Sociedad

¿Hubo alguna vez un matriarcado?

En diversos rincones del mundo existen –y han existido– numerosos sistemas sociales donde la mujer ha ocupado el centro de la comunidad, haciéndose responsable de dictar las normas, tomar decisiones políticas y gestionar las propiedades o las tierras de la familia. Hacemos un breve repaso.

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27
julio
2021
Mujer de los mosuo, la etnia ubicada en las laderas del Himalaya donde ellas son dueñas de las propiedades y administradoras únicas de las posesiones del poblado.

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Establezcamos la base: no hay evidencias incontestables de que el matriarcado, entendido como antítesis del patriarcado, como su opuesto, existiera en algún momento de la historia. Palabra de la antropóloga y fotoperiodista Anna Boyé. Sin embargo, debe matizarse. Lo que sí hay, y hubo, son sistemas sociales en los que la mujer ocupa un lugar importante. Por ejemplo, los bijago (Guinea Bissau), pueblo en el que ellas «se organizan en asociaciones que gestionan la economía, el bienestar social y la ley (…) y se encargan de seleccionar y decidir la siembra. A las mujeres se las respeta como dueñas absolutas de la casa y de la tierra», explica Boyé. Sin embargo, el poder político recae en ellos, quebrando por tanto la omnisciencia femenina que se presupone en un matriarcado auténtico.

El concepto del matriarcado se debe a Johann Jakob Bachofen, un jurista suizo que en 1861 trató de demostrar su existencia en el ensayo Derecho materno. Sin embargo, sustenta su tesis ex nihilo: cree que, en algún momento de la historia –no se precisa cuándo, dónde, ni cómo–, la humanidad se rigió por un matriarcado caracterizado por la autoridad de los mitos, la práctica del animismo (una creencia que concibe que todos los seres, fenómenos y objetos de la naturaleza tienen un alma) y una cierta irracionalidad. Después llegó el patriarcado, que trajo el orden y la razón. Es decir, progreso.

En la comunidad de los minangkabau, las propiedades y las tierras pasan de madre a hija

El antropólogo británico Kasper Malinowski se encargó después de aclarar la confusión: una cosa es «matrifocalidad», aquellas estructuras familiares en las que la madre es la cabeza de familia; otra «matrilinealidad», cuyo sistema de descendencia se define por vía materna y, otra, la «matrilocalidad», que se refiere a que el núcleo familiar vive con la madre de la mujer y sus antepasados maternolineales. En cualquiera de estas tres organizaciones sociales el peso de la mujer en la estructura política es inmenso, pero no absoluto. De ahí que expertas como la arqueóloga Encarna Salahuja sugieran no hablar de matriarcado, sino de sociedades matristas, para referirnos a aquellas no patriarcales, de las que sí hay claras evidencias. No pensaba así Robert Graves, a quien la sociedad debe uno de los más bellos intentos de acreditar el matriarcado: la diosa blanca. Partiendo de un poema medieval galés, La canción de Taliesin, concluye, tras casi 800 páginas, que en el origen hubo un matriarcado que la sociedad patriarcal griega terminó por suplantar, tanto en lo político como en lo religioso.

Lo que resulta innegable es que numerosas estatuillas (así como como pinturas rupestres) provenientes del paleolítico superior (datado entre 30.000 y 10.000 a. C.) confirman la importancia de la mujer en las primeras comunidades humanas. Acaso se tratase de sociedades tejidas con un sistema igualitario, en el decir de la experta en Arqueología e Historia Carmen Olària, quien asegura que los lazos de parentesco serían exclusivamente matrilineales, «ya que sólo la mujer podía reconocer a su propia progenie».

Las mujeres mosuo no conciben el matrimonio como una institución y tienen hijos con varios hombres

Desconocemos si en estos cuatro millones de años que los humanos somos humanos hubo un matriarcado, fueran cuales fuesen sus peculiaridades. Lo más parecido a la idea genérica de matriarcado son los minangkabau, una comunidad de cuatro millones de indígenas musulmanes emplazada en Sumatra, Indonesia. Es la sociedad matrilineal más grande del mundo, con propiedades, nombres, apellidos y tierras que pasan de madre a hija y donde el hombre es considerado un huésped en la casa de su esposa.

Lo mismo sucede en las laderas del Himalaya, en el lago Lugu, con la etnia mosuo. Las mujeres mosuo, como las minangkabau, son las dueñas de las propiedades y administradoras únicas de las posesiones del poblado. No existe el matrimonio como institución. Ellas, además, pueden ejercer la poliandria, bien para tener hijos con hombres distintos, bien para tomarlos como amantes. Cuando las niñas cumplen 14 años reciben un regalo del padre y, tras una celebración en la que participan los miembros de la comunidad, un espacio propio dentro de la casa. A partir de esta edad, pueden yacer libremente con quien deseen.

De filiación matrilineal también encontramos a los bribi, asentados en Costa Rica y Panamá; los akan, desplegados por África occidental; la tribu wodaabe, una comunidad islámica nómada que se mueve entre el Sahel, Camerún, Chad y Nigeria o los khasi, una minoría étnica indígena del estado de Meghalaya, en India. La evidencia es clara: hubo más de una vez en la que la mujer no estuvo sojuzgada al hombre.

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