Siglo XXI
Por qué es bueno que la política vuelva a ser un soberano aburrimiento
El filósofo francés Guy Debord ya vaticinó hace varias décadas que la era política actual sería, cada vez más, una ‘sociedad del espectáculo’. Los enfrentamientos entre las cuentas oficiales de los partidos en las redes sociales, el contenido audiovisual polémico y la espectacularización del líder político no dejan de transformar la agenda pública y la percepción ciudadana de los partidos.
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Entre los diversos problemas que achacan a la política en la actualidad, hay uno que destaca sobre los demás: no permite pestañear. Días antes de las últimas elecciones norteamericanas, un granjero de Iowa relataba al medio Politico que «mes tras mes se genera una fatiga que nos afecta a todos». Hablaba del «constante bombardeo de noticias, el drama» en que la presidencia de Donald Trump estuvo envuelta durante cuatro largos años y los crecientes enfrentamientos dialécticos entre el candidato republicano y el ahora presidente Joe Biden. La constante retransmisión de estos dislates era, paradójicamente, lo que el propio candidato republicano había prometido en 2016: venía a sacudir la tierra firme sobre la que se situaban la mayoría de los políticos. La lógica de este último lustro, para algunos, ha sido un efecto de acción-reacción. Mientras uno ganaba por su oposición a lo que representaba Washington, el otro vencía porque precisamente representaba lo que significaba el establishment en Washington. La espectacularidad de uno, explosivo como un puñado de pólvora, contrastaba con la aparente calma y discreción del otro. Así, la victoria de Joe Biden, sostienen algunos expertos, ejemplifica el retorno a la solemnidad inherente al cargo. Otros, no obstante, van más allá y aseguran que con Biden se vuelve a entender la política como algo necesariamente aburrido.
«El gurú del situacionismo francés, Guy Debord, ya vaticinó hace años que nuestra era sería, cada vez más, una ‘sociedad del espectáculo’. Yo la definiría simplemente como una ‘política de la representación’, dictada por un mercado de las imágenes en el que los agentes políticos compiten entre sí», explica Javier Muñoz, profesor de historia en la Universidad Complutense de Madrid. No obstante, la cuestión principal de la política actual, para él, se sitúa más bien en «la erosión, desde finales del siglo XX, de una política articulada desde la segunda posguerra». Una política «entendida como la construcción de una democracia liberal institucionalizada y un Estado del bienestar. Ahí ambos se apoyaban mutuamente».
En España, el sistema político tambié parece estar inmerso en medio de un declive del escándalo. Recordamos el caso del «perro que aún huele a leche» de Albert Rivera, o el adoquín recogido de una calle barcelonesa para asegurar en el directo de un debate de campaña que «representa el desorden y la amenaza a la democracia española». En nuestra memoria colectiva viven también las particulares expresiones de Mariano Rajoy durante su presidencia, o los rifirrafes en redes sociales entre el PSOE y el Partido Popular, un entorno donde Podemos también ha generado polémica con los numerosos comentarios de Pablo Echenique o con aquella famosa imagen en la que Pablo Iglesias entregaba al rey Felipe VI la serie completa de Juego de Tronos en DVD saltándose el protocolo y asegurando que «le da las claves sobre la crisis política de España». También cabe destacar el particular rap institucional protagonizado por la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, con motivo de las elecciones catalanas hace cuatro meses; o la entrevista a Isabel Díaz Ayuso por parte de María Teresa Campos en un camión de cristal. Todos son ejemplos de la espectacularización que recubre hoy a la política. La solemnidad deja paso, aquí, no solo a la cercanía personal de los candidatos, sino a un producto de publicidad tan brillante como el envoltorio de un chicle: antes que personas, son personajes.
Muñoz: «La política del tuit y las redes sociales favorecen un diálogo de mala calidad»
Para Muñoz, Vox ejemplifica la política-espectáculo con gran precisión. «De eso se alimenta. Cuando no tienes nada parecido a un programa, o más bien un programa oculto, ofreces un neoliberalismo para los más privilegiados bajo una ‘defensa de mínimos’ de la clase media española, empobrecida, usando el espantajo de la inmigración y la bandera del nacionalismo». Esa forma de comprender la política es la que trazó la recta final de las elecciones autonómicas en Madrid. En el polémico debate de la Cadena SER, Àngels Barceló recriminaba a Rocío Monasterio su actitud con unas palabras que hoy son reveladoras: «Esto no es un espectáculo».
Este fenómeno, sin embargo, no es nuevo. El sociólogo francés Roger-Gérard Schwartzenberg alertaba en su libro El show político, ya durante la década de 1970, que «los hombres políticos se comportan siempre como actores y constituyen un star-system muy peligroso para la democracia, ya que los electores eligen a los personajes en lugar de los programas». En el estudio Nuevas funciones de Instagram en el avance de la política-espectáculo, firmado por Pablo López-Rabadán y Hugo Doménech-Fabregat (Universitat Jaume I) se investiga la construcción de Santiago Abascal como un personaje más que como un simple político. Instagram, según sus autores, es una red social con una apariencia desenfadada y lúdica, que aúna las características óptimas para la difusión de un mensaje basado en la división y la crispación. En las redes sociales del partido triunfa lo emocional y lo personal: familia, ocio, estilo de vida. Se mezcla lo informativo y lo personal, conformando lo que muchos califican como ‘infoentretenimiento’.
Pero las redes sociales no solo funcionan como un circuito cerrado en cuanto a que toda producción de contenido está controlada por los propios líderes, sino que además contribuyen a perjudicar la discusión pública digital. Según Muñoz, «la política del tuit y las redes sociales favorecen un diálogo de mala calidad». En el ámbito digital, la arena política se resume, por lo general, en pequeños y constantes golpes efectistas que terminan por ahondar en el pozo colectivo. La cercanía de los políticos respecto a los usuarios, además, favorece esta clase de personalización respecto a su figura, proyectando las luces que él mismo escoge acerca de su familia, el ocio y sus preferencias personales.
La información falsa, influenciada por el entretenimiento, facilita el actual auge populista donde sus representantes se encuentran cómodos con la conversión de su figura en una celebridad
Sin embargo, esto no es algo único de las plataformas gestionadas por los propios partidos. Los medios de comunicación tradicionales también incurren en actuaciones similares. El libro coordinado por la investigadora Salomé Berrocal, Politainment, la política-espectáculo en los medios de comunicación, describe cómo los políticos se han convertido en las nuevas celebridades de nuestro tiempo: humor, emotividad, descontextualización y una suavidad «excesivamente amistosa» en las entrevistas. Es lo que ocurre en programas como El Hormiguero, donde a la presencia de un político se le da un tratamiento frívolo, dramático y superficial de la información. Se le personaliza con consecuencias: una agenda pública cada vez más pobre, una rebaja de los principios deontológicos en el periodismo y una pérdida de prestigio de los programas de actualidad. El entretenimiento, el espectáculo, parece contaminar por completo la información, la cual termina por diluirse en el fango.
Ni siquiera las tertulias políticas pueden evitarlo. Según algunos académicos, la mayoría están diseñadas para difuminar la información del entretenimiento y la información de la opinión. Tal como defendía hace ya un año Mario García de Castro, profesor de comunicación en la URJC,«la actualidad ha dejado de ser un proceso informativo para ser un estado opinativo». En la formulación de los programas de plató, según señalaba, «la discusión entre unos personajes maniqueos, que se reparten los papeles, ha facilitado que la información se haya convertido en entretenimiento». Muñoz defiende ahora, por su parte, que «en los diarios españoles se confunde una y otra vez la información y la opinión». No solo eso, sino que tal como argumenta, los periódicos «se han convertido en una feria de columnistas calumniadores y resentidos, que en ningún país europeo tendrían espacio en esa prensa, en teoría, más ‘seria’». Algo que encaja en su descripción de un proceso general que nos lleva hasta esta situación: la espectacularización, la estetización y la sentimentalización de la sociedad. «Como ha demostrado la reciente campaña por la Comunidad de Madrid», apuntilla el profesor.
Esto solo conduce a una conclusión: la trivialización de la política y del uso de la información sobre la misma. «La libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos», defendía la filósofa Hannah Arendt en Verdad y política. La información falsa, influenciada por el entretenimiento, pervierte la realidad política y social. Así juega el espectáculo: no es posible yuxtaponerlo junto a una mínima rigurosidad. Eso facilita el actual auge populista donde sus representantes se encuentran cómodos con la conversión de su figura en una celebridad, haciendo desaparecer su figura como gestor social. ¿Acaso no es más fácil imaginarse a Matteo Salvini yendo a divertirse a El Hormiguero antes que ser entrevistado por un diario nacional?
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