Opinión

Bienestar

Con las vacunas, la recuperación económica se acelera. Nosotros la necesitamos, porque nuestro verano, sin turismo, puede convertirse en un infierno y, después, en una hecatombe. Los ciudadanos estamos dando la talla, pero, ¿podemos decir lo mismo de nuestros políticos?

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09
abril
2021

Le preguntan a un destacado escritor español qué libro le recomendaría al presidente del Gobierno y la respuesta es inmediata: Juan de Mairena, de Antonio Machado. Recuerdo entonces que un hombre sabio ha considerado ese texto como «una educación para la democracia» y que, al valorar ese tan hermoso libro, subtitulado Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, nos dice Emilio Lledó que «el diálogo con ese profesor, que habla a unos alumnos apócrifos también, es una de las más estimulantes e iluminadoras lecturas que puede hacerse para ser ciudadanos libres, para aprender a pensar y a sentir».

Tengo la fortuna de atesorar un ejemplar de la primera edición (1936, Espasa-Calpe) del Juan de Mairena, uno de mis textos de cabecera que, a propósito de los políticos, recoge una sentencia, tan cierta como olvidada: «Claro que en el campo de la acción política, el más superficial y aparente, sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela». Una reflexión que viene al caso en estos tiempos de incertidumbre, pandemia perenne y elecciones un día si y otro también, cuando los políticos se sirven para gobernar al pueblo –en expresión machadiana– de una «retórica con espolones» que nada ni a nadie aprovecha.

Si el único asunto que debería ocuparnos (preocupados ya estamos) es vencer a la pandemia, sigo sin entender las razones por las que los políticos utilizan en los mitines electorales, y en cuantas oportunidades tienen, esa retórica con espolones para atacar a los adversarios con el déficit (fakes o no) que el Gobierno central o los gobiernos autonómicos han demostrado en la gestión de la crisis sanitaria.

Los ciudadanos estamos dando la talla pero, ¿podemos decir lo mismo de nuestros políticos?

Si alguna certeza tenemos es que, con las vacunas, la recuperación económica se acelera y nosotros la necesitamos como agua de mayo porque nuestro verano, sin turismo, puede convertirse en un infierno y, después, en una hecatombe. Los ejemplos de Estados Unidos, Reino Unido, Chile e Israel deberían tener un valor pedagógico que somos incapaces de aprovechar, porque esos cuatro países que ocupan puestos punteros en la vacunación de sus nacionales están dando muestras de indices muy satisfactorios de recuperación económica. Mientras, España, como toda Europa, parece estar a verlas venir, sin liderazgo y sin destacar en nada, salvo en injustificados retrasos en la inoculación de vacunas, y así llevamos tres meses.

No sé si los gobiernos se percatan de que el bienestar de sus ciudadanos pasa, en primer lugar, por procurar la salud de todos con los medios que sean necesarios. La famosa Pepa, la Constitución española de 1812, ya recogía en su artículo trece que «el objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen». Y dos siglos después las cosas han cambiado poco: si hablamos de bienestar social, estamos haciéndolo de salud, educación, acceso a la vivienda, alimentación, pensiones dignas y ayudas sociales; es decir, de asegurar nuestra calidad de vida.

«Nuestra política sobre la pandemia es una suma de algunos aciertos, no pocos sacrificios, y deslealtades»

Hace un año escribí que los ciudadanos estamos dando la talla; lo sigo creyendo. ¿Podemos decir lo mismo de nuestros políticos?  En plena pandemia, la guerra política y partidaria se ha hecho insoportable, además de intolerable y canalla. «Nunca se ha mentido tanto como en nuestros días, ni de manera tan desvergonzada, sistemática y constante», leemos en La función política de la mentira moderna, de Alexandre Koyré. Nuestros representantes se han tomado esa reflexión del filosofo como exigencia bíblica: mienten, se faltan al respeto, se insultan y convierten sus apariciones públicas en un memorial de agravios frente al contrario; también en sede parlamentaria y, sobre todo, cuando hay televisión por medio.

Y, claro, todo eso lo vemos, escuchamos y leemos nosotros, los ciudadanos, cada día, a todas horas, y esperamos que esos políticos, elegidos por todos nosotros para arreglar nuestros problemas, los resuelvan y den ejemplo. No resuelven nada y, además, crean problemas más gordos. Nuestra política sobre la pandemia es una suma de algunos aciertos, no pocos sacrificios, equivocaciones, incompetencias, imprudencias, inacción, torpeza y deslealtades fuera de lo común.

Es verdad que nadie podía estar preparado para una crisis como la de la covid-19, para la que no existía un manual de instrucciones, pero los que nos lideran –y a los que pagamos centenares de asesores– deberían haberlo escrito con rigor y transparencia. Solo hace falta que nos traten como adultos, que nos cuenten las verdades sin complejos y que la comunicación sea fluida y se base en tres principios fundamentales: compromiso, veracidad y transparencia. Hoy todos están brillando por su ausencia. Probablemente, y no hay que dudarlo, tenemos muchos hombres de principios, pero –como Mafalda nos enseña– es lastima que nunca los dejen pasar del principio…

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