Biodiversidad
¿Qué pasará con las aves si cerramos los vertederos?
La alteración en las formas naturales de conseguir comida, la reducción del desperdicio alimentario y la restricción del acceso animal a estos espacios supondrán un nuevo reto para la estabilidad nutricional de miles de aves que utilizan los vertederos como fuente de alimento.
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Cada año se generan más de 2.000 millones de toneladas de basura en el mundo. De ellas, aproximadamente el 50% son restos orgánicos procedentes del desperdicio de alimentos. El destino final de gran parte de esta basura son los vertederos a cielo abierto. Este dato dibuja un escenario claramente dramático desde un punto de vista social y de sostenibilidad ambiental. Sin embargo, muchos animales han encontrado en los vertederos una fuente de alimentación realmente atractiva, que han sabido explotar casi a la perfección.
Los vertederos son fuentes de alimento muy abundantes y predecibles: hay comida en el mismo sitio durante todo el año. Especies de aves oportunistas como las gaviotas, los córvidos o los milanos son asiduas a nuestros vertederos. Además, aves migratorias como las cigüeñas pueden usar los vertederos como lugares de parada y repostaje en sus viajes, sabiendo que siempre encontrarán alimento allí. De hecho, el aumento de la materia orgánica en vertederos durante las últimas décadas ha ocasionado que algunas especies hayan atenuado o incluso suprimido su comportamiento migratorio. Al existir comida todo el año, no han tenido tanta necesidad de migrar a zonas con climas más suaves.
Una fuente de alimento fácil y 24 horas
Los restos orgánicos son fácilmente accesibles en el vertedero. No hace falta una gran inversión energética para obtenerlos. Esto los convierte en algo parecido a un supermercado gratuito abierto 24 horas. El resultado es que los animales que se alimentan en los vertederos suelen tener mejor condición corporal, pueden destinar más recursos a reproducirse y disponen de mayor cantidad de alimento y de manera más constante para alimentar a sus crías. Por consiguiente, tienen más descendientes que sus congéneres que no explotan estos recursos. También permite que individuos heridos o enfermos, que en condiciones normales no sobrevivirían, puedan no solo sobrevivir, sino reproducirse y sacar adelante su prole.
Más aún, para muchas especies animales en declive o amenazadas, como la cigüeña blanca, el buitre negro o el alimoche, los vertederos han supuesto, o suponen, el acceso asegurado a una fuente de alimento alternativa en algunas zonas. Este alimento puede ser crucial para muchos de ellos cuando presentan dificultades para acceder al alimento habitual o directamente se les ha privado de sus fuentes de alimentación tradicionales.
Venenos y enfermedades
Sin embargo, no todo son ventajas. En los vertederos el alimento se mezcla con metales, plásticos y otros compuestos tóxicos. Alimentos intactos en sus bandejas de plástico se juntan con otros podridos, generando la proliferación de bacterias y hongos. Por tanto, alimentarse en los vertederos también tiene sus riesgos. La «comida basura» se puede convertir en una trampa a corto y largo plazo debido a la intoxicación por plásticos y metales pesados, el desarrollo de infecciones y enfermedades o, incluso, la proliferación de heridas o amputaciones causadas por el contacto con materiales cortantes o punzantes. Estos peligros afectan tanto a los adultos que se alimentan allí como a sus crías, que son alimentadas con este recurso.
En un reciente estudio, hemos comprobado que, en el caso de la cigüeña blanca, un uso intenso del vertedero por parte de los padres incrementa la mortalidad de los descendientes tras la independencia. Seguramente se debe a los efectos nocivos a medio y largo plazo de la alimentación de los jóvenes con «comida basura». Sin embargo, las aves que apenas visitan el vertedero tampoco lo tienen fácil. Estos individuos tienen más dificultades para sacar adelante a su progenie durante el periodo que están en el nido. Seguramente, porque les es más difícil encontrar alimento, pero la supervivencia de sus pollos en el futuro será más alta. La estrategia ideal para asegurar la descendencia es, por tanto, un uso moderado del vertedero. Complementar los recursos disponibles en la naturaleza con la alimentación en los vertederos cuando aquellos escasean permite que los adultos saquen adelante a más crías, mejorando su éxito reproductor y la supervivencia futura.
El futuro incierto de los vertederos
Además de la adecuada separación y procesamiento de los desperdicios orgánicos aprovechándolos para compostaje o producción energética, la actual política europea favorece la reducción de la generación de desperdicios alimenticios en todas las etapas: producción, consumo y desecho. La misma política incentiva también la transformación de los vertederos a cielo abierto en instalaciones cerradas para impedir el acceso de los animales, principalmente debido a su papel como potenciales dispersantes de enfermedades y en accidentes aéreos. A día de hoy, la gran disponibilidad de materia orgánica en vertederos que utilizan numerosas especies animales está desapareciendo conforme los vertederos se adaptan a la normativa.
Muchas especies animales disminuirán sus poblaciones, migrarán a zonas con vertederos todavía activos o cambiarán su tipo de alimentación, como ya se ha documentado en las gaviotas. Sin embargo, no queda tan claro que otras especies puedan hacer lo mismo, más aún cuando las áreas de alimentación tradicionales que utilizaban anteriormente han sido transformadas o han desparecido. ¿Qué ocurrirá con estas especies cuando no dispongan de los vertederos para cubrir sus requerimientos alimenticios? Es una incógnita difícil de responder, por ello el seguimiento de las especies que se alimentan en los vertederos se convierte en un elemento crucial desde un punto de vista sanitario, ecológico y de conservación.
Ana Sanz Aguilar, Investigadora en el Grupo de Ecología y Demografía Animal del IMEDEA y en el Grupo Zoología Aplicada y de la Conservación, Universitat de les Illes Balears; Alejandro López García, PhD Student, Universidad Complutense de Madrid y Jose I. Aguirre, Profesor del Departamento de Biodiversidad, Ecología y Evolución, Universidad Complutense de Madrid. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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