Educación

Reflexiones sobre (otra) ley de educación

Adela Cortina y Federico Mayor Zaragoza dialogan sobre la situación actual y futura de nuestro sistema educativo.

Artículo

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
21
abril
2021

Artículo

La LOMLOE (comúnmente Ley Celaá) aprobada el pasado diciembre y de implantación progresiva es la octava regulación educativa en lo que llevamos de democracia. Esto supone casi una cada cinco años, lo que nos otorga un récord desdoroso: somos el país de Europa con más leyes de educación en los últimos cuarenta años, y ni una sola se ha aprobado por consenso, ni político ni social. Tampoco esta se salva: precisamente ayer el Tribunal Constitucional admitió a trámite los recursos del PP y Vox contra la nueva ley de educación.

Tan frenética actividad normativa no tiene nada que ver con un afán por depurar la enseñanza de nuestro país, sino con los manoseos partidistas y vaivenes de cada legislatura, lo que se traduce en otras cifras de récord: según recoge Eurostat, España está entre los tres países de la Unión Europea con más altas tasas de fracaso escolar, y es el de mayor desempleo juvenil universitario. Somos el segundo país con las menores tasas de enseñanza digitalizada, solo por encima de Grecia. Y nuestro sistema educativo adolece de una desaparición paulatina de la meritocracia, de enseñantes muy mal pagados y de una responsabilidad social corporativa (RSC) escasa en centros privados… y públicos.

Cortina: «Confundimos educar de una manera equitativa con educar para la mediocridad»

Con este punto de partida transcurrió ayer el diálogo, organizado por la Fundación Independiente, entre Adela Cortina y Federico Mayor Zaragoza, donde la filósofa y el exdirector general de la UNESCO expusieron su visión sobre la situación actual de nuestra comunidad educativa y un futuro ineludiblemente digitalizador. «Lo primero que deberíamos determinar es qué entendemos por educación», arranca Zaragoza. «El último informe PISA decía que los jóvenes debían aprender más inglés y matemáticas, y eso es del todo erróneo. La educación es que cada ser humano sea capaz de ejercer libremente las facultades intelectuales que distinguen a la especie humana. Lo otro es capacitación, y no hay que confundirlo».

«Yo opino que hay tres ejes», interviene Cortina. «Hay que educar en conocimientos y habilidades, y también hay que educar en la prudencia de saber que una vida buena no es esa en la que se acumulan bienes, sino una vida de calidad. Por último, hay que educar en sabiduría moral, en tener sentido de la justicia y de la compasión. Esa debería ser una educación en el siglo XXI, y por eso es tan importante que exista un gran consenso en la sociedad sobre cómo una ley educativa puede respaldar estas metas». La filósofa lamenta: «Si no hay un gran consenso tampoco hay ilusión por llevar los proyectos adelante».

Zaragoza:«La educación no debería ser una herramienta política si queremos ser un país fuerte, competitivo e innovador»

En esta línea, Zaragoza considera que «hay muchas personas con muchas capacitaciones, capaces de utilizar muy bien ordenadores y cualquier tecnología digital, pero luego no crean nada con ello». Y advierte: «No hay que confundir información con conocimiento. La información hay que verificarla y comprobar que tiene que ver con la realidad. Y para eso hace falta conocimiento».

Respecto a nuestra falta de consenso crónica, Zaragoza, que fue ministro de Educación y Ciencia a comienzos de los ochenta, reclama que «la educación no debería ser una herramienta política si queremos ser un país fuerte, competitivo e innovador. Porque eso imposibilita buscar criterios comunes y avanzar». La filósofa achaca la situación a la voracidad por los votos. «Hay mimbres suficientes para lograr acuerdos, lo sé por mis conversaciones en privado con diputados y senadores de diverso signo. Pero cuando salen a la palestra se impone la prioridad de conseguir votos y por eso se llevan la contraria. Y es algo que me reconocen sin despeinarse».

La eterna polémica lingüística

La nueva ley de educación, entre otras medidas, elimina el castellano como lengua vehicular, lo que ha suscitado la suspicacia de muchos sectores, que lo interpretan como una concesión a los grupos nacionalistas. Cortina aclara: «El castellano es la lengua oficial. Y la lengua vehicular es la que se usa para comunicarse, que en el caso de la educación, es ‘en la que se enseña’, no la que se enseña». Apunta, en esta línea, una frase que estuvo incluida en los primeros compases del proyecto de la LOMLOE y que, posteriormente, se suprimió: «Las administraciones educativas garantizarán el derecho a enseñar en castellano y en las lenguas cooficiales de los distintos territorios, y las dos tendrán la condición de lenguas vehiculares».

«Se retiró, por desgracia, y a mi juicio hubiera sido la mejor fórmula», reflexiona Cortina. «España es un país plurilingüe, y cuanto más se respeten las diversas lenguas, mejor. Eso costaría un esfuerzo, pero sería la gran solución: en los territorios con lengua propia, que hubiera dos lenguas cooficiales y vehiculares. Renunciar a cualquiera de los dos es un despropósito».

Cortina: «Lo sensato sería no acabar con las escuelas especiales hasta que los niños tengan la atención garantizada en otras»

En cuanto al futuro de los colegios concertados (especialmente los reticentes a esta medida lingüística), la filósofa admite que «garantizan distintas ofertas y proyectos educativos en una sociedad pluralista como la nuestra», pero, advierte: «No olvidemos que son escuelas públicas, y como tal deben reunir los requisitos de la Administración que financia esos conciertos, esto es, atenerse a los criterios del Ministerio».

Otro de los puntos polémicos de la Ley Celaá atañe a los centros educativos para niños con necesidades especiales. La idea es que estos alumnos vayan integrándose paulatinamente en las escuelas ordinarias. «Es un éxito que evolucionen de tal manera que puedan integrarse con el resto de los alumnos», opina Zaragoza, «pero siempre con criterios exclusivamente médicos y científicos. Ellos son los únicos que pueden decidir esta transición». Cortina añade: «Hay preocupación por parte de los padres, como es normal, de que las escuelas ordinarias no lleguen a tener los medios suficientes para cubrir estas necesidades especiales por falta de presupuesto. Por eso lo sensato sería no acabar con las escuelas especiales hasta que los niños en esas circunstancias tengan la atención garantizada en las otras».

El futuro pasa por lo digital… y por las aulas

Nuestra educación debe enfrentar dos retos a corto plazo: la digitalización y las alarmantes cifras de fracaso escolar. Respecto a lo segundo, Cortina no tiene una receta clara, pero sí un diagnóstico tajante: «No tenemos programas educativos atractivos, y no educamos para la excelencia. Confundimos educar de una manera equitativa y justa con educar para la mediocridad. No les estamos pidiendo a nuestros alumnos que se esfuercen, especialmente ahora que toda la información está más al alcance que nunca. La clave es educar para la cooperación compitiendo consigo mismos, no con los demás».

En cuanto a la necesaria asunción de las nuevas tecnologías, añade: «La experiencia de la pandemia, con clases telemáticas, ha dejado insatisfechos a todos. Mucha gente cree que será mucho más eficiente trabajar telemáticamente, pero en la actividad educativa nada sustituye a la relación con el maestro y los alumnos. El aula es un mundo donde socializamos con los demás. Y no en tres dimensiones, sino en todas las dimensiones imaginables».

Sea como fuere, la inteligencia artificial ha acelerado su implantación en el sistema educativo por las restricciones de la pandemia. «Si no eliminamos las materias humanistas, como la filosofía, tendremos las herramientas necesarias para utilizar correctamente y con criterio las nuevas tecnologías», opina la filósofa. Su interlocutor añade: «Cualquier sistema digital, por muy ‘inteligente’ que sea, debe tener en último término a una persona que decida. Nunca debe ser sustituida por un algoritmo».

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME