Cultura

«La sociedad eligió el periodismo para protegerse del poder, aunque a veces sea al revés»

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26
mayo
2020

Arcadi Espada (Barcelona, 1957) es periodista y columnista de ‘El Mundo’ y autor de títulos como ‘Contra Cataluña’ (Ariel), ‘Periodismo práctico’ (Espasa) o ‘Sed de Lex’ (Editorial Funambulista). Ahora, acaba de publicar ‘Un buen tío. Cómo el populismo y la posverdad liquidan a los hombres’ (Ariel), en el que analiza la conjunción entre populismo y posverdad a través de la defensa de Francisco Camps, ex presidente de la Generalidad valenciana. También muy activo en política, Arcadi militó en el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña) durante la Transición Española, fundó UPyD (Unión Progreso y Democracia) y fue parte del surgimiento de Ciudadanos. 


¿Cómo vive un hombre que resulta incómodo pero que a la vez tiende a la comodidad?

Yo, más que a la comodidad, tiendo al placer. Y el placer, evidentemente, a veces resulta incómodo. Su consecución no es un camino fácil siempre. No veo que haya ninguna contradicción en ese sentido. Me da la impresión de que mi incomodidad o la incomodidad que causo es algo completamente aceptado. Pero hay muchos lectores a los cuales mi trabajo no les causa incomodidad, sino placer. Por lo tanto, estamos en plena coherencia.

¿Qué cree que hay de malo en decir lo que se piensa o en tener opiniones propias, sean o no de mal gusto u ofensivas? ¿En qué afecta esto al periodismo?

No hay nada de malo, evidentemente, y al periodismo de verdad no le afecta en nada. Otra cosa es el «perriodismo», que es un asunto muy distinto. El «perriodismo» es un animal doméstico.

Según le contó a Juan Soto Ivars en El Confidencial, «el nuestro es un trabajo cuesta arriba» que «siempre se hace desde la discrepancia». Por lo tanto, ¿sin discrepancia no hay periodismo?

No. Sí hay periodismo sin discrepancia. Es más, el sentido básico del periodismo no tiene nada que ver con la discrepancia. Considero que la narración de los hechos es la base del periodismo, y digo la narración de los hechos y no su comentario. Es decir, no a lo que yo me dedico en los periódicos, básicamente. Dado que esa es la base, no veo por qué no debería haber periodismo sin discrepancia. Otra cosa es que, efectivamente, lo que yo supongo que quería decir en esa entrevista es que ir cuesta arriba, río arriba, como los salmones, es algo que sí tiene que ver con la lógica periodística tradicional. En realidad, el periodismo es un oficio que eligió la sociedad para protegerse del poder, aunque a veces suceda más bien que parece ser una institución del poder para protegerse la sociedad. Pero volviendo a su aspecto originario y noble, la elección a veces de los temas, el dónde mirar, el dónde poner la atención más allá de las opiniones que esos hechos puedan luego generar, ya es efectivamente un trabajo que se asocia con esa incomodidad.

¿Qué periodista puede decir o escribir «viva España» sin que le llamen «facha»?

Bueno, el problema no es que lo pueda decir un periodista, el problema es que prácticamente no lo puede decir ningún ciudadano. A mí que me llamen facha me trae sin cuidado. Tampoco me parece que yo vaya diciendo todo el rato «¡viva España!», entre otras cosas porque es una frase que tiene un sentido relativo. Yo tengo una gran experiencia ya en este asunto. Hace muchos años escribí un artículo que se llamaba Episodios la vida de un hombre, en el que explicaba la primera vez que me llamaron facha. Ha pasado ya mucho tiempo y los insultos de esa naturaleza arrecian. Es un asunto que me trae completamente sin cuidado, a excepción de una cuestión, y es que yo pediría a mis insultadores, a mis haters profesionales, que tuvieran un poco de renovación de existencias, porque «hijo de puta» y «fascista» prácticamente ya no son insultos.

«Uno de los graves problemas de la política y del marketing es que cada vez están menos separados»

Por curiosidad, ¿cuándo fue la última vez que dijo «viva España»?

La última vez que yo dije «¡viva España!» fue con el diputado Rufián, cuando me entrevistó. Traté de que él lo dijera, pero se acobardó.

La Fiscalía acusó a Pepe Rubianes de un presunto delito de ultraje a España por las declaraciones sobre la unidad española en el programa El club, de TV3, emitido el 20 de enero de 2006: «La unidad de España me suda la polla por delante y por detrás. Que se metan a España en el puto culo a ver si les explota dentro y quedan los huevos colgado de un campanario». ¿Le habrían permitido al actor decir en la actualidad esas mismas palabras por televisión? ¿Tendría una condena peor -en su momento le pedían 21.600 euros de multa-, aparte del linchamiento de las redes sociales?

No tengo ni idea de lo que pasaría en estos momentos. Han pasado catorce años desde que el Rubianes hizo esto, pero decir que «la unidad de España me suda la polla por delante y por detrás» es como meterse con la religión católica porque, digamos, sale bastante gratis. Otra cosa es meterse con lo que a mí me pasa, que Cataluña me suda la polla por delante y por detrás. Cataluña en sí, digamos. Y con lo que pasa también con los islamistas; meterse con los católicos es gratis, pero meterse con los islamistas no suele serlo. Pero, en fin, más allá de eso, no puedo decir nada sobre lo que pasaría ahora con las redes sociales.

¿A qué comentaristas hay que creer pues?

Bueno, sobre todo hay que creer a los comentaristas racionales.

¿Qué separa a la política del marketing?

Cada vez menos cosas, ciertamente, y eso es uno de los graves problemas de la política y del marketing.

¿También en Cataluña?

Exactamente lo mismo.

En 1997 publicó Contra Catalunya, un libro que muchos han creído premonitorio pero en el que ya dejó claro en el posfacio de la reedición de 2018, que lo que describe no es lo que iba a pasar, sino lo que estaba pasando. ¿Qué ha cambiado desde la Cataluña del pujolismo y qué tiene en común con la Cataluña de Carles Puigdemont y Quim Torra?

Bueno, ya he explicado muchas veces qué ha cambiado desde la Cataluña del pujolismo y qué tenía en común. Y también he dicho mil veces que lo que ha cambiado es Messi; Messi es el gran autor del proceso, es la persona que hipnotiza a los catalanes y les hace creer que la independencia va a ser exactamente algo tan sencillo como ganar la Champions.

Torra ha convocado elecciones porque la legislatura «ya no tiene más recorrido político» y por la falta de «lealtad» de ERC. ¿Cree que el independentismo ha perdido la batalla?

Vamos a ver, el independentismo ha perdido la batalla revolucionaria que planteó en su momento al Estado. Es evidente. Están en la cárcel, o en arresto domiciliario más bien, y no son miembros del Gobierno como lo eran. Y, por supuesto, no tienen ninguna posibilidad de torcer la soberanía de la Constitución española a base de la violencia que ejercieron contra el resto de ciudadanos españoles y contra la Ley. Pero eso no quiere decir que el independentismo y el nacionalismo, que es lo que yo siempre prefiero abordar, no haya salido realmente y curiosamente beneficiado de este proceso. Gracias a la política irresponsable que dejaría atónito a cualquier demócrata que no fuera español -porque los españoles tragan todo- practicada por el presidente Sánchez con su política de amnistía a los presos políticos –así les llamo, porque son evidentemente presos políticos; la política sirve para hacer el mal, ellos utilizaron la política para hacer el mal y por lo tanto hay que hablar de presos políticos– limita la derrota que sufrieron. Derrota que, en cualquier caso, es incontestable desde cualquier punto de vista. Es decir, el procés fracasó en la medida en que fue un acto revolucionario en el que perdieron.

La Dirección General de Igualdad de la Generalitat abrió diligencias informativas de oficio contra usted porque llamó «mariconazo» a Gabriel Rufián en su columna Aznar, sin complejos, pudiendo vulnerar la Ley contra la Homofobia. ¿Era consciente de que estaba desobedeciendo la ley?

Por supuesto que yo no suelo desobedecer la ley siendo consciente, pero desde luego, en este caso, era perfectamente consciente de que no estaba desobedeciendo la ley.

«El procés fracasó en la medida en que fue un acto revolucionario que perdieron»

Medio centenar de redactores de El Mundo hicieron pública una carta en la que decían sentir «vergüenza ajena» por sus palabras. ¿Pensó en algún momento que iba a tener el apoyo de toda la redacción o, al menos, de parte de ella?

Todas esas personas que firmaron la carta en El Mundo, que yo no sé por supuesto si fueron medio centenar o no, el problema que tenían era de tipo cognitivo, no otra cosa.

¿Le sorprendió que Joaquín Sabina le apoyara en este asunto?

No me sorprendió nada. Joaquín Sabina es una persona inteligente y que no procede con el piloto automático. Él, evidentemente, tiene ideas y amigos que no son los míos, pero Joaquín y yo tenemos una excelente relación desde hace muchos años basada sobre todo en mi profunda admiración por todo lo que ha hecho.

¿Para qué puede servir una bandera?

Soy de los que -como decía George Brassens traducido por Paco Ibáñez en La mala reputación- «cuando la fiesta nacional, me quedo en la cama igual». Lo que sucede es que se han hartado tanto de pasarme sus banderas ilegales e ilegítimas por la cara que, al final, he tenido que limpiarme los mocos con la mía, por así decirlo. Siempre me pareció la más higiénica.

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