Sociedad
Elogio de la hospitalidad
Todos llegamos a este mundo como invitados, pero durante mucho tiempo no podemos devolver nada o muy poco del trato que recibimos de él. Priya Basil analiza, en ‘Elogio de la hospitalidad: sobre la comida y el sentido de la generosidad’ (Alfabeto), la relación de los humanos con lo que ponemos en la mesa… y, sobre todo, las implicaciones antropológicas de compartir nuestra vida con los demás.
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Durante mucho tiempo la comida fue ejercida como una forma de poder, un potente medio para el elogio o la condena, para hacer alarde de extravagancia y generosidad. La antigua Roma rebosa de historias de excesos, de fiestas como teatros de la vanidad y la venganza, como las que organizaba el famoso emperador Heliogábalo, cuyos legendarios banquetes eran realzados con sádicas sorpresas: al acabar una suntuosa comida en la que se servían lenguas de ruiseñor, cabezas de loro y cerebros de pavo real, el huésped era invitado a pasar la noche en una habitación donde un tigre feroz esperaba a su presa.
Cada siglo, cada territorio tienen sus fábulas de excesos. El festín Manchú-Han imperial organizado por Kangxi, el cuarto emperador de la dinastía Qing, con sus 108 platos servidos a más de 2.500 invitados. Los ágapes de más de cien platos que tenía por costumbre ordenar Akbar, el emperador mogol. Los cincuenta platos del banquete de boda que selló en Florencia, a comienzos del siglo XVII, la unión entre María de Médicis y Enrique IV, el rey de Francia.
La noche de 1817 en la que el futuro Jorge IV de Inglaterra presidió la cena en honor del gran duque de Rusia, en la que se sirvieron 127 platos preparados por Marie-Antoine Carême, el cocinero más famoso y caro del momento. Las dieciocho toneladas de alimentos transportados en avión a Persépolis, en 1971, para la celebración de tres días conocida como «la fiesta más cara de la historia», decretada por el Sha de Irán para conmemorar el 2.500 aniversario de su país. Ejemplos como estos permiten pensar que el alarde de hospitalidad puede ser una forma disimulada de hostilidad. O del banquete concebido como amistosa advertencia y propaganda de los recursos y el poder del anfitrión.
«La comida también ha sido utilizada como forma de castigo»
Mientras que en algunos ha sido objeto de extravagancias, la comida también ha sido utilizada como forma de castigo al impedirse su circulación, a veces a escalas inimaginables y con consecuencias terribles. Desde que en el siglo XIX los cultivos se convirtieron en productos de mercado, con frecuencia se ha priorizado el beneficio sobre la protección humanitaria. En su libro Los holocaustos de la era victoriana tardía, el historiador Mike Davis describe los cambios climáticos extremos registrados en el último cuarto del siglo XIX y las graves sequías y monzones que provocaron en regiones del sur global, como China, Brasil, Egipto e India. Davis muestra cómo las administraciones coloniales explotaron estos desastres naturales para desatar y agravar hambrunas que produjeron muertes masivas, lo que contribuyó a un debilitamiento de las regiones afectadas y al consiguiente fortalecimiento del control extranjero.
Cuando la sequía golpeó la meseta del Decán, en 1876, en realidad se habían registrado excedentes netos de arroz y trigo en la India. No obstante, el virrey, el señor Lytton, jefe de la administración colonial británica en la India, insistió en que esos excedentes fueran enviados a Inglaterra. Casi simultáneamente, Lytton se disponía a organizar un espectacular Durbar imperial en Delhi para proclamar a la reina Victoria emperatriz de la India. El clímax de este evento, escribe Davis, «incluía una semana de festividades para 68.000 funcionarios, sátrapas y maharajás, con el banquete más colosal y caro de la historia mundial». En el transcurso de esa semana, añade Davis, se estima en cien mil el número de indios que murieron de hambre en Madrás y Mysore. En el apogeo de la hambruna india, los comerciantes de granos exportaron un récord de 6,4 millones de centenas (320.000 toneladas) de trigo. Mientras los campesinos se morían de hambre, los funcionarios recibieron la orden de «no atender las operaciones de socorro por todos los medios disponibles». El libro de Davis expone la realidad del imperialismo occidental en su momento más deliberadamente inhóspito: destruir vidas mediante el secuestro de sus propias reservas alimenticias. Los sujetos colonizados que fueron victimizados de este modo no eran tratados como enemigos o extraños, sino como si no fueran humanos. En 1902, entre 12 y 29 millones de indios habían muerto como resultado de las políticas británicas adoptadas para hacer frente a la hambruna.
El poder se manifiesta con frecuencia derrochando hostilidad y hospitalidad.
Este es un extracto de ‘Elogio de la hospitalidad: sobre la comida y el sentido de la generosidad’, de Priya Basil (Alfabeto).
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