Salud
«En sus orígenes, Europa huía del nacionalismo; hoy, ante cada crisis, se repliega»
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COLABORA2020
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El politólogo José Ignacio Torreblanca reflexionó –dentro del ciclo Reflexiones en mitad de la crisis, en el que conectamos en directo con miembros del Consejo Editorial de Ethic y otros expertos–sobre el impacto del COVID-19 en la geopolítica y las relaciones internacionales.
Estos días el papel y el futuro de Europa está de nuevo en entredicho. ¿Cómo valoras la respuesta que, hasta la fecha, está dando la Unión Europea a esta crisis?
Hemos tenido un arranque un poco complicado. Todavía no estamos, ni mucho menos, viendo la luz al final del túnel de cómo va a ser la respuesta europea. Ha habido un primer momento feo, malo, sucio si se quiere, en esa retención de envíos de material a Italia que ha generado tantísima polémica y frustración. Creo que se ha corregido de manera rápida. La Comisión Europea intervino y apareció con solidaridad o, por lo menos, intentando no empeorar las cosas más aún y mostrándose dispuesta a ayudar. El Banco Central Europeo, con Christine Lagarde a la cabeza, en un primer momento pareció ponerse de perfil diciendo «bueno, esto no necesariamente va con nosotros». En el año 2008, cuando estalló la crisis financiera, el BCE tardó cuatro años en pronunciar el famoso «whatever it takes» («cueste lo que cueste») de Mario Draghi; ahora han sido casi cuatro días lo que ha tardado en reaccionar. Desde ese punto de vista, no hemos asistido a un pánico en los mercados, a un efecto contagio. Un país como Italia, que es muy vulnerable –como nosotros– por su deuda, no ha visto volver la famosa prima de riesgo, lo cual es muy importante. Han sido capaces de levantar un dique, pero nos falta algo más. La Unión todavía puede ayudar a los Estados con una provisión de material sanitario, pero está haciendo muchísimas cosas para mantener el mercado interior abierto. Hay una actividad que quizá no sea muy visible, pero que está ahí. Sin embargo, donde se la está jugando realmente la Unión Europea es en si va a ser capaz de ayudar a los Estados a incurrir en todo ese gasto para recoger a los perdedores de la crisis y a los más vulnerables, a los que pierdan sus empleos, a las empresas que cierren. La pregunta ahora es qué tipo de respuesta va a ser capaz de dar la Unión Europea y si va a aparecer con recursos que vayan más allá de la solidaridad verbal. Se ha abierto un debate muy emocional y duro en los primeros instantes entre el sur y el norte. El renacer de los prejuicios y los estereotipos ha sido muy descorazonador.
«Los populismos nos han recordado que las democracias mueren poquito a poco»
Además de esa gran batalla contra la pandemia, Europa libra un pulso contra ese repliegue nacionalista que se ha visto reforzado por el virus y, como dice Felipe González, es algo que niega el sentido histórico de la Unión Europea.
Tenemos un proyecto que ha sido político desde el principio, de huida y de reconstrucción europea en el sentido más profundo y más moral del término, de valores fundamentales, de democracia y de derechos humanos… Precisamente en los orígenes del proyecto europeo estábamos huyendo o alejándonos del nacionalismo y, sin embargo, cada vez que nos encontramos con una crisis –sea de refugiados, sea económica, sea como en este caso sanitaria–, aparece el instinto de replegarse. Otra vez esa esa manía de olvidarnos de que somos interdependientes, de que no podemos cerrar las fronteras porque no tiene sentido y que la respuesta que tenemos que dar es la de redoblar los esfuerzos hacia afuera. Pero ese primer momento –también, en parte, porque las competencias sanitarias y la salud son una cuestión que se administra en el ámbito estatal y la Unión Europea no tiene competencias–, hace lógico que sean los estados los que sean los encargados de proteger a sus ciudadanos. Desde hace tiempo venimos hablando de la Europa que debe proteger, acoger, ser útil para sus ciudadanos, y si no aparece por aquí, se van a preguntar para qué sirve.
Todavía tenemos esa sombra alargada de la crisis financiera de 2008 y la gestión que las élites hicieron de esa crisis que derivó en una gran ola de indignación. Vinieron luego los populismos, que se convirtieron en un fenómeno global. ¿Qué errores se cometieron entonces que no deberíamos cometer ahora?
Se cometieron bastantes, pero quizá el principal fue intentar actuar por separado, pensar que cada Estado podía salir por su cuenta. Tardamos tanto tiempo en actuar que provocamos un daño enorme en la confianza de los ciudadanos en el sistema político de la Unión Europea. Curiosamente, ese daño fue tan elevado en los acreedores como los deudores, lo cual no tiene ningún sentido porque alguien debería haberse quedado contento: el que se supone que ha ejercido el poder, ha apretado las tuercas y ha atado en corto a los estados del sur; o los del sur porque han recibido al final el apoyo del BCE y han conseguido salir de la crisis. El escenario fue terrible porque todo el mundo salió descontento y, sobre todo, reavivamos los prejuicios nacionales, los estereotipos quizá más viejos, improductivos y dañinos. Eso es, a pesar de todas las diferencias con la crisis actual, lo que debemos evitar con todas nuestras fuerzas que resurja. Quizá la manera de hacerlo es, precisamente, dándonos cuenta de que esta crisis del COVID-19 afecta a todos por igual. Aunque haya tenido la desgracia de empezar por el sur de Europa, configurándola de nuevo como un shock asimétrico que ataca a países que ya son vulnerables desde el punto de vista fiscal y económico porque están saliendo de una crisis o tienen fama de incumplidores, provocando una falsa sensación de seguridad en otros países que piensan que sus sistemas sanitarios son más potentes porque no ha habido recortes, que han actuado a tiempo, que van a ser capaz de librarse. En tanto en cuanto tengamos un nuevo shock asimétrico en el cual unos sufran mucho y otros, más o menos, pasen incólumes por la crisis, las divisiones se van a agudizar. Lo que sería muy triste es tener de nuevo esta mentalidad de «esto no va conmigo, yo he conseguido salir y sálvese quien pueda».
«Si no aparece la Europa que debe proteger a los ciudadanos, estos se van a preguntar para qué sirve»
Nos hace Luis Suárez Mariño una pregunta que conecta con lo que estás compartiendo con nosotros: «¿Economías importantes como Francia, Italia o la propia España tienen fuerza, junto con países como Luxemburgo, Irlanda y Portugal, de imponer sus tesis en el Consejo Europeo y dar un impulso a la Unión?»
No creo que se trate tanto de imponer, y quizá ese ha sido el error de partida en el Consejo Europeo de la semana pasada. Es muy difícil imponer a alguien, a no ser que sea volviendo al viejo lenguaje de Varoufakis en la crisis del euro, amenazando con hundir mi economía como manera de arrastrar al resto –y no tendría ningún sentido–. Si la economía italiana y la española se paralizan y entran en una profunda crisis económica, va a ser malo para los holandeses, los alemanes y para toda Europa, porque nuestras economías son interdependientes. No es necesario, ni es sabio ni prudente, entrar en este tipo de confrontación. Más que imponer, lo que hay que hacer es persuadir, convencer y hacer ver que vamos a estar todos mejor, incluidos aquellos que, en principio, podrían tener una reticencia moral a ayudarnos porque piensan que somos unos manirrotos. Que nos ayuden porque es en su propio interés, porque además de la solidaridad y los valores, será mucho más efectivo en tanto en cuanto estemos salvando las empresas y los empleos de todos los europeos. Eso es lo que está en juego. Hay que desnominalizar la crisis. A veces nos sale el lenguaje bélico o futbolístico, pero esto no es un Italia contra Holanda ni un España contra Alemania, ni un «yo te voy a quitar los eurobonos» o «no te voy a dejar que toques mi cartera». Ese es un marco nacional de suma cero, donde lo que tú ganas, lo pierdo yo y, por lo tanto, me voy a resistir ferozmente. Vamos a pensar en construir una respuesta donde minimicemos las pérdidas todos en un primer instante y luego ya lo hagamos de otra manera. Huyamos de este lenguaje de la imposición y busquemos una manera de dar un impulso a la unión que haga que de aquí salgamos con lecciones aprendidas e instituciones más fuertes. Nuestro mercado interior tiene cuatro libertades de circulación: de personas, de capitales, de servicios y de bienes. Hemos descubierto hay un quinto elemento que circula libremente: los virus. Esto hace que no podamos luchar eficazmente si no lo hacemos de una manera unida. Y el mercado interior, la fuente de bienestar donde nos nutrimos todos, está en peligro y, por lo tanto, tenemos que actuar coordinadamente para rescatarlo.
Otro debate político que ha resurgido es la tensión entre autoritarismo y democracia. Estamos escuchando mucho esa idea de que el modelo autoritario de China ha funcionado mejor frente a esta pandemia que el sistema de libertades y de defensa del estado del bienestar de la Unión Europea.
Rotundamente no. Ha habido –y hay todavía– una posición muy interesada por parte del Gobierno chino en corregir su imagen, desde el punto de vista de relaciones públicas, propaganda y, en algunos casos, desinformación y manipulación. China está aplicando toda la gama de instrumentos más amables, la diplomacia de las mascarillas, de las donaciones, aunque también se ha hecho público un informe de la Unidad de Desinformación de la Unión Europea, donde vemos que hay muchos actores que están utilizando esta crisis para hacerse valer, para ganar espacios de actuación geopolítica, para aumentar su reputación o para dañar la reputación de otros. China, efectivamente, se siente muy dañada porque sabe, primero, que el origen del virus está en su territorio, en unos procesos de control bastante defectuosos desde el punto de vista sanitario –y unas prácticas sobre las cuales la OMS ya les ha llamado la atención y que ya generó un virus como el SARS–. Además, en un primer momento, tapan la enfermedad sancionando a los médicos. Por eso, ahora, tienen que hacer un enorme esfuerzo de contención y de corrección de campaña de relaciones públicas, de volcarse en paliar los daños a esta imagen ayudando a todos los demás. Es cierto que se ha dicho que sus medidas de confinamiento brutal han sido muy efectivas y que eso es un ejemplo para todo el mundo. Hay pueblos de Italia que han aplicado medidas tan brutales de confinamiento con un éxito similar a una escala más pequeña que Wuhan. Lo que quiero decir con esto es que hay modelos suficientes en Asia de éxito en la lucha contra el coronavirus en sociedades democráticas, como son Taiwán, Corea del Sur o Japón. Lo que distingue la respuesta española e italiana de la asiática no tiene tanto que ver con el régimen político como con la existencia de estructuras de prevención adaptadas a este tipo concreto de virus, que ya venían desarrollando desde el SARS. Estaba en Singapur el 4 de febrero cuando esto empezó: es un país que a veces es un poco mixto, tiene características iliberales en términos de libertad de prensa y políticas, pero no es ni una dictadura completa ni una democracia completa. Ellos, con seis millones de habitantes, que es más que la provincia de Madrid, han tenido tres muertos. ¿Por qué? Porque su administración pública es eficaz, y su administración sanitaria y de emergencias sabía cómo actuar ante esta crisis. Las democracias son perfectamente capaces de tratar con una pandemia de forma eficaz si quieren y si han decidido hacerlo así, de la misma manera que Trump o Boris Johnson decidieron lo contrario. Ellos con muchísimo mayor gravedad, porque la «incompetencia» italiana y española –España también tendría que haber aprendido algo de la experiencia italiana– es distinta. Aquí lo que se ha producido es una disonancia cognitiva informativa absoluta, con un reflejo muy humano de «esto no me va a pasar a mí», que es donde está el fallo de nuestra administración. Como decía Ivan Krastev en una entrevista que le hice hace dos semanas para El Mundo, hemos educado a nuestros ciudadanos durante años para no dejarse llevar por el pánico, les hemos convencido de que comportarse responsablemente es seguir con sus vidas normales: en caso de un ataque terrorista, ellos quieren que te quedes en casa confinado y que tengas miedo, que no salgas a comprar, que no sigas con tu vida; en caso de una crisis financiera, les pedimos que no saquen el dinero del banco, que no se encierren y que no dejen de comprar, porque eso va a generar una crisis peor. Hemos educado a nuestras poblaciones en democracia y libertad para no dejarse llevar por el pánico y, de repente, los gobiernos han tenido que infundir miedo en sus ciudadanos, han tenido que decir «oiga, tenga miedo, quédese en casa». Esto es un giro de 180 grados en el liderazgo político, donde se le ha dicho a la gente que el heroísmo es quedarse en casa. Esto es muy contradictorio: ¿cómo voy a ser un héroe estando encerrado en mi casa?
«Las democracias son perfectamente capaces de tratar con una pandemia de forma eficaz si quieren»
Esta crisis se produce en un contexto de guerra comercial entre Estados Unidos y China. ¿Cómo crees que puede transformar esta tensa relación la crisis que estamos afrontando?
Es una batalla más en la lucha entre Estados Unidos y China, en esta rivalidad estratégica que algunos dicen que retrotrae, analíticamente, a la rivalidad entre Atenas y Esparta. Estamos en lo que Graham Allison ha llamado «la trampa de Tucídides», es decir, el hecho de que los relevos de poder de grandes potencias en las relaciones internacionales han sido dieciséis, de los cuales doce fueron violentos y solo cuatro pacíficos. Por lo tanto, hay dos países que están, a veces, destinados a enfrentarse; otras, parece que tienen los dos tanto poder juntos que están condenados a entenderse, porque vivimos en un mundo globalizado y no pueden aspirar a ese dominio por separado. Aquí hemos visto esas dos vertientes simultáneamente. Por un lado, tenemos una reacción de confrontación: Trump acusando a China de irresponsable, cargando la mano y aprovechando también para acompañarlo todo con relaciones públicas. China ha respondido también de forma muy dura, sembrando dudas sobre si Estados Unidos estaba en el origen del foco del virus. Y qué duda cabe de que China también está pensando en cómo tras toda esta crisis va a reposicionarse en África y en países donde ya tiene una presencia muy fuerte desde el punto de vista estratégico, incluso en el corazón de Europa. En Serbia hemos visto carteles en las calles donde pone «gracias Xi» en chino. Estados Unidos ha cometido un error enorme desde el punto de vista de su liderazgo: en lugar de ser capaz de ofrecer un modelo alternativo de solidaridad, de apoyo –aunque fuera sobre la base de su propio interés estratégico– al mundo libre, a las democracias, ha jugado a estar ausente. Solo ahora se están dando cuenta de que, con todos sus aliados, si no aparece ahora, no va a poder hacerlo después. A la Unión Europea también le pasa: tenemos una estrategia hacia África que habla de cambio climático y de digitalización, pero eso ahora mismo es irrelevante; si tú no apareces en este momento para apoyar a los países con quienes tienes asociaciones e intereses estratégicos, no puede hacerlo dentro de seis meses y decir «cómo les fue, ya lo siento, por qué no volvemos a hablar de cambio climático, que es lo que a mí me interesa». Todo el mundo se está dando cuenta de que si no apareces ahora, ese espacio lo va a llenar otro. Hemos visto médicos cubanos en Italia, camiones rusos paseándose por las autopistas… Todo este tipo de fenómenos ha hecho que, aunque fuera no por solidaridad sino ya por un interés un poco más estratégico, Estados Unidos se esté dando cuenta de que tiene que estar globalmente aquí. Por lo tanto, vamos a ver un poco este tipo de competiciones. Para la Unión Europea es muy importante que esto no quede solo como una nueva rivalidad entre Estados Unidos y China, donde ella está en medio viendo pasar el balón de un lado a otro.
¿Qué intereses geopolíticos se esconden tras esas campañas de desinformación, fake news y propaganda de las que hablas?
No se esconden, son muy evidentes. Todo el proyecto de conectividad de la Ruta de la Seda y del Belt and Road Iniciative chino consiste en tener una profundidad estratégica para poder abastecer a su economía de materias primas, pero también de relaciones políticas útiles tanto en todo el continente africano como en, por supuesto, el sudeste asiático y América Latina. No es nada distinto de lo que hace y de lo que ha venido haciendo Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial: un despliegue marítimo global donde se asegure que todas las líneas de suministro que son vitales para su economía puedan estar protegidas por bases colocadas por todo el mundo. Las inversiones chinas en África en conectividad, también. Lo estamos viendo incluso en la propia Europa, en infraestructuras no solo físicas, sino también digitales, que suponen una capacidad también de blindarse políticamente. No es que China quiera imponer su modelo, no es una potencia que quiera que su modelo basado en el Partido Comunista y una economía privatizada pero estatal se imponga en el resto del mundo, pero sí que quiere comprar espacio político para que nadie cuestione su modelo. Si me apuras, esos intereses tan obvios no serían reprochables si tenemos en cuenta que este es el gran juego que juegan los Estados en la esfera de relaciones internacionales, pero es un juego que la Unión Europea tiene que ser capaz de matizar, de intervenir. No podemos vivir en un mundo que sea una jungla geopolítica, necesitamos un orden internacional basado en normas, donde tu poder no determine todo lo que puedes hacer y salir exonerado de todos los incumplimientos. Nosotros, los europeos, vivimos en un orden multilateral basado en reglas y, por eso, tenemos que ser capaces de jugar ese juego geopolítico. Por eso, el alto representante de la Unión Europea, Josep Borrell, ha dicho que Europa tiene que aprender a hablar el lenguaje del poder, pero tiene que aprender a hablarlo para crear instituciones, para que no vivamos en un mundo anárquico donde el poder puro y desnudo sea el que dicte qué es lo que pasa y quién gana.
«Si Europa no aparece ahora con sus aliados, no va a poder hacerlo después»
¿Esta crisis sanitaria puede derivar en una pérdida o restricción de libertades individuales en algunos países?
Qué duda cabe que una emergencia nacional genera siempre una situación de cierta anomalía democrática, en tanto que se produce un efecto de apoyo y de unirse detrás del Gobierno para luchar contra esa amenaza. En este caso no es militar, pero tienen muchos elementos de desafío existencial desde el punto de vista de la seguridad física material de los ciudadanos. Estoy de acuerdo con quienes han dicho que esto no es una guerra y que no debemos pensar en esos términos, pero sí que en algunas cosas vamos a actuar como si estuviéramos en guerra, porque efectivamente hay una cuestión vital para el futuro de este país y de su ciudadanía y el Estado tiene la responsabilidad de actuar. Hay un Estado que tiene poderes de emergencia que le confieren una discrecionalidad amplísima. Lo estamos viendo en un país como el nuestro, no nos hace falta ir a los excesos de Orbán, que ha aprovechado para dotarse de muchos más poderes de los necesarios para suspender el Parlamento y otorgarse esos poderes de forma indefinida. Por supuesto que tenemos ese problema. Al final, la línea entre la democracia y la dictadura no es un corte tan nítido como nos gustaría muchas veces. Estos años, hemos estado leyendo Cómo mueren las democracias y varios estudios que han hecho Schneider o Levitsky sobre el hecho de que los populismos nos han recordado que las democracias mueren poquito a poco, van perdiendo aspectos esenciales y, por lo tanto, tienes que estar alerta cuando son aún plenas democracias. No hay un margen por el cual te tengas que relajar hasta que llegas a una dictadura, porque entonces es demasiado tarde. Ni siquiera puedes bajar la guardia en una democracia normal. Hoy mismo tenemos en España una polémica sobre las ruedas de prensa en el Consejo de Ministros, los periodistas dicen que el Gobierno filtra las preguntas por un grupo de WhatsApp. Esto no es aceptable y los periodistas se han plantado. El Gobierno dice que va a buscar una solución técnica para que se puedan formular las preguntas en directo. Hay cientos de plataformas que estamos usando todos los ciudadanos desde que ha empezado el confinamiento para seguir con nuestras vidas digitalmente, para poder tener este tipo de diálogos. No sé porque el presidente del Gobierno no puede recibir una pregunta de un periodista como la estoy recibiendo yo ahora. Eso es importante, porque si vas a pedir unidad –y esa es la cuestión fundamental en una democracia– a cambio tienes que ser capaz de ofrecer transparencia e información, y tienes que buscar la corresponsabilidad de los parlamentos. Sí hay una pendiente muy tentadora para todo gobierno en situaciones de crisis por la cual te puedes deslizar y por eso digo que no hace falta pensar en China o en Orbán: los padres fundadores de la Constitución estadounidense diseñaron un sistema decidiendo si iba a ser para ángeles o para demonios. Cuando diseñas un sistema institucional hay que pensar en lo peor y hay que construir diques para prevenir esos deslizamientos autoritarios. Ahora mismo el Gobierno tiene la capacidad de intervenir la economía, el mercado laboral, de tomar muchísimas decisiones que claramente traspasan los poderes normales. De hecho, nuestros derechos fundamentales, como la libertad de circulación y de reunión, están suspendidos de facto. Eso ocurre en las dictaduras. No somos una dictadura, aunque tengamos suspendidos esos derechos, porque lo hemos hecho de una forma responsable y ante el Parlamento, pero con esto –espero que no se me malinterprete–quiero decir que los que los grises y los deslizamientos están ahí, por eso hay que manejarlos democráticamente.
Nos llega una pregunta de Patricia Abad que coincide con una de nuestras preguntas. La Organización Mundial de la Salud advirtió a los países de que se prepararan para una pandemia, pero es evidente que no sucedió. ¿Debemos hacer una reflexión sobre el papel, el peso y la influencia que realmente tienen los organismos internacionales con el objeto de reforzarlo? Veo incluso un cierto paralelismo con esa inacción de los gobiernos ante las continuas advertencias de Naciones Unidas sobre la emergencia climática.
Hay dos tipos de errores en este caso. El primero, quizá el más disculpable, es que el error de imprevisión: no te has preparado adecuadamente porque piensas que la probabilidad es muy baja de que te ocurra o porque realmente no has pasado antes por una situación parecida. La mayoría de los ciudadanos no lleva cadenas de nieve en sus coches, porque la probabilidad de que las necesites es muy baja y cuando cada cinco años nieva mucho, se produce un desastre porque es una imprevisión. Pero es algo que se puede comprender en un marco de excepcionalidad y de bajas probabilidades. El otro tipo de imprevisión es más negligente, que es un fallo de funcionamiento del sistema: cuando no eres capaz de situarte por delante de una crisis sabiendo qué es lo que vas a necesitar hacer en una, dos, tres, cinco semanas. Con las medidas y con los avisos de la Organización Mundial de la Salud, en el futuro –una vez que hayamos diagnosticado los errores como tal, podremos exculparlos, comprenderlos o hacer lo que queramos con ellos–, tenemos que asegurarnos de que en la próxima ocasión vamos a actuar de una forma distinta. Con lo que sabemos ahora, seguramente, en el futuro tendremos un mecanismo de alerta, líneas de producción estratégica y almacenes, igual que tenemos almacenes de sal en las carreteras y maquinaria de invierno para despejar las carreteras de nieve, por improbable o poco que ocurra. ¿Por qué los países asiáticos supieron reaccionar a tiempo y por qué hacían controles de temperatura y aislamientos? Porque sí que habían pasado por algo parecido. Y aquí quizá la OMS no ha sido lo suficientemente contundente y los gobiernos europeos se han confiado demasiado. Desde luego, en el futuro no van a poder hacerlo. Espero ver en algún momento un informe de 1.000 páginas hecho de forma muy seria y profesional sobre qué falló y cómo tendremos que evitar que ocurra otra vez algo parecido aquí.
¿Cómo crees que está respondiendo nuestro Gobierno ante esta emergencia? Y ¿cómo valoras el funcionamiento del modelo autonómico frente a esta crisis?
Hay estos dos planos, efectivamente, y casi un tercero porque, como decíamos al principio, estamos descentralizados hacia abajo, hacia las comunidades autónomas, pero también hacia arriba, hacia la Unión Europea, y eso puede generar una cierta sensación de desamparo. Se ha dicho que esta es una crisis que va a validar el papel de los expertos y acabar con los populistas, y es cierto que la charlatanería irresponsable de algunos políticos ha quedado muy expuesta. No podemos achacar a un gobierno populista en Italia el que haya habido una reacción tardía. En el caso concreto de España, las propias directrices de los expertos, de Fernando Simón y del Centro de Prevención y de Control de Crisis y de Alertas, no han funcionado. Claramente se han equivocado y ahí han sido los expertos que se dedican a estas cosas los que no han sido capaces de avisar o de impulsar reacciones. No hemos tenido un enfrentamiento entre unos expertos en las instituciones dedicadas a esta cuestión que estuvieran diciendo al Gobierno que cerrasen y este se negara a hacerlo. Realmente no es ese nuestro caso desde el punto de vista de la casuística –sin disculpar los errores que haya podido cometer el propio Gobierno–, pero está claro que no se han enfrentado a sus expertos, sino que ha seguido su consejo y, por lo tanto, ha aumentado o agravado la cadena de errores. Tendremos que mirarlo con mucho cuidado. Luego, nuestro sistema autonómico ha demostrado algo muy preocupante y es que está descentralizado más allá de la posibilidad de retomar el control en situaciones de emergencia sanitaria. Sin cuestionar que, para el día a día, el sistema sanitario español sea magnífico –la esperanza de vida en España, a pesar de la crisis, ha aumentado hasta el punto de que estamos a punto de alcanzar a Japón como los países más longevos del mundo, es decir, nuestro sistema sanitario uno de los mejores del mundo, incluso con recortes–, pero lo que no puede ser aceptable es que un Estado no tenga la capacidad de tomar el control en una crisis de emergencia sobre el funcionamiento de este caso del sistema sanitario. Se ha visto en la cuestión de las compras, donde el músculo y la capacidad era nula e inexistente y hemos descubierto que, como pasa en educación, desgraciadamente hemos descentralizado el sistema sin habernos quedado con las capacidades de control de calidad y de gestión de crisis que donde un Estado se hace federal de verdad, cuando tiene suficiente autoridad reservada en un ámbito central para garantizar un mínimo. No es aceptable que el ministro de Sanidad tenga que apelar a la solidaridad de nadie para distribuir enfermos o para traer profesionales sanitarios de un lado a otro del territorio. Si hay una situación de alarma y de emergencia sanitaria, esto no puede depender de la solidaridad de unas comunidades autónomas. Estoy seguro de que van a ser solidarias y lo van a hacer, pero igual que el Estado es capaz de paralizar unos altos hornos en el País Vasco, tiene que ser capaz de utilizar los recursos sanitarios de todo el país de una forma flexible y distribuirlos allá donde se necesiten. Eso ha quedado muy en evidencia esta crisis. No es tanto que nos tengamos que pensar si recentralizamos, sino que precisamente sabemos desde hace tiempo que la coordinación horizontal es solo coordinación, es solo voluntaria y no funciona y, por lo tanto, necesitamos ser capaz de instaurarla.
«La charlatanería irresponsable de algunos políticos ha quedado muy expuesta»
Otro lector, Juan Pablo Gómez Garrido, comparte una reflexión, casi una advertencia con nosotros y me gustaría saber qué opinas. Dice que «China está tomando medidas para evitar una segunda oleada y que España, junto a la Unión Europea, debería tomar medidas también». Advierte, además, de que «el transporte aéreo funciona en este sentido también como un perfecto transmisor del virus».
Comparezco aquí en condición de politólogo, pero sí que constato algo que creo que es muy evidente: no sabemos lo suficiente. No sabemos nosotros y no saben todavía los epidemiólogos. Estamos teniendo una discusión sobre un trabajo de una de las instituciones más prestigiosas que es el Imperial College, donde nos dice que con un 95% de acierto puede haber entre un millón y siete millones de personas infectadas en España. Esto es como cuando en la crisis del euro había titulares en la prensa europea que decían que España podía necesitar entre 10.000 y 200.000 millones de rescate. Es decir, no sabemos lo suficiente sobre esta epidemia, sobre este virus, sobre su contagio, sobre su mortalidad. No sabemos cuánta gente hay infectada y, de momento, no lo vamos a saber porque, como es lógico, estamos centrados en salvar el máximo número de vidas y evitar que el sistema sanitario se colapse. ¿Qué nos dicen los expertos? Que hasta que no sepamos cuánta gente ha sido infectada realmente en esta primera ola no podremos saber cómo retomar la normalidad, si vamos a salir por plazos, por oleadas, por edades, por sectores, con distancias sociales reducidas, vamos a tener que hacernos un poco suecos o finlandeses durante un tiempo largo. Tampoco sabemos si la vacuna va a tardar lo que dicen los expertos que normalmente tarda, de 12 a 18 meses, o si vamos a tenerla antes porque se pueda adaptar o retomar vacunas que se estaban ensayando para SARS y para virus parecidos. En este momento es muy arriesgado hacer cualquier tipo de predicción sobre cómo, cuándo y con quién vamos a salir de esto. Porque también es muy extraño que China haya conseguido limitar la pandemia a la provincia de Wuhan, cuando el resto del planeta está confinado. ¿Qué está pasando en el resto de China? ¿De verdad es factible contener y que no se contamine el resto del país? No lo sabemos realmente. Cualquier político ahora mismo se tiene que concentrar en lo que tiene por delante, que es salvar el máximo número de vidas posibles.
Sin duda el nivel de incertidumbre es mayúsculo, desproporcionado. ¿Crees que la gestión de esta crisis, como ocurrió con la crisis financiera, va a configurar un nuevo escenario, un nuevo mapa político en España?
La coalición que sostiene al Gobierno es una coalición que estaba pensada para una política, a pesar de toda la polarización y de todo lo que veníamos. Ahora nos parece que es normal aquella política, en aquel momento nos parecía excepcional por un grado de confrontación, porque estábamos saliendo de una crisis. Estamos casi saliendo de una triple crisis populista. Hemos tenido un arranque populista a partir del 2015-2016, con el surgimiento de ese primer Podemos, muy impugnador, muy antisistema, que luego ha reculado y se ha dotado de elementos adicionales. Pero hemos tenido también el independentismo catalán, que ha sido otro brote de populismo que quería acabar con el sistema constitucional. Incluso hemos acabado con Vox, también con otro tipo de cuestionamiento del propio sistema. Todo eso que ha estado en flujo de repente más o menos parecía que se había estabilizado con un Gobierno que, efectivamente, dejaba muchas preguntas en el aire respecto a su estabilidad, pero que todos confiábamos que pudiera pasar unos presupuestos y hacer políticas de izquierdas. Creo que todo esto ha desaparecido. Esta legislatura ha acabado con el decreto de emergencia porque no vamos a poder retomar la política normal en el juego izquierda-derecha. Precisamente creo que se puede y se debe hacer un reproche quizá legítimo sobre que la unidad no solo hay que pedirla, sino construirla, y eso le corresponde fundamentalmente al presidente del Gobierno. Esta semana pasada ha sido bastante funesta desde el punto de vista de recabar esa unidad. Los empresarios, la oposición, los periodistas, han sentido que ese llamamiento a la unidad por parte del Gobierno no era correspondido con gestos de inclusión, sino con gestos de exclusión y, en cierto sentido, de autoridad, y con un reforzamiento de un discurso ideológico dentro del Gobierno. He escrito sobre Podemos, he estudiado el fenómeno Podemos y me preocupa que en esta crisis vuelvan a aflorar los instintos poco transformadores profundos sobre el sistema o antisistema de Podemos con algunos de los elementos que me parecen más perjudiciales de su programa político, que es una visión muy estatalista de la economía, muy paternalista de la sociedad, con una retórica muy agresiva desde el punto de vista discursivo. Me parece que todos esos elementos del populismo inicial de Podemos que aparecen ahora no ayudan a construir este relato de unidad de todos unidos, de una política de consenso focalizada solo en salir de la crisis. A mí sí me parece que este Gobierno no va a poder salir de esta crisis diciendo «bueno, la crisis ha acabado, vamos a seguir». O se endeuda con la oposición de una forma irreversible para sostener sus políticas y, por lo tanto, luego no podrá simplemente cortar vínculos y ya está; o ignora a la oposición, lo cual va a ser muy difícil porque vamos a ir a una polarización muy aguda. Lo peor que nos puede pasar es atravesar una crisis terrible del punto de vista de costes de vidas y económico, mucho más polarizados y mucho más divididos de lo que entramos. Creo que no es sostenible y nos debe preocupar a todos.
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