Lo que España puede aprender de Berlanga
Berlanga dejó a resguardo del Instituto Cervantes una ‘caja del tiempo’ que solo debía ser abierta al cumplirse 100 años de su nacimiento: el 12 de junio de 2021. En ella, su familia ha encontrado la cuarta parte de ‘La Escopeta Nacional’, ‘¡Viva Rusia!’, un hito que recupera ese humor amargo con el que el cineasta siempre ha criticado las costumbres españolas. ¿Qué partes del ‘berlanguismo’ nos conviene repasar?
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Poco antes de morir, al gran cineasta y mejor retratista social, Luis García Berlanga Valencia, (1921-2010) se le ocurrió que podría resultar divertido dejar un misterioso legado en una caja del tiempo que solo debía ser abierta al cumplirse los 100 años de su nacimiento: el 12 de junio de 2021. Una broma muy cinematográfica que el valenciano escenificó en la caja de seguridad número 1034 ubicada en algún rincón del Instituto Cervantes y con la que quiso asegurarse que su nombre seguía vivo una vez alcanzados los tres dígitos en el contador de su paso por el mundo. No le habría hecho falta el ardid al autor de Calabuch o El Verdugo, encumbrado desde hace muchos años a lo más alto del cine patrio e inmunizado, gracias a su genio, contra el olvido. No obstante, la travesura no defraudó a nadie. El acontecimiento de su apertura, realizada por la familia del cineasta acompañada del presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias, Mariano Barroso, se adelantó al día 10 y, entre los tesoros que ocultaba –una biografía de Berlanga y un ensayo sobre El Verdugo– había nada menos que un guion inédito de su puño y letra. ¡Viva Rusia!, la cuarta parte de su saga La Escopeta Nacional, un proyecto que arrancó a finales de los 70.
De haber sido posible, seguro que a Berlanga le hubiera gustado completar la travesura introduciéndose a sí mismo en la caja. Habría sido más que interesante ver su reacción al comprobar la unanimidad con la que la España del siglo XXI saluda su obra del XX y se sigue sonriendo complacida con esas folclóricas ensaladas de miserias y clichés, en clave de parodia, que la componen. ¿Hasta qué punto se habría sentido feliz de ese reconocimiento sin fisuras? Las historias de Berlanga disfrazan en ropajes de comedia y autocomplacencia una crítica descarnada de los dobleces del carácter español. Es casi inevitable que esas indiscreciones levanten alguna ampolla.
Seguimos necesitando que uno de los nuestros nos recuerde cuán imperfectos somos, y eso siempre funciona mejor si se hace desde el humor
El repaso exhaustivo que el cineasta hace de la sociedad y costumbres nacionales no deja títere con cabeza. Provincianismo, pillería, complejo de inferioridad, corrupción, hipocresía, despotismo, ignorancia, analfabetismo, falta de escrúpulos, egoísmo, nepotismo, mediocridad de las clases dirigentes, elitismo de las clases altas, servilismo de las bajas… ¿Cómo es posible que un tipo que sistemáticamente pone a la sociedad a caer de un burro siga resultando tan simpático? A Berlanga le favorece la perspectiva del tiempo. Solo así se explica la indulgencia con la que se toleran sus caricaturas del modo de vivir español. Es como si el añejo blanco y negro de Bienvenido Mr. Marshall remontarán a una España medieval, irreconocible y en las antípodas de la nuestra sociedad actual. Pero, más allá de una menor cantidad de coplas en las gargantas y de boinas en las cabezas, en realidad, los temas que trata Berlanga en sus películas están hoy de plena actualidad. Como si fuera la propia España la recién extraída de la caja del tiempo.
El segundo elemento que juega a favor del artista es el registro. Berlanga es uno más de sus personajes, entiende la cultura patria y la cuestiona desde dentro. Es lo bastante observador y cuenta con el suficiente sentido crítico para darse cuenta de las grietas del sistema y ponerlas en bajo el foco y a la vez, como parte integrante de ese sistema, lo hace usando sus mismos códigos, sin saña, con amabilidad. Así, envolviendo sus críticas en humor negro, consiguió que ni la censura de entonces, ni los valores patrios de ahora, le saltaran a la yugular. No se aprecia traición en el retratista. Al fin y al cabo, es uno de los nuestros. Como mucho, uno con un poco de picor y con una cierta fijación por los defectos.
¿Qué puede aprender España de Berlanga? En lo esencial, nada que no supiéramos. A reírnos de nosotros mismos, algo que ya hacemos. Lo hicimos antes de Berlanga, durante su época, y ahora. Solo que hoy recurrimos a otros canales. Seguimos necesitando que uno de los nuestros nos recuerde permanentemente cuán imperfectos somos. Y eso siempre funciona mejor si en vez de hacerlo con acritud y malos modos (o malos tuits), se hace sacando una sonrisa. Y aunque ya no tenemos a Pepe Isbert para cumplir esa función, entre José Mota, Buenafuente, los memes y los monólogos vamos avanzando. ¿Qué partes del ‘berlanguismo‘ convendrían repasar? La autocrítica, amplitud de miras, espíritu de superación, voluntad de romper barreras y no tomarse las cosas tan a pecho. Disponemos de otros 100 años para seguir intentándolo.
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