto, cabe señalar que un avión al despegar emite alrededor de 150 decibelios; una mascletá, por ejemplo, roza los 130. El récord, no obstante, permanece inalterado: el ruido más fuerte jamás escuchado en la Tierra fue probablemente el sonido de 300 decibelios causado en 1908 por la explosión del meteorito Tunguska.

En España, el mapa acústico lo dibuja el Ministerio de Medio Ambiente, pero también otros documentos como el Informe Ruido y Salud, realizado por DKV y GAES. Sabemos así que en Madrid, una de las ciudades más alborotadoras, los gritos en la calle (37%), las conversaciones de los vecinos (16,7%) o los ronquidos de la pareja (16,7%) son algunos de los ruidos que más molestan para conciliar el sueño y descansar. No obstante, lo más sorprendente es el listado de ciudades con un mayor grado de escándalo: Vigo, Gerona, Barcelona, Logroño, Castellón de la Plana y La Coruña.

En Madrid los gritos en la calle (37%) y las conversaciones de los vecinos (16,7%) son algunos de los ruidos que más molestan para descansar

Algunos expertos empiezan a sospechar que los ruidos de baja frecuencia pueden resultar más perniciosos. Es el caso del ronroneo producido por el motor de un autobús: el cuerpo recibe el ruido como una agresión, así que aumenta la tensión arterial y la frecuencia cardíaca para que llegue más oxígeno a los músculos y que, así, alcancen la energía necesaria para encarar esa –supuesta– agresión. A su vez, para disponer de más energía, el cuerpo genera también más glucosa; sin embargo, al tratarse de una agresión ficticia, esta no se elimina posteriormente: así surgen, entonces, los problemas cardíacos, de hipertensión y de diabetes, pero también el bajo rendimiento productivo, la sordera o la obesidad.

La contaminación sonora forma una boina anaranjada que no se ve y que, a pesar de todo, nos enferma. Las ciudades tratan de contrarrestar esta alboroto constante. Se trata de medidas como, por ejemplo, la reducción del límite de velocidad del tráfico, una rebaja que en España entró en vigor apenas hace unos meses. Entre las medidas que ya han sido adoptadas por parte de algunos países de Europa se hallan la instalación de un tipo de asfalto que absorbe –y reduce– el ruido, la peatonalización de la urbe, la ampliación de infraestructura para impulsar el uso de los coches eléctricos y la promoción de la movilidad activa (es decir, a pie o a bicicleta).

También hay lugar para una normativa rigurosa. En la localidad belga de Gante, por ejemplo, se confisca durante 72 horas aquellos vehículos que infrinjan la normativa del ruido, asumiendo costes de grúa y estacionamiento. En España, la normativa contempla multas de hasta 90 euros por ir con la música muy alta, pero su aplicación es testimonial a pesar de la extensión de esta costumbre incívica. En este sentido, Francia ha aprobado recientemente el uso de Medusa, un dispositivo semejante a un radar que mide los decibelios y detecta la fuente del exceso, multándola en el acto.

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