Desigualdad

Mujer con discapacidad: blanco de las violencias

Ocho de cada diez mujeres con discapacidad sufren agresiones físicas, psicológicas y sexuales perpetradas, en la mayoría de los casos, por sus propios cuidadores.

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10
marzo
2021

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«De todos los tipos de violencia que he sufrido por ser autista, el que más me ha marcado desde pequeña ha sido el de sentir que yo era la rara. Pasa siempre: en cualquier tipo de discriminación hay personas de primera y de segunda. Las de segunda casi no son consideradas como tal, mientras que las de primera se creen con el derecho de tratarte como una mierda». Montse Navarro es autista y creció sin saber lo que era, en uno de esos tantos casos de diagnóstico tardío: «Como eres rara para ellos, te mereces lo peor: insultos, maltrato, desprecio, burlas, vacío… incluso en la edad adulta. Hasta en un trabajo me llamaron ‘anormal’ a la cara».

Con diagnóstico o sin él, Navarro ha sido –y es– blanco de violencias. Ocho de cada diez mujeres con discapacidad corren la misma suerte que ella. Además, tienen mayor riesgo de ser víctimas de violencia sexual que el resto de mujeres, tal y como reflejan las estadísticas elaboradas por el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad. Pero es complicado conocer la magnitud real de la situación: el Instituto Nacional de Estadística no ofrece datos oficiales sobre discapacidad en España desde 2008, por lo que resulta imposible saber con exactitud qué parte de la población tiene una discapacidad. Si miramos a estas cifras, veremos a 3,8 millones de personas, de las que 2,3 millones son mujeres. 1.800.400 se enfrentan a algún tipo de violencia.

Blanco: «Partimos de una sobreprotección que lleva a infantilizar a estas mujeres»

Estas niñas y mujeres experimentan una doble discriminación: por su sexo y por su discapacidad. Lo más frecuente, según ONU Mujeres, es que las personas que infringen violencia sobre ellas sean las mismas que les brindan los cuidados, en casa y en las instituciones. «Las mujeres con discapacidad son más propensas a sufrir violencias por su situación de vulnerabilidad. Y a mayor necesidad de apoyo, mayor probabilidad», explica Ángeles Blanco, responsable de derechos y asesoría jurídica de Confederación ASPACE. La situación empeora en los casos en los que las mujeres necesitan apoyo las veinticuatro horas del día, los siete días a la semana, ya que pueden depender de su maltratador.

Entre las más vulnerables se sitúan las mujeres con parálisis cerebral, ya que ocho de cada diez son dependientes para realizar las tareas más básicas, como su higiene personal. Sus cuerpos están expuestos y, si nadie les explica cómo les van a tocar para que aprendan cómo se deben hacer las cosas de manera correcta, en una situación de abuso no podrán catalogarlo como tal. «A mí me llegan a preguntar: ¿Esto que me está pasando está bien o está mal? Y está bien que lo pregunten porque es parte de su proceso de aprendizaje. El empoderamiento es una prevención de cara al futuro», añade Blanco.

«En la parálisis cerebral, todas tienen en común una discapacidad física que puede ir asociada con otras, como la imposibilidad para comunicarse oralmente o la discapacidad intelectual (afecta al 50% de los diagnósticos), lo que cobra especial relevancia en caso de violencia», añade la experta. «En general partimos de una sobreprotección que lleva a infantilizar a estas mujeres, lo que provoca que no se les forme en derechos sexuales y reproductivos, ni en la toma de decisiones. Esto les imposibilita a la hora de diferenciar lo que es un buen trato de un mal trato».

El imaginario social, clave en la prevención

Estela Murillo tiene parálisis cerebral y una gran necesidad de apoyo. Cuenta con muchas limitaciones físicas, va en silla de ruedas y no puede hablar. Actualmente, vive con su madre, que es su gran cuidadora y compañera. A lo largo de su vida ha sufrido violencias de todo tipo. Por parte de su familia (a excepción de su madre): violencia verbal, económica y psicológica. Por parte de las instituciones, apunta, además de la verbal y la psicológica, también ha experimentado numerosas negligencias en relación con su bienestar. Por ejemplo, cada vez que va al centro de salud y no la escuchan para saber cómo deben tratar su cuerpo. Además, ha sufrido violencia machista por parte de una expareja.

«Cuando digo institución me refiero a los colegios, centros de día y residencias por los que pasas a lo largo de tu vida. Para mí una institución es una cárcel, con horario para todo, donde no puedes ser tú misma. En uno de los lugares a los que acudí para rehabilitación y para labrarme un futuro, tuve que escuchar que era una vaga, que solo quería cachondeo. Yo me esforzaba como nadie, pero también necesitaba momentos de socialización. Se me llegó a luxar un hombro de la tensión y la ansiedad. Y cuando dije que me iba a ir de allí, me hicieron el vacío cada día más», recuerda Murillo. «Siempre que sufro una situación de violencia me siento como un objeto: humillada, infravalorada, indefensa. Me baja la autoestima».

En numerosas ocasiones las agresiones no se denuncian porque el agresor amenaza con publicar vídeos íntimos

Como indica Ángeles Blanco, de ASPACE, «la diversidad no está bien acogida en la sociedad», y el imaginario colectivo no solo influye en el trato, también en la autopercepción. «Si yo me estoy percibiendo como una carga por tener parálisis cerebral, va a ser muy difícil que plante cara a un maltratador», subraya. «También afecta mucho el ideario social de belleza, que lleva a una mujer con parálisis cerebral a pensar: ‘quién me va a querer a mí, según estoy’. Estas mujeres tienen la autoestima muy dañada, por eso debemos dejar de poner el foco en las limitaciones para dirigirlo hacia las capacidades».

El maltrato puede ser algo tan sencillo como desenchufar la batería de la silla de ruedas, o no ayudar a una persona a salir de la cama. «Las violencias que más atendemos en el centro están relacionadas con agresiones sexuales y violencia psicológica. Pero también nos encontramos con numerosos casos de violencia digital –amenazas sobre difundir fotos íntimas–, cuyos resultados tienen efectos muy destructivos», explica Blanco. «Les destroza la vida. Hay veces que estas mujeres están sufriendo otro tipo de violencia y que no la denuncian, precisamente, porque el agresor tiene vídeos y amenaza con publicarlos. En relación a la violencia sexual, «los casos que nos han llegado suelen producirse en mujeres que combinan necesidades a nivel físico, comunicacional y cognitivo». A todo esto se suma la falta de credibilidad en estas mujeres a las que, cuando denuncian, se les suele poner en entredicho diciendo: «¿Cómo puede ser que alguien te haga algo así a ti?»

La discapacidad de Estela es muy visible, pero las violencias atañen a todas las mujeres con independencia de lo que se pueda observar a simple vista. Como le sucede a Montse Navarro: «En cuanto a la violencia sexual, las autistas no nos libramos. No quiero generalizar, pero solemos ser más ingenuas que las neurotípicas –personas sin autismo–, por lo menos a ciertas edades. Igual una chica neurotípica de 18 años está un poco más avispada, pero a una autista de 18 años le cuesta saber captar las intenciones del resto y, además, quiere encajar». «Por otra parte, parece que estamos en el radar de los depredadores y que nosotras nos dejamos cazar. Pero no es eso, sino que creemos que es lo que hay que hacer para estar bien, y no es verdad», aclara. El problema, subraya Navarro, es que «muchas veces no se nos ve como adultas, ni como personas con sexualidad propia. Parece que incomoda que podamos tener sexo. Y sin embargo, los depredadores se ven con el derecho porque piensan que pueden descargar su sexualidad sobre ti».

Sara (prefiere no dar su apellido) acumula diagnósticos en el campo de la salud mental, desde depresión a trastorno bipolar, y también ha visto minada su autoestima por las acciones de la sociedad. «Yo he sufrido violencia capacitista (la ejercida contra personas que viven su identidad dentro de una diversidad). También ‘cuerdista’, que va contra las personas locas. Yo no me considero menos capaz que nadie, todo lo contrario: puedo hacer todas las cosas que necesito en mi vida diaria a mi manera. Pero también me he sentido errónea. He llegado a creer que había algo mal en mí».

«Antes de tener el diagnóstico de autismo sentía que no me estaba esforzando lo suficiente, que el resto lo hacía mejor que yo y por eso le iba bien las cosas. Cuando supe qué pasaba, me vi como una persona completa. En ese momento en el que eres consciente de ti misma, empiezas a cuidarte y a dejar de permitir -o cortar a tiempo- situaciones que no habías sido capaz de ver. Hace años no sabía que las personas autistas merecíamos los mismos derechos que cualquier otra», reflexiona Navarro.

ONU Mujeres advierte que las víctimas de violencia de género tienen más riesgo de desarrollar una discapacidad

En el caso de la violencia de género, ONU Mujeres advierte que aquellas que la han sufrido tienen más riesgo de desarrollar una discapacidad mental o física que las que no lo han hecho. Según la última Macroencuesta de violencia contra la mujer, publicada por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, un 23,4% de las mujeres tiene una discapacidad como consecuencia de algún episodio de violencia física o sexual a lo largo de su vida.

Esa es la historia de Lola Andújar, que tiene fibromialgia. «En mi caso, el reumatólogo me derivó a un médico especialista. Le conté que había visto a mi padre pegar a mi madre desde que tengo uso de razón y que, más tarde, estuve con un maltratador de los catorce a los treinta años, hasta que me divorcié. Me dijo que todo venía de allí y que iría a peor», recuerda. «Me quedé muerta, porque nunca había relacionado el maltrato con mi enfermedad. Mi discapacidad es una mierda, yo ya no soy ni la cuarta parte de lo que era. Te miras al espejo y ves en lo que te han hecho convertirte».

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