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Unos fondos europeos que sigan la estela de Kennedy

La transformación sostenible es una oportunidad estratégica de primer orden para las compañías. Tendrá, de hecho, un gran impacto en los modelos de negocio y operativos de la mayor parte de las industrias y sus cadenas de valor. Pero para que sea efectiva, debe estar bien llevada.

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Carla Lucena, Valeria Cafagna
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01
julio
2021

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Carla Lucena, Valeria Cafagna

En ocasiones, en función de lo familiarizadas que estén con la materia las personas que tengo delante, me gusta comenzar mis presentaciones sobre sostenibilidad con un anuncio que me resultó llamativo la primera vez que lo vi, hace ya algunos años. «Muestra un glaciar», rezaba. En él, la compañía anunciante, una energética estadounidense, aseguraba que con la energía que proporcionaba a sus clientes cada día se podrían fundir varios millones de toneladas de glaciar. Por supuesto, lo hacía con el ánimo con el que se hacen los anuncios: presumir y convencer. Si no lo han visto, y antes de que vayan a por el desfibrilador, les diré que el anuncio fue publicado hace sesenta años. Eran, por supuesto, otros tiempos. Antes de acusar de rancios a los norteamericanos de aquella época, cabe recordar que el anuncio coincidió en el tiempo con la ley que consagraba la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en España. Afortunadamente, eran otros tiempos.

«La línea más corta hacia los fondos europeos pasa por examinar las tendencias en sostenibilidad»

Hoy, la sostenibilidad ocupa un puesto distinto en la agenda. Así se pone de manifiesto, por ejemplo, en la estrategia de crecimiento europea —el Pacto Verde— y las más de 50 iniciativas legislativas y regulatorias sostenibles que lo desarrollan y que tienen impacto en casi todo lo que hacemos los europeos desde que nos despertamos hasta que nos vamos a dormir. Hablamos del cambio climático. A la luz de lo que está por venir, nos encontramos tres tipos de industrias: en primer lugar, aquellas que no tienen sitio en un mundo descarbonizado; en segundo, aquellas otras para las que no hay alternativa y que progresivamente deberán adaptarse a un mundo bajo en carbono, y, por último, nuevas industrias creadas para satisfacer las necesidades de un mundo descarbonizado.

Dice Bill Gates, en su reciente (y excelente) ensayo sobre cambio climático, que las dos cifras que hay que tener en mente son 51.000 millones y cero. Esa es la senda que deben seguir las emisiones globales de CO₂ en las próximas décadas, en toneladas, para que podamos limitar el aumento de la temperatura de aquí a final de siglo en consonancia con lo acordado en París. Para alcanzarlo, el cambio industrial y empresarial deberá ser profundo.

Lo anterior, sobradamente conocido, viene a cuento de los fondos europeos y el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia presentado recientemente por el Gobierno de España. A lo largo de los últimos meses he tenido, en ocasiones, la sensación de que las compañías españolas no siempre han hecho caso de las recomendaciones de Kennedy cuando decía que no hay que preguntarse lo que el país puede hacer por nosotros, sino lo que nosotros podemos hacer por nuestro país. Me explico: la transformación sostenible, tal y como la llamamos en KPMG, es una oportunidad estratégica de primer orden para las compañías. Va a tener un impacto sensible en los modelos de negocio y operativos de la mayor parte de las industrias y sus cadenas de valor. Por esto, quizá lo suyo sería que las compañías entendieran las transformaciones que la sostenibilidad va a introducir en sus industrias y sus cadenas de valor para, posteriormente, identificar los proyectos estratégicos que las sitúen en una mejor posición en un mundo más sostenible. Y solo entonces podrán preguntarse si estos proyectos –estratégicos y, por lo tanto, imprescindibles– deberían ser financiados con fondos públicos o de otra naturaleza. John Kay hablaba del término «oblicuidad» para decir que en ocasiones la línea más corta entre dos puntos no es la recta. En el caso que nos ocupa, seguramente la línea más corta hacia los fondos europeos pasa primero por examinar las tendencias en sostenibilidad.

Un economista me decía hace algunos años que el capitalismo funciona mejor cuando la virtud es recompensada y no cuando la virtud es una recompensa en sí misma. A lo largo de los próximos años, las compañías europeas van a tener ante sí numerosas oportunidades para recompensar su virtud sostenible. Esperemos que las nuestras, las españolas, no las dejen pasar de largo.


Ramón Pueyo Viñuales es socio responsable de Sostenibilidad y Buen Gobierno de KPMG en España.

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