Pensamiento
Larga vida al hombre masa
En un ejercicio casi profético, Ortega y Gasset esculpió hace noventa años el concepto de ‘hombre-masa’, un individuo hecho de prisa, que no escucha nada pero lo opina. En medio de la revolución digital y en un momento de auge de los populismos, revisitamos el concepto del ‘hombre-masa’ de la mano de un grupo de prestigiosos pensadores y filósofos.
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COLABORA2021
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José Ortega y Gasset alertaba en los primeros compases del siglo pasado de que el hombre medio había perdido el uso de la audición. «¿Para qué oír, si ya tiene dentro cuanto falta? Ya no es sazón de escuchar, sino, al contrario, de juzgar, de sentenciar, de decidir. No hay cuestión de vida pública donde no intervenga, ciego y sordo como es, imponiendo sus opiniones». Desde los años veinte del siglo pasado hasta los de este han cambiado muchas cosas, pero aquellas palabras del filósofo siguen plenamente vigentes: ese individuo «hecho de prisa, montado sobre unas cuantas abstracciones e idéntico de un cabo a otro de Europa» que describía en La rebelión de las masas, su ensayo cumbre, se resiste a partir. Y sigue muy presente en las evocaciones recurrentes de muchos pensadores contemporáneos cuando se refieren al ser humano moderno: concretamente, al que vive con los cinco sentidos pendientes de una pantalla del tamaño de su mano en la que verter sus opiniones sin filtro.
«Nuestra sociedad tiende a hacer homogéneos e indiferenciados a los individuos»
Victoria Camps. Catedrática de Filosofía Moral y Política
El término de Ortega sigue vigente, aunque hayamos dejado de utilizarlo. Es la contrapartida del individuo al que ha dado lugar la ideología liberal: libre, racional, individualista. Pero, lejos de tener criterio propio y ser capaz de distanciarse de la masa, es un individuo sin individualidad. Dicho de otra forma, el que debería ser un individuo autónomo no es más que una masa informe que se deja informar por los medios de comunicación de masas. Nuestra sociedad tiende a hacer homogéneos e indiferenciados a los individuos. Mientras que a lo largo del siglo XX, en Europa, el ‘hombre-masa’ se refugió en el fanatismo ideológico y en los fascismos, hoy lo hace en las distintas versiones de populismo, que le proporcionan una seguridad que no es capaz de buscar por sí mismo.
Actualmente, las redes sociales potencian la capacidad de manipulación y de difusión de lo peor que han tenido tradicionalmente los medios de comunicación de masas. Aunque se presentan como herramientas para una participación más amplia de los individuos en la opinión pública, esta se fragmenta cada vez más en grupos que se confirman en sus propias creencias. El ‘hombre-masa’ no ejerce como ciudadano porque se deja llevar por la masa, y las redes aumentan esa capacidad de influencia.
«El ‘yo social’ necesita ser refrendado continuamente por el resto de la red»
José Antonio Marina. Filósofo, escritor y pedagogo
Para Ortega, el gran fenómeno del siglo XX es el advenimiento de las masas al pleno poder social, que, en principio, puede entenderse como el triunfo del ideal democrático: supone un gigantesco aumento de las posibilidades vitales de todas las personas. Pero a ese ‘hombre-masa’ que domina la vida pública no le preocupa nada más que su bienestar y, a la vez, es insolidario con las causas de ese bienestar, por lo que muestra una radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia: estos dos rasgos componen la psicología del niño mimado.
Una de las características del concepto orteguiano es que carece de sentido crítico y glorifica la opinión. Es lo que hacen todos los populismos. Me gusta distinguir entre democracia difícil –que se funda en el afán de encontrar soluciones justas a los problemas– y democracia fácil –basada en las preferencias personales–. El ‘hombre-masa’ desea esta última. Por otro lado, las personas responsables pueden entrar en un peculiar estado, que denomino ‘estado de masa’, y mientras se encuentren en ese estado, perderán su identidad, sufrirán un contagio emocional y se hallarán en estado de sugestión.
Las nuevas tecnologías están favoreciendo un fenómeno análogo, pero nuevo, que denomino vivir en estado de red. Los rasgos principales de esas personalidades reticulares que están demasiado tiempo en ese estado son la dependencia de la red o la hiperactividad conectiva, la impulsividad en la respuesta, la dificultad y el poco interés en distinguir lo real de lo virtual –que ha dado lugar a la posverdad– y una difuminación del yo personal y de la intimidad a favor de una hipertrofia del ‘yo social’, que necesita estar continuamente siendo refrendado por el resto de la red.
«No existe el ‘hombre-masa’, sino muchos ciudadanos»
Javier Gomá. Filósofo y escritor
Ortega es deudor de la sociología y la filosofía de su época, herederas de una visión aristocrática, que articulaban como sistema lo que había sido la organización del mundo desde el principio de los tiempos: unos gobiernan, otros mandan. Pero no solo en un sentido jurídico, sino también moral, social y estético: un grupo reducido –la llamada minoría selecta– se propone a sí mismo como modelo para el resto de la sociedad y la casi totalidad de la ciudadanía –el 99% de la población– no tiene otro deber que la docilidad del seguimiento de esa minoría. Para Ortega, la masa sería menos masa si se comportara de manera menos libre e independiente e imitara, callada, sumisamente, la excelencia de esos pocos. Pero en verdad no existe el ‘hombre-masa’, sino muchos ciudadanos.
La libertad sin instrucciones de uso produce vulgaridad, que es una noción radicalmente contemporánea, hija de la unión de dos fenómenos actuales: la libertad y la igualdad. Las redes aumentan la libertad del ciudadano; ahora bien, las hemos incorporado a nuestras vidas en poco tiempo y hemos aumentado nuestra libertad aceleradamente sin instrucciones de uso. El resultado es la apoteosis de la vulgaridad en las redes sociales. Este estado de cosas, que es provisional, se corregirá con una costumbre general –que involucra a todos los ciudadanos y usuarios– de reforma de la vulgaridad en dirección a la excelencia, a medida que esa vulgaridad sea sentida crecientemente como repugnante y digna de reproche por la mayoría.
«El ‘hombre-masa’ actual sería un tipo acelerado que no sabe en realidad a dónde va»
Ana Carrasco Conde. Filósofa y directora de la revista ‘Kritches Journal 2.0’
Nos pueblan pobres abstracciones, como dijo Ortega, pero también vivimos más pobres de experiencia, más incapacitados para poder pensar y disfrutar, más ciegos ante otros puntos de vista, más polarizados, más presas de la ilusión de la singularidad cuando somos más homogéneos e intercambiables en una especie de indiferencia basada en lo cuantitativo, más acelerados… Parafraseando a Ortega, el ‘hombre-masa’ actual sería un tipo acelerado que no sabe en realidad a dónde va, incapaz de focalizarse en una tarea porque siempre tiene más que hacer, presionado por otros que, como él, van acelerados. Es un tipo competitivo e individualista que ha olvidado lo común, y que, egocéntrico, busca al otro para ser reconocido por lo que parece y no por lo que hace. A él se debe la preocupante situación de un frenesí perpetuo y de la necesidad de introducir novedades, que nos pasen muchas cosas o, al menos, que lo parezca porque en realidad cada vez disfruta menos de las experiencias.
Pero hoy, en realidad, cada ser humano vive en su mundo y lo que creemos que es más grande es en realidad más pequeño: con las redes sociales, las cámaras de eco y filtros burbuja, pensamos que tenemos acceso a todo lo que sucede, pero en realidad refuerzan nuestros propios prejuicios y nos hacen el mundo más pequeño. Cuando las redes se emplean no como lugar de encuentro humano entre personas, sino como lugar de exposición social de aquellos que solo buscan reforzar su posición y no estar solos consigo mismos, encontramos un uso que refuerza al ‘hombre-masa’ y perjudica al tejido social al atomizarlo. En ellas, cada uno se eleva a sí mismo como fuente de autoridad, tomando su fuerza del reconocimiento a través de los que piensan como él y el enfrentamiento y ridiculización del diferente. Así, el ‘hombre-masa’ se enquista y construye su mundo en torno a sus opiniones que aparecen como verdades que hay que respetar.
«Todos corremos el riesgo de vivir una vida inercial o mimética con nuestro entorno»
Diego S. Garrocho. Profesor de Ética y Filosofía Política de la Universidad Autónoma de Madrid.
El ‘hombre-masa’ es todo aquel humano que renuncia a la custodia de su propia humanidad. Un rasgo esencial es el desprecio por su propia autonomía. Es un humano desmoralizado que desecha la posibilidad de construirse desde la exigencia, que acepta la actual versión de sí mismo sin interrogarse por su mejor versión posible. Pero la complejidad actual requiere una redefinición del término: el ‘hombre-masa’ de hoy está conectado a lo remoto, pero desconectado de su realidad concreta. Para Ortega, la masa es una forma de indiferencia, el ‘hombre-masa’ es una boya sin rumbo que está satisfecha en su deriva. Hoy, sin embargo, nadie está satisfecho. Todos corremos el riesgo de vivir una vida inercial o mimética con nuestro entorno. Además, la masa actual se construye no por una aceptación cordial de las medianías, sino por una pulsión de singularidad narcisista que todos compartimos: todos aspiramos a ser únicos, irrepetibles, singulares… y esa obsesión es lo que, de una forma un tanto absurda, precisamente nos iguala. Hoy todos creemos formar parte de una selecta minoría, lo que es imposible.
Las nuevas tecnologías han acelerado nuestro aturdimiento existencial: el permanente contacto con realidades virtuales y nuestro apego obsesivo por lo simbólico nos ha inoculado una extraña desconfianza en la realidad inmanente y material. La vida global o desvinculada nos está haciendo cada vez más infelices. El gran capital tecnofílico nos ha hecho despreciar todo lo valioso que nos ha arrebatado: un sentido firme que imprima rumbo a la existencia, un marco familiar que sirva de refugio afectivo, una sólida vocación profesional que nos procure una misión en la vida… La hiperconectividad y la hiperestimulación de nuestra atención nos han impuesto un aturdimiento no elegido contra el que deberíamos reaccionar.
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