(Re)Innovar para salvar nuestra especie
La innovación es la mejor herramienta para alcanzar la sostenibilidad de nuestro planeta, siempre que se enfoque desde la responsabilidad que tenemos como especie dominante en el planeta. De lo contrario, el efecto será devastador.
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En el fondo de nuestro ser seguimos siendo los animales de siempre, como hace dos millones de años cuando el primer Homo erectus abandonó África y salió al mundo. Su vida se centraba en asegurar nuestra subsistencia… hoy también. La diferencia es que aquel Homo erectus, famoso por ser el antepasado directo de los neandertales y los denisovanos, tenía una desventaja de millones de años respecto al hombre moderno. Por aquel entonces, cuando la dieta tenía como ingredientes principales plantas y carroña, se lograron grandes avances al desarrollar las primeras herramientas y descubrir cómo controlar el fuego. Se estima que hace un millón de años la combustión para uso personal apareció en las vidas del ser dominante de este planeta, lo que permitió cambiar la forma de alimentarnos y mejoró las funciones de nuestro cerebro. A partir de ese instante, el hombre basó su evolución en el poder de la innovación: la agricultura, la escritura, la rueda, el dinero, el vapor, el teléfono, el automóvil, el avión, el ordenador, internet y la inteligencia artificial. La innovación fue la capacidad humana que nos permitió poblar el planeta, alcanzar una vida promedio de ochenta años y llegar a la luna. Pero también es nuestra principal amenaza.
«La otra cara de la moneda de la innovación refleja una de las principales razones por las que este planeta necesita sanar»
Desde el cemento utilizado para permitir que las mayores obras de la humanidad perduren por siglos como el Panteón o el Coliseo, hasta la tala masiva de árboles para generar material de construcción y transformar zonas como Escocia por completo, estas innovaciones se convirtieron en dos de las principales herramientas que hoy nos permiten habitar nuestro entorno. Más allá de sus cualidades caloríficas, la primera de ellas nos permitió protegernos de las inclemencias de la naturaleza (casas y edificios) para, más tarde, pasar a ser el principal material para construir carretas, barcos y hasta aviones que nos permitieron alcanzar los confines de nuestro planeta.
Sin embargo, la otra cara de la moneda de la innovación refleja que el abuso en la utilización de estos materiales es una de las razones principales por las que este planeta necesita empezar a sanar de forma inmediata: a nivel global se pierde una superficie de sesenta campos de fútbol de bosque por minuto, mientras que la producción de cemento genera la tercera mayor cantidad de dióxido de carbono global (2.800 millones de toneladas).
Venimos escuchando sobre este tipo de datos hace décadas, pero parece que acaban de hacer mella en nuestros hábitos –al fin y al cabo, un campo de fútbol no es tan grande–. De hecho, hasta hace un tiempo atrás, era algo de lo que nuestros nietos iban a tener que ocuparse. Lo veíamos tan lejano (y somos tan egoístas) que no nos inmutábamos demasiado. Pero algo ha cambiado: estos temas han abandonado los documentales de National Geographic para estar en las noticias; han saltado de la ciencia ficción para convertirse en películas dramáticas. Ya no son «temas de hippies», sino que generan manifestaciones multitudinarias a nivel global.
¿Cómo seguimos hacia una innovación justa?
Cada pequeña acción cuenta. Sin embargo, el impacto que nosotros podemos generar sobre el cambio climático al modificar nuestros hábitos del día a día es mínimo. La clave se encuentra en cambiar radicalmente áreas como la industria, el transporte, la agricultura o la generación de electricidad. Para decirlo más claro: que todos los automóviles del mundo sean eléctricos ayuda, pero hasta que no resolvamos la parte más difícil en aviones, trenes y camiones, nuestra curva hacia el calentamiento global no se verá alterada.
El problema es que si no empezamos a alterarla hoy, en diez años sabremos de qué se trata lo del clima extremo. Conoceremos nuevas enfermedades, viviremos nuevas pandemias –y se profundizarán algunas de las existentes–, ciudades enteras quedarán bajo el agua mientras la vida marina se altera profundamente, generando la extinción de especies dentro y fuera del agua. De una oportunidad presuntamente infinita en recursos, este planeta se transformó en un espacio con fecha de vencimiento, convirtiéndose en la variable más débil para asegurar nuestra supervivencia.
«Debemos olvidar la innovación paulatina y disrumpir los tiempos naturales de la evolución»
Si logramos cambiar nuestra mentalidad y priorizar lo importante, tenemos la esperanza de cambiar nuestro destino. Como hemos visto, con el correr de nuestra evolución hemos demostrado nuestra capacidad de innovar, habitualmente de forma incremental y, de tanto en tanto, de forma disruptiva. Entonces ¿podremos encontrar una nueva forma de generar cemento sin contaminar el medio ambiente a un coste que permita afrontar la escala que necesitamos? ¿Seremos capaces de diseñar la tecnología que permita darle la energía necesaria a un avión para volar sin combustibles fósiles?
Claro que sí, pero debemos poner todos nuestros esfuerzos en la innovación, en olvidarnos de aquella que permite cambiar y mejorar de forma incremental y paulatina, y hacer lo que mejor sabemos hacer: disrumpir los tiempos naturales de la evolución, pero esta vez a favor de nuestra vida, de la del resto de las especies y del planeta, sobre el que tenemos una responsabilidad como especie dominante.
Actuemos entonces en consecuencia. Recordemos que, en tiempos geológicos, no pasó tanto desde que nuestro ancestro se levantó y decidió salir al mundo para mejorar su vida, valiéndose únicamente de su curiosidad, coraje e ingenio. Honremos su memoria, garantizando que el próximo millón de años incluya esa opción.
Gabriel Weinstein es socio y managing partner para Europa de la consultoría Olivia.
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